Una serie que suena muy vista, pero que guarda en su interior el potencial para un pasito más en la comedia popular de derribo
En Machos Alfa cuatro amigos que ya pasan de los 40 se encuentran en crisis vitales de diferente tipo: uno despedido, otro recuperándose de un divorcio, un tercero al que su novia propone abrir la pareja y el cuarto en plena pitopausia frustrando a su mujer con su falta de apetito sexual. Problemas que agravan por su actitud que sus mujeres e hijas califican, vamos a decir, de algo machista o anticuada. Así que deciden ponerle remedio apuntándose a un curso de nuevas masculinidades para poder deconstruirse, con catastróficos resultados.
Lo interesante en Machos Alfa es ver a Alberto y Laura Caballero, los responsables de Aquí no hay quien viva, La que se avecina y El pueblo, salir de su zona de confort y rodar una serie directa para el streaming, con el estándar internacional de los 30 minutos para comedia en lugar de los 70 del prime time del abierto en España y, además, con unos medios materiales más amplios y la correa suelta para la sátira al no tener que hacer pesca de arrastre con un público generalista, o al menos, solo «generalista de Netflix».
Vaya por delante que como visionado de prensa solo hemos podido ver tres de los 10 episodios que componen Machos Alfa, y es posible que algunas tramas tengan truco. Por otra parte, exige la generosidad de pensar que La que se avecina es un producto que sigue estando bajo control de Mediaset y Telecinco, y no de Prime Video, cosa que se podría discutir. En cualquier caso, si los creadores del «merengue, merengue» y «¿quieres salami?» de Amador «el borderline» han escrito una serie sobre desconstruir la masculinidad, bueno, habrá que echarle un vistazo con… suma prudencia.
El humor «Marca Caballero» en 30 minutos

Y sí, los dos cambios se notan. En primer lugar, se nota que la inversión es mayor y eso repercute en más variedad de localizaciones, por un lado, y una narración un poquito más elaborada, por otro. Incluso permite chistes visuales vía movimientos de la cámara o el encuadre que en otras circunstancias no eran viables o solo les habíamos visto en El pueblo. Y comprimir el tiempo permite centrarse en menos tramas y más apuntaladas, claro. Hay enredo, pero no vodevil. Eso no es ni bueno ni malo, simplemente es.
Quizás lo decepcionante es que, excepto en un par de detalles que comentaremos en seguida tratando de no reventar la trama, la elección de arquetipos parece bastante plana. Parecen personajes y situaciones de… de… de comedia de Netflix. La locura de La que se avecina o Aquí no hay quién viva permitía naturalizar situaciones que en otras producciones se ignoraban o presentaban como aberrantes. Algo que, debates sobre diversidad aparte, resulta divertido porque no lo has visto ya mil veces. En Machos Alfa, aunque se busque el girito a cada uno, no se logra, y, por ejemplo, el personaje de Gorka Otxoa parece el mismo de Pagafantas pero con 15 años más, así que se siente como un chiste que ya nos sabemos.
Pero, ojo, repetimos que solo hemos visto tres de 10. Hay un detalle en uno de estos episodios en el que se representa el deseo y la sexualidad activa de las personas de la tercera edad, así como sus cuerpos, con una naturalidad extrema y demoledora. Y la gracia no es que dos (o más) ancianos disfruten de sus cuerpos, sino la reacción completamente infantil de otro personaje que es el realmente ridiculizado. Un solo gag de esta serie, que no parece particularmente feminista aunque lo diga la sinopsis, acaba resultando más subversivo que el metraje entero de otras que van de revolucionarias.
Clases de hombres y hombres sin clase

Cuando se estrenó El test, algún análisis planteaba que era una película sobre la crisis de la pareja monógama heterosexual. Ni se planteaba que, voluntariamente o no, era una historia sobre diferencias de clase: la pareja «rica» no podría torturar psicológicamente a la «pobre» si se encontrasen en un plano de igualdad material. Machos Alfa, que se anuncia como una serie sobre la crisis de la masculinidad, es una serie, aunque no lo admite explícitamente tampoco, sobre problemas materiales. Todas las cuitas de sus protagonistas son económicas: el embargado que empalma crisis desde 2008, el parado, el divorciado que con la custodia de la hija se juega la casa (al menos es «buen padre», aunque su «ex cabrona» sea un tópico ranciete) y el casado estable pero sin vida propia, ni siquiera sexual, más allá de hijos y trabajo.
Esto es adecuado porque, a pesar del pijerío que impregna los modelos vitales que presenta la serie porque, bueno, es una comedia de Netflix, lo que se les da bien a los Caballero no es lo de los roles de género ni el análisis del momento socioeconómico, no. Lo que clavan es, en la mejor tradición del humor costumbrista español, reírse de ciertos tipos sociales aspiracionales, en este caso una aspirante a influencer, llevado al absurdo… Y antes de que me arruguen ustedes la nariz: aunque queda retratada, más o menos, el chiste no es ella, sino las reacciones ridículas de su pareja. La suma de todo apunta a interesante comentario que a saber si es buscado, aunque pinta que sí: la interdependencia del ego masculino básico y la economía, el money, el parné, la pastuki.
En fin, por ir volviendo a casa, que empieza el fútbol y tengo una litrona de Cruzcampo en la nevera: Machos Alfa, la mayor parte del tiempo, suena a muy vista y, aunque gana calidad técnica, pierde algunas de las cosas que distinguían a las series de Alberto y Laura Caballero. Pero en su interior guarda el potencial para un pasito más de atrevimiento en esa comedia popular de derribo que han estado rozando durante 20 años, la revolución desde lo costumbrista que en algunos aspectos casi fue Aquí no hay quién viva. Es posible, entonces, que Machos Alfa, más que deconstruir la masculinidad de nadie, deconstruya las mordazas que otras lógicas comerciales han impuesto a sus creadores. Y eso merece una oportunidad, aunque sea una sola.
Imágenes: Machos Alfa – Netflix
