Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, tras biografiar a Umbral o Raphael, se mimetizan en este documental con la figura de José María García para entregar una historia hiperbólica e impactante
Supergarcía: Hago siempre lo que quiero

Supergarcía resume en tres episodios, por boca del propio interesado pero también de compañeros de trabajo, colaboradores, detractores o directamente enemigos la trayectoria profesional de José María García, periodista deportivo y presentador radiofónico de aura cuasi mitológica, clave en la industria y la influencia del medio durante más de dos décadas y azote de la corrupción en el mundo del fútbol, aunque también acusado de excesivamente agresivo, marrullero, incluso faltón, y de llevar a cabo prácticas no siempre éticas en su profesión.
Charlie Arnaiz y Alberto Ortega dirigen un guión de Isabel Paniagua para intentar poner orden en el caos y reflejar, en la medida de las tres horas posibles, la leyenda del devorador de directivos. El ego elefantiásico del personaje hace el resto, porque está dispuesto a admitir tanto lo bueno como lo malo para demostrar que no tiene miedo a nada. Supergarcía, en fin, es una serie documental en la que todo va muy rápido y siempre es exagerado e impactante, como le gustaban las noticias a su protagonista.
Parte del morbo está en que hace nada Movistar Plus+ canceló una serie, Reyes de la noche, que contaba esto mismo que aquí desarrolla el propio Supergarcía pero ficcionado, con Javier Gutiérrez interpretando a un personaje claramente basado en el locutor e imitando sus manierismos. Lo cierto es que aunque era comedia y todo se construía a base de exageraciones, el ficticio Paco ‘El Condor’ era un personaje retratado como honesto y humano, aunque sea un cafre obsesionado con el éxito, un poco una versión cañí del jefe de Spiderman.
La leyenda de El Jefe

La cuestión es que si esta serie es una especie de concesión ante el enfado de García al verse retratado en la parodia —es decir, otro episodio de la leyenda de Supergarcía, el locutor deportivo al que cogía el teléfono el mismo Juan Carlos I—, no lo parece porque cuenta… lo mismo. La figura de García queda más o menos en los mismos términos, aunque sin desvelarse pasteleos impropios que la parte ficticia sí podía retratar, y su guerra contra José Ramón de la Morena simplemente es un poco más chabacana y menos graciosa.
Se deja más que claro el peso industrial de su éxito, el cual, como dice Pedro Ruiz, básicamente inventó la medianoche como franja anunciante y de audiencia a partir de ir creciendo desde la sección de deportes del Hora 25 de Cadena SER. La forma de hacer periodismo de deportes o radiofónico cambio después de él y se mantuvo así durante más de 20 años, además de seguir influyendo en la actualidad. Y no era solo el futbolismo delirante de nuestros días. Como recuerdan periodistas como Pedro Simón, ‘Butanito’ era capaz de mantener pegada a la radio a España contando corruptelas de la Federación Española de Bádminton.
Porque claro, la diferencia entre José María García y el actual periodismo mamporrero que se puede leer en polémicas como el ‘Caso Negreira’, la Superliga o los insultos racistas a Vinicius —que son, de últimas, todos la misma disputa de Madrid y Barça contra la LFP— es que él daba espectáculo y buscaba la audiencia, pero también destapaba escándalos reales, que investigaba o le filtraban por su aura kamikaze. Si era compromiso con la verdad, ego, negocio o un cruce de los tres, poco importa. El propio Supergarcía, que se moja, pero poco, no lo tiene claro.
Los biógrafos de España

Charlie Arnaiz y Alberto Ortega recibieron este encargo, supuestamente una jugada de desagravio por una parodia no bien digerida, todavía relamiéndose del éxito de Raphaelismo, serie documental mucho más agradecida de rodar que esta. La pareja de directores se ha convertido en especialistas en cartografiar la cultura de un país y los vasos comunicantes entre el tardofranquismo y el ahora a base de biografías, y este Supergarcía contrasta con el biopic de Raphael o el largo nominado al Goya Anatomía de un dandy, en este caso dedicado a Francisco Umbral, porque no busca el retrato relajado. Se mimetiza con el personaje y otorga un relato eléctrico, a sobresalto por secuencia, no apto para abrazafarolas, demostrando la capacidad de adaptación de los directores.
La serie, además, es densa, pero ágil, ya que consigue encajar la prolífica y sobre todo más que entretenida carrera del interfecto. Solo el primer episodio salta entre su cese de RTVE en los 70 por meterse con el presidente del Oviedo —que era primo de Carmen Polo, la esposa de Franco—, su campaña contra Pablo Porta —Pablo, Pablito, Pablete, presidente de la Federación Española de Fútbol en los 80—o el 23F, además de mostrar su afición al fútbol sala y admitir, en un alarde de honestidad quizás necesario, que Movistar Plus+ le patrocina al Inter Fútbol Sala, el club que fundó y del que aún hoy es propietario. Es decir, que por si no quedaba claro, todo queda en casa. Solo es que es la casa de García, y ahí todo es posible.
Devolviendo la conexión, Supergarcía es interesante porque no podía no serlo, dado que simplemente contar cronológicamente la carrera del protagonista incluso sin su participación ya produce taquicardia. Que además el interesado esté presente, respondiendo en montaje paralelo a algún recado de sus muchos detractores, y los directores hayan optado por una narración que va adelante y atrás en el tiempo para dejar claro todo lo que abarca su influencia, lo mejora. No es un documental canónico, no es un biopic amable. Solo es José María García.
Imágenes: Supergarcía – Movistar Plus+ (Montaje de portada: Cine con Ñ)
