La que se avecina T13, episodios 1 y 2: La vida sigue igual

La que se avecina T13 presenta a algunos de los vecinos de la urbanización Montepinar convertidos ahora en habitantes a regañadientes del centro de Madrid. Tras la demolición de sus antiguas casas y con el escaso dinero conseguido, Amador, Agustín y compañía, incluido un Antonio Recio salido de la cárcel tras cortarle la coleta a Pablo Iglesias, se convierten en inquilinos del edificio presuntamente señorial del número 49 de la calle del Contubernio, donde tendrán que aprender a convivir con nuevos conocidos y una estricta presidenta de la comunidad.

La serie de Alberto y Laura Caballero es el principio y el fin, el Alfa y el Omega de la ficción televisiva en nuestro país. Es el canario en la mina, el termómetro, el sumsum corda. Es la serie de confort de España. Y vuelve, de nuevo, estrenándose en Amazon Prime, porque el que paga manda, aunque en abierto siga siendo líder de audiencia, dándole igual eso de que ahora hacemos en estándar europeo y con sus interminables noventa minutazos por episodio y su emplazamiento publicitario más o menos púdico. Ellos sí. Porque ellos pueden.

El peligro para La que se avecina T13, de hecho, no es el estancamiento (un poco lo ha rozado en algún momento, es imposible durar tanto sin que ocurra), sino parecerse demasiado a aquella que no debe ser nombrada. A su precuela. Su alma mater. El Alfa y el Omega de verdad. Aquí no hay quien viva. Eso se evita con algunas decisiones, aunque no se arregla del todo, pero claro, siempre hay elementos en común, de forma deliberada, entre todas las series de los Caballero, incluyendo por ejemplo El pueblo. La autoridad tiernamente ridículo, el rancio pasado de vueltas, el hippie/moderno desaforado, el bar, el jeta encantador… Cuando uno se sienta delante

Regreso al futuro

La vida sigue igual, con Amador rozando el acoso sexual con cualquier mujer atractiva que se le cruce, Antonio Recio sin limpiar pescado, Fermín estafando descaradamente a todo el mundo, referencias a Enrique Pastor para que José Luis Gil vuelva cuando él pueda y hasta Coque de regreso a una portería, como debe ser. El primer episodio tiene un despliegue de exteriores y chistes de centro de la ciudad poco habitual para la serie, pero es un espejismo, al siguiente ya es solo plató y un croma descaradísimo para darle profundidad a la calle.

Así, la serie aprovecha y hace chistes sobre precariedad laboral, gentrificación, hispters, ecoansiedad y lo que se le pone por delante. Quizás la parte de hacerse lío con los contenedores de reciclaje queda como un gag de Aquí no hay quien viva en el sentido de tener más de 20 años, pero incluso en ese caso el funcionario que advierte de la multa es el personaje del mundo serio que se cuela en el astracán para mayor escarnio. Es una vuelta a los orígenes actualizada, vamos a decir, porque son bromas que propias de la serie original si se hiciese ahora, pero pasados por el filtro mucho más burro de La que se avecina. Lo de los acentos, a qué actores se les deja el suyo y cuáles no y qué personajes interpretan, lo doy como batalla perdida, la verdad.

Lo principal de este tipo de humor, de todas formas, es que cumple más el estándar hipersensible de redes de lo que se piensa. Normalmente nunca se ríe de nadie por quién es, sino por quién pretende ser, y cuando explota el contraste entre el rancio Fermín y los vecinos hippies no binaries deconstruides no es para humillar a ninguno, sino porque es graciosa la manera de no entenderse de los personajes (con el resto de personajes condenando las actitudes de Fermín que serían reprochables en la vida real). El personaje de la Marquesa, en la misma línea y respetando la tradición berlanguiana, recibe palos por estar en la ruina pero aferrarse a su su estatus a toda costa, incluso con desprecio hacia quien considera inferiores.

Buscando el centro

Si uno ya quiere meterse en profundos análisis psicosociológicos, resulta llamativo que Aquí no hay quién viva, de 2003 a 2006, partiese de una presunta normalidad precaria que ahora hay quien le parece la Arcadia feliz, que la propia La que se avecina surgiese en el 2007 de calentamiento previo a la crisis de la burbuja inmobiliaria, que El pueblo en 2019 fuese una respuesta a las protestas de la España Vaciada y que ahora la más exitosa de las tres hable de ciudades postCovid asfixiantes y desnaturalizadas, con convivencia difícil entre arquetipos muy extremos. O sea, no quiere nada más que el equipo de guión siempre intenta parodiar la actualidad porque es lo que conoce la gente. Pero ese nada más ya es bastante.

Por otro lado, La que se avecina se devora a sí misma a la mínima. Si La Marquesa parece sacada de Bruguera -aunque nunca está claro si lo que queda anticuado es el chiste o que ese arquetipo siga siendo reconocible en nuestra sociedad-, tener a Jordi Sánchez paseando por el Barrio Salamanca tras quedarse arruinado y soltando fascistadas recalcitrantes remite directamente a Señor, dame paciencia. El actor que recibe un papel tras hacerse hiperfamoso por su papel aquí y que en la serie madre, que sobrevive a los derivados, acaba parodiando aquél. Lo que yo les diga. La cuadratura del círculo. El Alfa y el Omega. Y encima con Prime imponiendo estrenar ellos primero, como síntoma del zeitgeist.

En fin, que La que se avecina, temporada 13, lo cambia todo para que todo siga igual, con el trabajo de sus propios creadores ya como única referencia, aunque este incluya toda una tradición española de humor costumbrista y cafre. Una serie que no es la más innovadora, ni la más graciosa, pero sí la que sabe ser más fácil de digerir y con menos humo. Una serie de confort, sí, pero también de termómetro de por dónde la estamos liando cada vez. Incluyendo en Amazon.

Imágenes: La que se avecina T13 – Prime Video