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El cuerpo en llamas: No hace falta entender un crimen para demostrarlo

Es curioso que una ficción tenga más claro que la mayoría de documentales que las verdades judiciales existen por un motivo y que no se pueden contradecir o versionar porque sí

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El cuerpo en llamas narra de manera ficcionada los hechos probados en la sentencia del llamado ‘Crimen de la Guardia Urbana, el asesinato de Pedro Rodríguez, agente de dicho cuerpo policial barcelonés, a manos de su pareja, Rosa Peral, y Albert López, ambos compañeros de la víctima y, al parecer, amantes. El cuerpo de Rodríguez fue encontrado carbonizado tras arder dentro de su coche junto al pantano de Foix y en principio se sospechó del ex marido de Peral, pero finalmente la investigación acabó implicando a ambos guardias, que admitieron encubrimiento y se acusaron mutuamente de la autoría de la muerte.

La serie del crimen de la guardia llega con la campaña promocional previa de que la persona real en la que se basa el personaje principal, Rosa Peral, ha denunciado preventivamente a Netflix por entender que puede vulnerar su derecho al honor. Lo contradictorio es que lo hace en paralelo al estreno en la misma plataforma del documental Las cintas de Rosa Peral, aunque producido por Brutal Media, y no por Arcadia, responsable de esta versión, y donde se defiende su inocencia. De hecho la película es un visionado complementario a esta serie, aunque recomiendo ver primero la de ficción, que irónicamente lo resume todo de manera más puntilloso, y luego la documental, que lo impugna.

El cuerpo en llamas viene a incidir en el reinado de los “crímenes reales” en el audiovisual, de manera que ya contagian incluso la ficción. Uno se pregunta qué tendrá de especial precisamente el caso de la Guardia Urbana, quizás que la naturaleza de las motivaciones presuntamente sentimentales y sexuales permitía ser interpretado por actores famosos y atractivos que sirvan de reclamo (el título de la serie no es precisamente una metáfora sutil, la verdad) como Úrsula Corberó y Quim Gutiérrez. O el escenario barcelonés. Y quizás, aunque se haya perdido, que cuando alguien lo propuso había un trasfondo de análisis feminista y político sobre la susodicha Guardia Urbana, apenas insinuado en el resultado final.

Basado en movidas reales muy tochas

El cuerpo en llamas

El “basado en hechos reales” de El cuerpo en llamas es un enganche como cualquier otro, centrado en esa necesidad patológica que tenemos los espectadores por pensar que lo que vemos es “de verdad”, de alguna manera. Lo que pasa que tiene el problema de que, si siguen con vida, las personas físicas reflejadas se rebrinquen y denuncien, como ha sucedido en este caso, lo cual nos lleva al rótulo de siempre: se han cambiado cosas con motivos dramáticos, etc. Por ejemplo, Rosa Peral, la mujer real, tiene dos hijas, y en la serie solo una, por simplificar. Y se ven situaciones que ni aparecen en los hechos probados ni es posible conocer, pero que los guionistas necesitan para empastar un poco la historia.

Al menos, si no quieren que parezca una transcripción dramatizada de las actas judiciales, tipo B (2015), de David Ilundáin. Porque el equipo de El cuerpo en llamas sabe que tiene entre manos un caso de hace cuatro días —los hechos datan de 2017 y el juicio de 2020—, así que fabulan lo mínimo, no especulan con las intenciones de los personajes e incluso los momentos incriminatorios son narrados de forma subjetiva, como parte de la reconstrucción de los Mossos, aunque los interpreten en flashback los protagonistas. No es la voz de Dios, es la “opinión” de un personaje. Esta serie es el inverso de El Inmortal (2022- ), digamos, que por algo avisa solo estar “inspirada en”.

El resultado de El cuerpo en llamas es una recreación de un crimen real especialmente neutra, en la que los intérpretes tienen que darse mucha maña para que sus personajes parezcan humanos, ambiguos y creíbles al mismo tiempo. Para la serie, con el sumario en la mano, habría sido muy fácil convertir a Rosa Peral en la villana como en un telefilme noventero. Pero limitarse a contar sus vivencias conocidas, no hay indicaciones de qué pensar sobre ellos, solo se pueden imaginar sus motivos, como ocurre en el caso real. En algunas cosas parece una versión menos glamourosa de la británica La Serpiente (2021), que buscaba esa frialdad pero se atrevía a juzgar algo más a sus protagonistas.

El cuerpo en llamas es aún más aséptico, con el giro irónico de que se moja menos que la mayoría de documentales true crime que se estrenan. Se ve, por ejemplo, en el tratamiento de los dos casos judiciales previos que arrojaron dudas sobre los condenados: la presunta muerte de un indigente a manos de Albert López y la denuncia contra un superior de Peral por filtrar imágenes sexuales. En el primero nunca vemos a Quim Gutiérrez empujar a la víctima y en la segunda se insinúa que ella no tuvo un juicio justo por superponerse los dos casos. Además, nunca vemos desde ningún punto de vista cómo murió exactamente Rodríguez, ya que nunca se demostró durante el juicio.

Intimidad objetivada

El cuerpo en llamas serie Netflix El crimen de la Guardia Urbana

Dirigen Jorge Torregrossa y Laura Mañá y firma los guiones Laura Sarmiento, un equipo de recurrentes para Netflix con más mili que el cabo de Finisterre y que en el caso del primero y la última coincidieron en Intimidad (2021), solo inspirada en casos reales y con moraleja mucho más explícita. Por contraste en El cuerpo en llamas el juicio evidente sobre la conducta sexual de Peral que se produjo en la investigación se obvia, o más bien se deja como decisión del espectador. La conclusión en la serie que nos ocupa es más realista y la verbaliza la agente que interpreta Eva Llorach: condenar a alguien por un crimen no implica entender sus motivos, solo demostrar que lo hizo.

Tan neutros quieren ser que las derivas más interesantes de la trama se dejan caer, como miguitas, y luego desaparecen. Por ejemplo, la procedencia del abogado defensor del explícitamente racista, machista y clasista López, especializado en llevar casos de mossos y policías y que le dice que no se preocupe por pagarle, que lo envían “todos y ninguno”. Lo mismo para uno de los diálogos iniciales, en los que los guardias urbanos comentan la existencia de un grupo de seguratas llamados ‘Desokupa’ en el que alguno se plantea pedir trabajo.

Es decir, aquí, por debajo de El cuerpo en llamas, hay una serie que podría haber sido prima hermana de Antidisturbios (2020) —hasta comparten a Raúl Prieto interpretando un papel relativamente similar, aunque mucho más secundario—, pero que en el fondo parte de una premisa tan comercial que evita lo que su equipo sabe: que este caso serviría para ilustrar ciertas dinámicas violentas, machistas e incluso corruptas en algunos cuerpos de seguridad del Estado. Eso se puede hacer sin ofender a ninguno de dichos cuerpos e incluso con su colaboración, pero son ficciones que aún han de llegar a España (e incluso al true crime, donde debería ser más fácil).

Archivando el caso, El cuerpo en llamas es un thriller correcto y ya, pero cuyo empeño en ser “legalmente neutro” acaba volviendo único, ya que rehúye de melodramas o análisis morales muy habituales en el género, y por tanto, quizás sin pretenderlo o quizás no, de sus conclusiones conservadores. Eso implica también dejar de lado algún tipo de análisis social o político del crimen más ambicioso, lo cual acaba revelando, de últimas, las motivaciones meramente comerciales del subgénero de los crímenes reales, que necesita de restricciones legales para no acabar descarrilando en el mismo morbo amarillista de la prensa que suele criticar.

Imágenes: El cuerpo en llamas – Lucía Faraig/Quim Vives (Netflix) (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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