La nueva serie de Héctor Lozano (‘Merlí’), presentada en el Festival de Málaga, da un espacio a las protagonistas maduras y no normativas que no tenían desde ‘Aída’ y ‘Los misterios de Laura’, pero tiene problemas con su propio discurso de clase
Las invisibles se sitúa en el Hotel Calíope, en la Costa Brava, donde un grupo de camareras de piso sobrevive como puede ante la precariedad, los abusos laborales y las complicaciones de la vida diaria. Cuando una de las más veteranas del equipo fallece durante el trabajo de un ataque al corazón, es sustituida por Gladys, una joven con fama de conflictiva en otros centros de trabajo que intenta organizarlas para luchar por sus derechos y formar un sindicato.
En apariencia Héctor Lozano cambia de tercio con esta serie tras Merlí y Merlí: Sapere Aude en su salto a Paramount+, pasando del profesor de filosofía misántropo y de masculinidad tradicional o el alumno bisexual y cosmopolita en el entorno elitista de la universidad a un grupo de mujeres de clase trabajadora, la mayoría no normativas y de cierta edad. Personaje que, de hecho, en esas series saldrían de fondo y como meras comparsas de los protagonistas o bien hipermasculinos o bien bellos y normativos.
Las invisibles se presentó en Pantalla TV del Festival de Málaga con la presencia de un grupo de representantes de las Kellys Unión Málaga, es decir, un equivalente al sindicato de camareras de piso que se ve en la serie y en parte inspirado en Las Kellys Barcelona, que han colaborado en la documentación con Lozano. Lo curioso es que en el coloquio posterior, tanto el guionista como Lolita Flores insistieron en que todo lo visto era ficticio y en desligarlo de lecturas sociales. Claro que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace.
Bailando en la precariedad

Para empezar, Las invisibles es una serie, en principio, de infantería. Normal, sin alardes, más allá del caché de María Pujalte, Elena Irurera o la propia Lolita (o lo que se levante Lozano, que ya tiene un status), se podría decir que hasta barata. El humor es básico, algunas tramas se ven venir, de esas veces que el reparto es un spoiler en sí mismo, y la narración es tirando a plana. Lo novedoso sería el tipo de protagonismo femenino, sobre todo con una mayoría de mujeres maduras, con el que la televisión en España no se atrevía ni en la época en la que ellas eran el presunto baremo, con las honrosas excepciones de Aida (2005-2014) —compañera de gremio— o Los misterios de Laura (2009-2014).
Hay un par de «innovaciones», no excesivas pero que se supone que dialogan con ese deseo de ruptura dando espacio a dos colectivos normalmente ignorados por la ficción (pasada, presente y futura), como son las femineidades no normativas y la clase trabajadora. Uno, la narración de Elena Irureta con su personaje en el más allá, demasiado plana y maternal, falta de ironía, tendente al subrayado innecesario… pero una parodia obvia de Mujeres desesperadas (2004-2012), que a su vez le daba la vuelta la voz en off de El crepúsculo de los dioses (1950), de Billy Wilder.
Ese desplazamiento en el punto de vista no deja de tener su miga en tanto en cuanto Pilar, en realidad, no importa un pimiento más allá de que su muerte precipite parte de la acción. Desde el más allá es maternal y se preocupa por el bienestar de otros sin atender al suyo propio, como les ocurre a casi todas sus amigas aún vivas o a su hija. La segunda «innovación» de Las invisibles, digamos, es que cada episodio viene adornado de un momento musical o de baile producto del filtro imaginario de esa voz narrativa sobre la situación de la trama, en la que Lolita y compañía lo mismo le dan al sirtaki que perrean.
Camarera de día, sindicalista de noche

El personaje más, digamos, pintoresco, es Gladys, la sindicalista (interpretada por la actriz mexicana Yoshira Escárrega), que es camarera de piso vocacional, porque le gusta su trabajo y quiere cambiar las condiciones de las demás. En serio, lo verbaliza varias veces, de hecho, al empezar la serie casi una vez por episodio. De hecho insiste ante su pareja, una abogada de alto standing y mayor que ella (Eva Martín) que se empeña en que no necesita trabajar para vivir, que ella puede mantenerla con lo que gana. Es una subtrama inverosímil por momentos, pero en la que la serie aprovecha para mostrar momentos de racismo cuando las amigas de su novia la confunden con la chacha.
Por otra parte, Las invisibles se empeña en retratar bien algunas situaciones, subrayando cómo las camareras cobran dos euros por habitación o se ven forzadas a cumplir con tiempos de limpieza imposibles, además de enfermedades asociadas a la exigencia física de su trabajo. La principal antagonista, además, fiel secuaz del director del hotel inútil y cobarde, es la gobernanta (Yaël Belicha), antigua camarera de piso también, la cual, en aras de mantener su status desclasado, es capaz de los peores abusos contras su excompañeras.
La duda que surge viendo Las invisibles es hacia dónde quiere ir. Porque el público está tan acostumbrado a cierto tipo de dramedia reciamente hispana que en el pase en Málaga de los dos primeros episodios se reía mientras el director del hotel y la gobernanta cometían un abuso tremendo contra una trabajadora, pensando que si salían la Pujalte y Lolita esto debía ser cómico. Pero es que ni siquiera en Aída se subrayó tanto que la solución para los problemas de estas señoras no era ordenarse los chacras o calzarse a un madurito, que también, sino formar un sindicato. Y para una serie o película en las Españas que va y dice eso, pues por lo menos que no se avergüence.
Imágenes: Las invisibles – SkyShowtime
