Dramedia fresca y reivindicativa, Alejandro Marín recoge códigos anglosajones para traérselos a una nueva historia perdida del paso de la dictadura a la democracia
Te estoy amando locamente: Bien de ‘pride’ en la Transición

Te estoy amando locamente nos lleva a la Sevilla de 1977. Miguel, Miguelito (Omar Banana), va a llegar a la mayoría de edad y su madre, Remedios (Ana Wagener), espera que se inscriba a la facultad de Derecho. Pero Miguel tiene la ilusión de ser artista y participar en un programa de televisión y actuar en directo. Su pasión por el espectáculo le introducen en un mundo que desconocía y se está organizado en Andalucía para reivindicar sus derechos: el de las personas LGTB. Un movimiento al que, sin saberlo, Miguel pertenece y empieza a descubrir.
A través de una historia de amor materno-filial,Te estoy amando locamente (que continúa esta bonita tradición de reutilizar títulos de canciones) rescata del sumidero de la historia los orígenes del movimiento LGTBIQ+ en España en plena Transición Española. Era un momento en el que brotaba la lucha cuando ni siquiera se sabía nombrar a sí misma, aunque la urgencia provocaba invariablemente la opresión institucional —amparada por la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social— y la discriminación social.
Alejandro Marín firma su primera película como director en solitario —antes había hecho la colectiva La filla d’algú (La hija de alguien) y la serie Maricón perdido—, y le sale bien una jugada difícil. Conviven sin problemas el puño cerrado y la ligereza, la reivindicación colectiva e histórica con unos personajes individuales de carne y hueso que sufren, pero que también ríen.
El cóctel de la película histórica anglosajona

El concepto de Te estoy amando locamente mete muchas bebidas en el cóctel: una comedia coral, un filme histórico y un drama familiar, una propuesta reivindicativa, pero con toque luminoso y celebrativo. Es una película de fondo duro pero que resulta accesible, con un lenguaje narrativo confortable y con encaje comercial. Marín sabe que tiene jugar a todos estos niveles y los equilibrios le salen bien: es divertida, es emocionante y su mensaje queda alto y claro (tanto que lo de recalcarlo no hacía falta).
Para conseguirlo, la película se rehace a códigos anglosajones que podemos ver en dramas o musicales —hay mucho de musical y de videoclip en Te estoy amando locamente— históricos: tener muy claro cuál es el núcleo de la película (el eje madre-hijo, con su relación y sus personajes claros) y sobre ello construye distintas líneas que se van sumando y entrelazando con ese core principal. Las interacciones se mantienen cómicas, pero el trasfondo de violencia estructural es muy serio. Eso va compensando a un lado y a otro para no perder el sentido y la reivindicación pero no resultar demasiado “pedagógico”.
En ese sentido de aunar lo feel-good con lo reivindicativo y rescatar historias anónimas, Te estoy amando locamente es más inglesa que norteamericana —ahí son más de la reconstrucción del gran hecho histórico y el biopic—. Está el referente claro, también temático, de Pride (2014), pero en fondo y formas también caben películas como Pago justo (2010) o Sufragistas (2015). Por supuesto, tampoco falta la querencia estadounidense de enraizar la lucha colectiva por los derechos civiles con los dramas personales o familiares.
Estar a la altura de los horizontes

Con su especial atención por las secuencias clave y el amor por sus personajes, con una Ana Wagener que por fin brilla mucho rato con luz propia, Marín maquilla lo abrupto que puede resultar su final y entrega una película que está a la altura de lo que está contando y propone un horizonte colectivo en una clave esperanzadora. Todo sin caer en la tentación de idealizar demasiado nada de lo que ocurre ni darse por satisfecho en la mirada al presente que nos devuelve el pasado.
Es evidente que a esta película no se le pueden pedir mucho detalles o el máximo rigor histórico al contar lo que sucedió. No lo pretende ni en el tono ni en lo que acaba reflejando. Sería incluso insultante que una película así ambicionara a explicar la muy compleja y variada eclosión del movimiento y el activismo del colectivo en los años 70 en España. Lo que propone Marín es más bien una ficción con un lenguaje fácilmente asimilable por todos que pueda transmitir el nudo gordiano de lo que estaba pasando, también para alguien que no lo vivió.
Te estoy amando locamente se suma a películas muy recientes, como Modelo 77 o Las buenas compañías, que nos cuentan historias de la Transición que no se habían contado hasta ahora o que se habían dejado en un discreto segundo plano. Alejandro Marín ha conseguido hacerlo a su estilo, mostrando todo lo que tiene de combativo y reluciente la historia de lucha LGTBI en todo el mundo. Una dramedia con acento sevillano y muy nuestra, pero que sabe rehacerse en lecciones aprendidas de fuera y apelar a afectos universales. También se pueden hacer este tipo de películas en España.
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