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As bestas: La seca violencia de los callejones sin salida del rural

Rodrigo Sorogoyen dirige una de sus mejores películas, un filme sin concesiones que solo flojea en un tramo final que se alarga sin necesidad

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As bestas cuenta la historia de un matrimonio francés que se dedica a la agricultura ecológica y la restauración de viviendas en un remoto concello de Galicia y tiene problemas con sus vecinos. Los granjeros quieren vender las tierras a una empresa que proyecta poner molinos de energía eólica y el voto y la presión de los extranjeros se interponen. La tensión entre ambas familias irá creciendo hasta que estalle de manera trágica, con consecuencias que se escaparán pronto al control de los implicados.

Rodrigo Sorogoyen ha hecho su propio Alcarràs -es un decir, se rodó antes del estreno de esta- escrito a medias con su codelincuente habitual, Isabel Peña, y es una película dura y sin miramientos, un discurso nada complaciente contra la idealización del rural y las contradicciones de sus personajes que, al menos en su dos primeros tercios, se cuida mucho de dar discursos y simplemente muestra lo que hay. Todo en ella quiere ser seco, hasta que deja de serlo, desde los movimientos de cámara hasta la escueta banda sonora o las interpretaciones, y está bien que así sea.

El propio director y su equipo admiten que esta película (basada en un caso real) estaba planificada antes de El reino (2018), pero se fue retrasando, ganando en entidad y llegando en un momento más adecuado de su carrera. Esto es bastante cierto, tanto a nivel artístico -podemos hablar de su película mejor dirigida, aunque no sé si su mejor película- como, por decirlo de alguna manera, ambiental. Esta misma historia se hubiese recibido como “menor” hace cinco años, y ahora toca todos los palos del debate de actualidad. Parece una tontería, pero no lo es, y hasta para eso hay que saber: a veces una película no es percibida tan buena como es porque no está de moda hacer caso a aquello de lo que habla.

As bestas y el equilibrio

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La verdad es que resulta difícil creer que a Sorogoyen y Peña les hayan cancelado una miniserie sobre la Guerra Civil por sesgada, porque les gusta ser ecuánimes hasta lo patológico. Nadie se cree que fuesen a rodar propaganda estalinista cuando en El reino te dejaban caer que todos seríamos corruptos si pudiésemos, en Antidisturbios consiguieron cabrear a todo el mundo (que tiene hasta mérito) y aquí, en As bestas, cuando nos enseñan la paranoia del hortelano francés que ha idealizado en exceso Galicia es para reírse un poco de sus sueños adolescentes. Los “buenos” y los “malos” están muy claros por una cuestión, digamos, legal, de quién agrede a quién, pero que los presuntos garrulos del monte tienen razones para ser así y a nosotros también nos cabrearía el gabacho si fuésemos ellos, también.

En el segundo acto, antes de que todo se precipite, hay una larga conversación en la que Sorogoyen coloca a sus personajes y los deja hablar. Es más creíble la parte del profesor francés queriendo charleta que el hecho de que el dominante de los hermanos gallegos tenga ese arranque y se explique, pero el diálogo parece escrito para que Luis Zahera se luzca. Los antagonistas no son “malvados”, solo producto de unas circunstancias nada halagüeñas, y en cierto modo están mucho más humanizados, incluso en una patente ingenuidad sobre cómo funciona la vida más allá de su monte, que, por ejemplo, los hermanos de El séptimo día -u otras variantes de eso que se ha llamado el cabrón del campo-.

El punto de vista del público, claro, no dejan de ser los franceses, porque esta película, como Alcarràs, El lodo o Tros, la vamos a ver para hablar de ella sobre todo burgueses urbanitas de ciudad que compramos ecológico “por convicción”. Y aunque la película de Carla Simón lo dice de forma más complaciente, el problema que se refleja viene a ser el mismo: esto no es tan fácil y la palabra corresponde a quienes viven esa vida, sin idealismos ni mandangas. As bestas no quiere, en fin, darnos soluciones. Solo atravesarnos y dejarnos pensando sobre ella varios días.

El tramo final y la “moraleja”

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Servidor es cada vez más enemigo de la expresión “le sobra media hora”, pero hay un tramo de As bestas, en su tercio final, que bien podría no estar. De hecho, parece planificado para poder eliminarlo en la sala de montaje y que la historia no se resienta. Se mantiene ahí para tener una conversación paralela a la que define a los personajes masculinos en el acto anterior, pero en esta ocasión enfrentando cosmovisiones generacionales, no entre campo y ciudad. La parte positiva es que el personaje interpretado por Marina Foïs gana mucha entidad, y se muestra esa parte dramática de muchos thrillers que no se suele ver, la de las consecuencias cotidianas de la violencia.

La negativa es que da la impresión de que As bestas se alarga innecesariamente al crear un nuevo foco de tensión emocional cuando ya nos tenía agotados. Y luego, porque las razones por las que lo hace no encajan todas con lo visto hasta el momento. Cuando la hija del matrimonio Denis “se rinde” ante su madre y luego esta resuelve lo que quedaba por ver de la acción principal, de repente ese guión tan seco y desapasionado que nos había traído hasta aquí desvela que sí que ve a los franceses como alguna clase de héroes, y además mete un “ñeñeñé” a los jovencitos blandengues impropio de un filme que estaba poniendo frente a sus contradicciones a cierto discurso presuntamente ecofriendly que idealiza el rural.

Por supuesto, esto no desmerece el conjunto de As bestas, que, repetimos, está muy bien dirigida y escrita, lo cual es una obviedad dados los antecedentes de sus autores. Una película que está bien que exista para dialogar con otras rodadas a la vez sin conocerse las unas a las otras, que extrae su crudo verismo directamente de las secciones de sucesos de los diarios y que no tiene ganas de dar moralinas excepto en ese momento puntual. Uno de los mejores trabajos de Sorogoyen, que ya es decir.

Imágenes – As bestas – A Contracorriente Films
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