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Fernán Gómez se ríe del cine español en ‘El vendedor de naranjas’

La editorial ‘Pepitas de calabaza’ recupera la primera novela del director, una sátira sobre la industria de los 50 que vivió de cerca

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Publicada por primera vez en 1961, aunque alguna fuente apunte a que se terminó en 1956, El vendedor de naranjas fue la primera novela de Fernando Fernán Gómez, un tanteo al mundo literario cuando ya era un actor conocido y apenas comenzaba su carrera como director. Con editorial pequeña, autor al que el público no relacionaba con trabajos «serios» y escasa distribución, la novela ha dormido en un cajón con escasas reediciones en estos años, debido a ser menos célebre que posteriores aventuras literarias del autor. Este jueves se presenta en Madrid la cuidada reedición de la editorial logroñesa Pepitas de Calabaza– también con Azcona, Jaime de Armiñán o Cuerda en su catálogo- y Filmoteca Española con motivo del centenario fernandino.

El narrador de El vendedor de naranjas es un oscuro guionista que malvive vendiendo artículos y corrigiendo escritos de otros al que contrata la ficticia productora Pumicas y que acabará convertido en confesor del principal financiador de la misma, el productor Castro, empresario naranjero valenciano que se mete en esto del cine respaldado por los Hermanos Maristas con el objetivo de crear un estudio dedicado al cine religioso. El protagonista se las ve y se las desea para cobrar su mísero salario mientras lo pasean por lo más sórdido de la noche madrileña de los 50 y conoce a la diversa, pícara y miserable fauna del cine español del momento.

Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo han sido los encargados de un epílogo imprescindible para contextualizar la novela y atienden a las preguntas de Cine con Ñ por correo electrónico. Cabrerizo explica que «el propio Fernando Fernán Gómez quedó desengañado ante el mal resultado de la novela y decidió echar el freno a su posible carrera literaria y no retomarla hasta dos décadas más tarde, cuando su popularidad seguía siendo elevada pero su carrera en el cine y en el teatro le había dado un aura de respetabilidad de la que carecía en los 60». Hasta el éxito Las bicicletas son para el verano (1977) en el teatro y de El viaje a ninguna parte (1986) como película y novela no volvería su faceta como autor literario.

El descalabro de la novela fue tal que, nos explican los analistas, el propio Fernán Gómez «siempre recordó divertido pero con un punto de tristeza cómo algún librero le recomendó no hacer firma de ejemplares para evitar que perdiera la tarde esperando la llegada de algún lector que era prácticamente imposible se acercara por allí». Aguilar comenta que la editorial original, Tebas, era «minúscula y dedicada a los libros de historia». Luego fue el escritor y guionista Juan Tébar «quien la reivindicó, propiciando sendas ediciones en Espasa-Calpe que corregían algunas de las erratas que se habían colado en la primera». Ahora la rescatan Pepitas, la Filmoteca Española y los herederos del autor.

El vendedor de naranjas, el Opus Dei y las ayudas estatales

El vendedor de naranjas

El principal valor de la novela es «el divertidísimo panorama que hace del cine español de los años 50, un mundo que él había conocido de primera mano y desde diversos prismas, pues además de su labor de actor, en el momento de la publicación Fernán Gómez ya se había lanzado a los procelosos terrenos de la producción e incluso de la dirección«. Tambien «su adscripción al ‘humorismo’. Se trata decididamente de una novela de humor con tintes patéticos y a ratos esperpénticos, lo que la aproxima en tono a la obra literaria de Rafael Azcona, que en ese momento está aterrizando en el cine de la mano de Marco Ferreri» La Codorniz o Edgar Neville también están presentes en el tono general. Es «una actualización de la novela picaresca, «un género siempre admirado por Fernán Gómez, que lo también llevaría al cine, al teatro e incluso a la televisión con la serie El pícaro«.

El protagonista, en el fondo, es el típico personaje azconiano, pusilánime y que no sabe decir que no, al que todo el mundo pisotea. Su mirada, entre ingenua y miserable, hace un retrato sardónico involuntario de las triquiñuelas y la picaresca del mundo del cine español en general y madrileño en particular. Mencionada directamente, la empresa valenciana Cifesa se parodia como aspiración imposible de producción y distribución. Añaden Aguilar y Cabrerizo que hay en El vendedor de naranjas «una descripción muy detallada del sistema de ayudas oficiales que sostenía el sistema: los créditos del Sindicato Nacional del Espectáculo, la simpatía ideológica por determinados cineastas de la Dirección General de Cinematografía».

Quizás el chiste más directo, zascandileos con señoritas de la noche de los empresarios aparte, es la entelequia de Gólgata Films, la productora de cine religioso a la que aspira Castro en la que se reflejan Aspa Films, Procusa o Producciones Cinematográficas Rodas, proyectos nacidos al amparo del Opus Dei en los primeros 50 y financiados por empresarios de cualquier ramo menos, precisamente, el del cine. En las dificultades y la frustración del equipo de cineastas que nunca cobra y al que le cambian el guion y hasta el título cada dos días están las experiencias del propio Fernán Gómez, tanto como actor y director como las que viviría como autor de este El vendedor de naranjas que podemos disfrutar ahora como un testimonio de otra época pero también como lo que es: una novela muy divertida.

Imágenes: Fernando Fernán Gómez – Cubierta de El vendedor de naranjas. Filmoteca Española.
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