Estrenada en Visions du reel, vista en Sevilla y de próximo pase en L’Alternativa, la ópera prima de Raúl Capdevila es un documental disfrazado de western sobre la cruda realidad de la España Vaciada
‘Los saldos’ o la búsqueda de un ‘neorrural’ sin dulcificar

Los saldos es un western en el que no pasa nada. Con títulos de crédito que remiten a lo más clásico del género de cowboys, con planos secuencia en los que el héroe es filmado como un personaje del Grupo salvaje (1969), de Sam Peckinpah, música country en una emisora ficticia al estilo de la de Reservoir Dogs (1992), de Quentin Tarantino, o la idea constante del pequeño ganadero que se enfrenta -¿de verdad lo hace?- a la maquinaria industrial y el progreso. Pero, en el fondo, no pasa nada. Solo un hombre en su granja y su hijo, que ha tenido que volver al pueblo por quedarse en paro, trabajando con él. En Binéfar, provincia de Huesca. A media hora en coche, por cierto, de un municipio de Lleida que se les sonará. Alcarràs.
La ópera prima de Raúl Capdevila, debut en la producción de Acariño Films, se estrenó en abril en Visions du Reel y su primer pase en España fue la semana pasada, en Las Nuevas Olas No Ficción del Festival de Sevilla. El próximo martes 22 de noviembre se verá en Barcelona en L’Alterntiva Fest. Aunque las formas narrativas, los planos e incluso la banda sonora remitan a la épica crepuscular del cine del oeste, el contenido es documental: se recogen seis meses de trabajo del director junto a su padre en la granja familiar a finales de 2019. Nada más… y nada menos.
Capdevila nos atendió en Sevilla al día siguiente del pase de Los saldos, última jornada del Festival, en una sala a de prensa a medio desmontar. “Uno de los métodos con los que me siento más cómodo trabajando es aplicando cánones de la ficción la cotidianidad. Lo que se ve es la vida de mi familia en 2019, aunque trampeada, porque parte se rodó en 2020. También la historia del gran macromatadero que llega a Binéfar, con un empresario italiano que es acusado de delito fiscal en Hungría, sucedió entre 2017 y 2019, y en el tiempo interno de la película se resume en seis meses. Pero es documental, solo que moldeado con formas de ficción”.
La épica de sobrevivir

Los planos y la narrativa de western de Los saldos, planteados desde el propio gusto como espectadores de Capdevila y su padre, José Ramón, protagonista de la película, hacen previsible que en algún momento se produzca un enfrentamiento entre este último y la gran compañía. Pero, rompiendo las expectativas de su propio lenguaje, nunca llega. “Es también parte del discurso de la película. Lo hablaba con él mientras rodábamos y nos lo planteábamos con el equipo. Esto ya no es western o rural crepuscular, sino posterior al crepúsculo. Los ganaderos que quedan, o se adaptan a lo que hay o desaparecen. Al final mi padre vende sus cerdos al macromatadero porque es lo que hay”.
La secuencia final es el sacrificio de un cerdo enfermo, un “saldo” como los que dan título al filme, que luego depositan en un contenedor sanitario de los que se utilizan en estos casos. Con planos cortos y fijos, su realización remite a Peckinpah y a una especie de “OK Corral” sin glamour ni épica. El granjero con mono de trabajo y gorra al que le sigue dando pena matar animales pero luego los “entierra” sin mayor ceremonia y que acaba de vender otros 900 a la gran compañía que asfixia la zona.
La fotografía y el sonido de Los saldos, además, cambian de las escenas en la casa familiar a las de la granja en sí. “Es una idea que bebe del concepto central de la película, la imposibilidad de plantear un rural real. Históricamente en un entorno rural, con sus características culturales y económicas propias, no hay separación entre espacio de trabajo y espacio de vida. En Binéfar, como se ve en la película, esto ya no es así, igual que en todas partes, lo vemos en este caso porque es donde vivo yo. La cosa es si deberíamos hablar ya de centro y periferia según una lógica urbana, y no de rural”.
Los saldos, un rodaje precario

El rodaje de Los saldos fue casi de guerrilla. El cineasta se sentó a hablar con nosotros el día 11 de noviembre. El 10 había estrenado su película en Sevilla y durante el coloquio comentó, tras aparecer retratado con el mono de trabajo, que “el lunes (14 de noviembre) a seguir”. Capdevila alterna la granja de cerdos familiar por las mañanas con la sala de montaje por la tarde, con varios proyectos en marcha. “Con Andrés Sanjurjo, el productor, diseñamos un rodaje en función de nuestras posibilidades: microrrodajes de 3 ó 4 días, incluso uno de un día, y entre medias ahorrábamos o conseguíamos fuentes de financiación más habituales, como las del Gobierno de Aragón o Aragón TV”.
Es provocó un guión en construcción durante 2019 que se completó en la parte rodada en 2020 con correcciones y partes faltantes. “Tenía claro unas escenas esqueleto o escenas andamio que estructuraban la historia. Luego se iba construyendo según lo que nos iba pasando”, explica Capdevila. “Así, si mi padre por ejemplo en su comunidad de regantes tenía que construir un depósito y uno de los agricultores tenía que ceder parte de sus tierras y ponía pegas y tenían que negociar, pues lo incorporábamos, porque fue clave en el 2019 de José Ramón, que es el protagonista”.
Todo esto mientras se añaden referencias como las comentadas a Tarantino o Peckinpah, pero también a la serie de anime Paranoia Agent (2004), de Satoshi Kon, reconvertida en el ficticio programa de radio Paranoia Mail. “Podría intentar excusarme en algún tipo de discurso de corte muy intelectual o para esto, pero la realidad es lo que a mí me gusta”, explica el cineasta. “Lo mezclamos con las lecturas de opiniones reales de vecinos publicadas en un grupo de Facebook sobre la llegada del macromatadero. Había literalmente paranoia sobre qué iba a ocurrir y me recordaba al anime, como el boca a boca hace que determinadas cosas crezcan y se conviertan en un ente más de carácter social que material”.
El neorrural y la idealización

Al comienzo de Los saldos tardamos más de 10 minutos en escuchar la voz de José Ramón, el granjero solitario, antes de que aparezca su hijo de vuelta al pueblo y se una a él en el trabajo diario. “Quería reflejar un rural sin idealización, que se vea que es un trabajo solitario, monótono, duro e incluso aburrido. Tengo muchas dudas sobre cómo se está reflejando la realidad del rural en todas estas propuestas que han surgido estos años. Los saldos también peca de ello, no sé hasta qué punto estamos haciendo un retrato honesto o lo estamos dulcificando”.
Solo entre 2021 y 2022 se pueden contar Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez; Rendir los machos, de David Pantaleón; El lodo, de Iñaki Sánchez-Arrieta; Tros, de Pau Calpe Rufat; Alcarràs, de Carla Simón; Secaderos, de Rocío Mesa; Suro, de Mikel Gurrea; El agua, de Elena López-Riera, o As bestas, de Rodrigo Sorogoyen. Por su situación personal y laboral, Capdevila no ha podido ver aún la mayoría -el pase de Secaderos en Sevilla, de hecho, coincidía con su filme-, pero cree que es el péndulo de la visión del campo desde la ciudad: “cuando la ciudad se convierte en un infierno el campo es la arcadia, cuando la ciudad es el progreso el campo es ostracismo y barbarie. Con el momento de la crisis, al volver mucha gente a sus casas o su origen, se idealiza una etapa de la niñez”.
En Los saldos aparece la irrupción de Teruel Existe en el Congreso de los Diputados -que pilla a José Ramón e hijo durmiendo tras una dura jornada de trabajo- y, de pasada, se mencionan las movilizaciones de la España Vaciada. Capdevila no es optimista y sí muy autocrítico: “Falta todavía un cine de alguien que lleve toda la vida en un pueblo y retrate lo que ve. Puede ser que estemos cayendo en un retrato demasiado dulcificado, a pesar de que siempre se le metan elementos de conflicto o de problemas”.
Imágenes: Los saldos – Acariño Films
