Comedia de fábrica que exprime el buen olfato social de su guión y hace olvidar todo el resto
Como Dios manda: Paco Martínez Soria en el Ministerio de Igualdad

En Como dios manda Leo Harlem es Andrés Cuadrado, un funcionario cuadriculado y conservador del Ministerio de Hacienda que, de un día para otro, es trasladado al peor sitio imaginable para él: el Ministerio de Igualdad. Además de tener que quitarse todos los prejuicios y cuestionables conductas que viene arrastrando con sus nuevos compañeros, Andrés debe lidiar con el hecho de que se está separando de su mujer.
Como dios manda es una comedia española del 2023 en todos los sentidos, en lo mejor y lo peor que significa eso. Recoge un punto de partida claro y actual, vuelve a ofrecer a una directora la oportunidad de hacer una película abiertamente comercial, tiene a Leo Harlem como protagonista en un traje a medida y está ambientada en una Málaga para la publicidad y la postal. Solo faltarían más niños —que los hay— para terminar de redondear la jugada, pero por suerte Atresmedia se ha dado cuenta de que la fórmula de Santiago Segura no es infalible.
La película aprovecha la energía fresca de su planteamiento inicial, que conecta con realidades culturales y políticas del hoy en España, con un Harlem que si algo hace bien como actor es este tipo de papel en concreto que, aunque actualizado, es asimilable a los de Paco Martínez Soria en los años 60 o 70. Ese impulso se desinfla después en dejes y tejemanejes de la dirección de comedia en modo fábrica de churros. Los muebles generales se acaban salvando en un último cuarto que completa el viaje a la luz del protagonista.
El olfato y la oportunidad en la comedia española

Como Dios manda tiene algo muy importante: un punto de partida que toca temas sensibles y actuales que sí se mueven en la sociedad española. La película recoge desde el humor la toma de conciencia con problemas como la violencia machista o la LGTBifobia y su reacción en contra, que siempre ha estado ahí pero que se ha exacerbado en los últimos años por la institucionalización de esas políticas dirigidas a combatirlas. Un choque que toma múltiples formas en nuestro país y que esta comedia sintetiza y exacerba, claro, al máximo.
En la intuición y olfato del “momento social”, el guión de Marta Sánchez es asimilable al de Borja Cobeaga y Diego San José cuando escribieron Ocho apellidos vascos (2014) hace ya casi una década, en la que tocaban temas como el terrorismo y los conflictos de identidades locales dentro de España con naturalidad para reírse de ellos. De hecho el de Sánchez en Como dios manda tiene un punto incluso más arriesgado porque la dupla de guionistas llevaban tiempo haciendo ese mismo tipo de humor en la televisión vasca.
El giro de Sánchez, pese a que comedias como Espejo, espejo (Marc Crehuet. 2022) o Machos Alfa (Alberto y Laura Caballero, 2022-…) ya hayan tratado estos asuntos, está menos ensayado porque se atreve con su dimensión política comunitaria y no solo su parodia individual. En ese sentido, es interesante la comparación de Como dios manda con Ocho apellidos vascos porque es una de las comedias que en su planteamiento de base —tan importante en lo directo que ha sido siempre el humor español mainstream— mejor entiende el por qué funcionó tan bien aquella. No era tanto la fórmula de la explotación de las realidades locales, que tenía su punto, sino esa sensación de tocar la tecla “en el momento justo en el lugar indicado”.
Reírse de, reírse con

Después de algunos gags acertados que colocan siempre en esa posición incómoda de reírse de o con, tan del gusto del público que no le busca demasiados pies al gato, también es cierto que Como dios manda empieza a entrar en barrena, tanto por repetición del concepto inicial como por la dirección de la película. Ya sea por inexperiencia o simple dejadez comercial, Paz Jiménez se deja llevar por un planificación demasiado perezosa, con trucos y transiciones televisas en las que se nota demasiado o el cartón o la prebenda con el patrocinador de turno.
En cualquier caso, el clímax final con el Orgullo de fondo devuelve algo de dinamismo al montaje y brillo al guión de Sánchez, que se termina cerrando de una forma que dejará con la sonrisa un poco helada al que llevaba riéndose una hora y media orgulloso de las ocurrencias y líneas cafres reservadas a Leo Harlem. Su colofón la distingue así un poco del tratamiento clásico de la comedia española (a la que esta película claramente hace referencia), que por tradición siempre se suele cuidar de no trazar líneas o moralejas claras para no incomodar a su público.
Como Dios manda queda así como una comedia que, en cualquier otro caso y por sus hechuras añejas, sería una más del saco que nos intenta vender cada año Atresmedia o Mediaset en una versión modernizada de Hay que educar a papá (Pedro Lazaga, 1971). Pero ese puntito extra de valentía a la hora de leer el momento cultural tapa muchas de su mediocridades. No moverá de sus prejuicios ni exigencias ni al público casual que la disfrutará ni al cinéfilo de salón que la mirará por encima del hombro. Por eso mismo se podría decir que funciona.
Imágenes: Como dios manda – Warner Bros España (Montaje de portada: Cine con Ñ)
