Manolo Caro ha dirigido una broma tan sencilla como elaborada que, por ambiciosa que sea en su tontería, puede que no funcione muy bien en formato serie
Érase una vez… pero ya no: Mamarrachismo power

Érase una vez… pero ya no va de… uf, a ver cómo explicarles esto. Un cuento tradicional dice que en el pueblo protagonista una princesa y un pescador se enamoraron pero él fue traicionado y asesinado en la guerra. Como quiera que había pedido a la bruja que lo protegiese de que su amada se fuese con otro, sobre el pueblo cayó la maldición de que nunca nadie volvería a enamorarse hasta que la pareja se reencuentre. Seis siglos después, el dragón mágico que protege el hechizo es una atracción turística y la reencarnación del pescador debe adivinar quién es la reencarnación de la princesa para romper el maleficio.
Más o menos, pero con canciones, la serie va de eso.
Porque, mejor que sea yo quien se lo diga a ustedes, esta serie es una mamarrachada. Y lo sabe. O sea, es mamarracha a propósito, conscientemente. Su propósito último es ser mamarracha. Si el cartón piedra, los pelucones, el vestuario imposible y los diálogos propios de un frenopático lo sacan a usted de la ficción que está contemplando, no es su serie. Si los tolera, disfruta e incluso promueve, sobre todo si incluyen números musicales drag y La revolución sexual como leitmotiv, bienvenido a casa.
Probablemente a su director, Manolo Caro (La casa de las flores, Alguien tiene que morir) le van a llover guantazos por la propuesta de Érase una vez… pero ya no, tan inane en lo que cuenta como elaborada en el cómo lo cuenta, aunque parezca a veces lo contario. Antes de meternos en harina, diremos que una de sus principales virtudes es que se ve volando, a razón de seis episodios de 25 minutos en los que se ponen a cantar a la mínima (el primero es poco representativo en ese sentido) y todo tiene el tono despreocupado de un musical sinvergüenza (que no sin vergüenza).
Crítica Érase una vez… pero ya no sin spoilers

Hay cierta tendencia a juzgar a Caro como autor no por lo que hace sino por lo que determinados críticos o sectores del público consideran que debería hacer. Lo cierto es que, dentro de ciertos puntos en común como puedan ser la reflexión metalingüística, el culebrón modulado, la diversidad -con protagonistas normativos, que esto es Netflix- y la retranca posmoderna, Caro cambia de registro según le apetece y no ha hecho dos trabajos iguales. Si La casa de las flores era una parodia del culebrón tradicional y Alguien tiene que morir un homenaje a Buñuel y el cine clásico mexicano mezclado con un alegato contra la intolerancia, la futura Sagrada familia será otra cosa, diferente, probablemente más cercana al melodrama.
De manera que Érase una vez… pero ya no no es nada de todo lo anterior. Es una broma, una gamberrada, que te puede gustar o no, pero que habrá que juzgar según sus propias reglas. Quizás no las acaba de cumplir, de acuerdo, pero serían entonces dos cuestiones separadas. Por cierto, hablamos de una broma pensada para petarlo a ambos lados del Atlántico a un nivel popular, lo cual quiere decir que lo que nos apetezca ver en Malasaña para sentirnos intelectuales no es una prioridad, algo que igual sería conveniente recordar a la hora de enfrentarse a determinados productos.
El principal problema de Caro, de hecho, es cómo tiene cierta tendencia a validar las normas narrativas y temáticas que se supone que quiere impugnar. Como comentábamos antes, esto es Netflix, y los protagonistas acaban siendo fornidos donceles y bellas mancebas cisheterosexuales más normatives que ver el Madrid-Barça con los amigotes mientras se habla de las tetas de Scarlett Johansson. Si el tono que vende el producto es otro, se produce la disonancia cognitiva.
Caro parodia los géneros populares y los encaja en los nuevos formatos, de la manera que puede o le parece según la ocasión. La cuestión es si el mamarrachismo implícito de cierto tipo de musical escénico, que no es que se le perdone, es que es lo que se espera del mismo, puede funcionar en formato serie de televisión. Sobre todo porque el acabado y la escenografía de Érase una vez… pero ya no parecen baratos o casi amateur, y por muy bien que se defienda el reparto, el guión puede chirriar representado fuera de determinado contexto. De hecho el dragón de CGI queda peor que el Pokemon Satánico de Feria: La luz más oscura, que ya es decir.
Extraordinario, inusual… pero no tan fantástico

Es más: un musical… ¿no debería tener más canciones? Es probable que el principal reproche que se le pueda hacer a la diversidad mamarracha de Érase una vez… pero ya no es, precisamente, que no sea aún más diversa y mamarracha. Que no vaya a tope con la maquinaria y haya varias canciones por episodio (para algo más de medio reparto es de cantantes que en lo de actuar solo van regulinchi y luego esté Etxeandía para humillarlos), que el contraste entre la realidad/actualidad y el pasado/fantasía cante el triple y que los diálogos medievales lleguen a las excelsas cotas de ridiculez de un, qué te digo yo, Los caballeros de la mesa cuadrada -guiño, guiño- o un La venganza de don Mendo -codazo, codazo-.
Por otra parte, entrando un poquito en la historia en sí de Érase una vez… pero ya no, aunque las referencias a cuentos «clásicos» como La Bella y la Bestia o Barbazul, e incluso a la Biblia o La flauta mágica versión Kenneth Brannagh -y yo ya veo fantasmas, hasta a Miyazaki-, son evidentes hasta el punto de que a veces te los refriegan un poco por la cara, en ocasiones los elementos se ponen un poco porque sí. Como ya estamos elaborando la forma y un determinado tipo de humor, pues espolvoreamos -tocotó- cuatro cosas que huelen a tópico Disney y listo. Y, de nuevo, rompen el conjunto de lo que podría haber sido una cachondada mucho más redonda dentro su misma propuesta.
Por dejarlo aquí, cuando aún podemos ser felices para siempre, resumiremos que Érase una vez… pero ya no es interesante en dos maneras: si uno se la toma a coña y se mete de lleno en el carnaval que propone o si se para a ver la habitual tendencia a superponer géneros populares y referencias del autor. Si pide un musical con pujos de alta cultura o series de esas de ver con el ceño fruncido, pues no, pues lo normal es que no te guste. Pero es que esto no quiere ser una obra maestra, solo un cuento al revés en el que se ven culetes.
Imágenes: Érase una vez… pero ya no – Netflix
