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Las buenas compañías: Lo que no se decía entonces

Al estilo de ‘Modelo 77’ pero desde el drama, el coming-of-age y con mucho humor, la película recuerda a quienes lucharon por las libertades actuales pero se quedaron fuera de la foto, como las mujeres que trajeron el aborto libre y seguro a España

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Este redactor pudo ver Las buenas compañías en su pase de prensa con público del Festival de Málaga, donde compitió en Sección Oficial y recibió el Premio del Jurado Joven. El público rió y lloró cuando tocaba y tuvo su momento de aplauso. Los dos individuos sentados a la derecha de quien escribe no participaron en él, dos hombres con edad para recordar con nitidez los tiempos que recrea la película. Refunfuñando un poco, uno comentó al otro: «Esto es que está pasado de moda, qué pesados son». Quien les habla recordó escuchar una sentencia similar, e igual de estúpida, cuando vio Modelo 77, de Alberto Rodríguez, en Madrid. Pero vamos por partes.

Bea tiene 16 años, le gusta tocar la guitarra y vive con su madre en Errentería. Es 1977, su padre está en prisión a la espera de una Ley de Amnistía que nunca llega y ella milita en un grupo feminista que ayuda a mujeres a pasar a Francia para tener abortos seguros. También pelea por la libertad de las Once de Basauri, un grupo de mujeres clave en la lucha por el aborto libre en España. Todo cambia cuando Belén, su tía, intenta un aborto clandestino al mismo tiempo que Bea conoce a Miren, la nieta de la mujer en cuya casa limpia su madre.

Las buenas compañías es la primera película de ficción para cine de Silvia Munt desde 2008, cuando estrenó Pretextos. Entre medias sus trabajos tras la cámara han sido o bien documentales o filmes para televisión. En este caso estamos ante una película de época que mezcla drama y denuncia social, emparentando protestas de la Transición con las actuales, sí, y dándoles un giro para puntualizar que no todo fue aséptico o ejemplar y que recordarlo no significa impugnar todo el proceso, solo aprender de dónde venimos.

Modelo, 77

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Las buenas compañías es una película muy bien narrada y que llega a ese mínimo, bastante alto, de recreación de época que alcanza ya nuestro audiovisual si se lo deja dentro del siglo XX, a lo que suponemos que debe ayudar que Errentería no haya cambiado demasiado físicamente en estos 40 años. Como decíamos, Munt muestra sus dotes al expresar ideas y sentimientos complejos a base de encuadre, composición o la mirada de sus intérpretes, con Alicia Falcó desvelándose como una gran actriz, sin tomar en ningún momento al público por tonto pero explicando todo bien claro.

Hay momentos muy destacados de puesta en escena y planificación al servicio de la narración y de la idea, como la confesión en el tren de la bruja, la conversación silenciosa entre madre e hija a través del retrovisor o, bueno, algún detalle más, como Bea comprando billetes de autobús, que no podemos revelar sin destripar la trama. Son escenas que podrían haber sido mucho menos sutiles, incluso ridículas, rodadas de cualquier otra manera, pero en Las buenas compañías consiguen implicar al espectador rozando el minimalismo narrativo al contar mucho con muy poco.

Las buenas compañías es un drama, con final más o menos feliz si comprendemos las experiencias de quiénes está encarnando Bea, pero que se permite un sentido del humor muy fluido y natural que también se agradece. El naturalismo con matices de Las buenas compañías hace que cuando aparecen protestas sean momentos de más tensión o confusión que épica, la solución fácil, o que cuando se presentan los primeros escarceos amorosos de algún personaje tengan la mezcla de torpeza, ilusión y miedo propia de la edad, más que la tendencia a la fantasía sexual adulta de otros lares.

Las once y Basauri

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Enlazando con el principio, la comparación con Modelo 77 viene a cuento de cómo estas dos películas, hace 15 ó 20 años, habrían arrasado en críticas elogiosas, premios y pajas mentales. Solo que llegan ahora, no superadas, porque por mucho que nos empeñemos el arte no funciona así, solo en un contexto que no les es del todo favorable. La cuestión es que si se estrenan en 2022 o 2023 es porque hace 15 ó 20 años no eran posibles. Durante casi tres décadas, las que van entre los primeros 80 y los 2010, el relato de la Transición en el audiovisual fue siempre desde unos determinados puntos de vista y con pocas aristas.

Y no hablo tanto de representación de las minorías, aunque aquí hay una concreta que ha tenido siempre poca representación y muy estereotipada, sino de dejar de lado muchas historias incómodas y con resolución ambigua, como las de los presos que no eran políticos o las mujeres de Basauri. Historias, además, de clase obrera, circunstancia de Bea y su madre que la película nos recuerda constantemente, tanto al presentarnos a la segunda de rodillas fregando suelos ajenos como cuando parte del coming-of-age de la primera es aprender que para ciertos ricos los pobres son siempre unas vacaciones o una herramienta.

Cruzando la frontera de vuelta, digamos que el relato de la Transición hace tiempo que dejó de ser el de un botones que acaba de guardaespaldas del Rey y una chica bien enamorada de John Lennon. Ahora se pueden rodar películas sobre esas historias dejadas en los verdaderos márgenes las cuales explican de dónde vienen muchos derechos y libertades que en las historias de los niños de buena familia que antes copaban el relato eran secundarias o caían del cielo como la lluvia, que nadie sabe por qué. Solo que sí se sabe, sí había un por qué, y eran mujeres como las de Errentería o Basauri, defendiendo sus vidas y las de sus hijas.

Imágenes: Las buenas compañías – Filmax
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