Los hermanos Coira firman un suspense sobresaliente que desmonta los clichés del género mientras retrata sin cortapisas el lugar en que se ambienta
Rapa: Que salga humo por la chimenea

Rapa sigue el caso del asesinato de la alcaldesa de Cedeira, un pequeño municipio de Galicia cercano a Ferrol, el cual se produce coincidiendo con la celebración de la tradicional rapa das bestas. Una oficial de la Guardia Civil suspendida y un profesor de instituto investigan un caso que se mezcla con la disputa política por la sucesión de la fallecida, los secretos de los vecinos y la especulación con una posible mina en los terrenos comunales del municipio.
La serie de Fran Araújo y los hermanos Coira (creada y escrita por Pepe Coira y Fran Araújo y dirigida por Jorge Coira y Elena Trapé) ya presentó su magnífico primer episodio en el Festival de Málaga. Sus credenciales son las dos temporadas de Hierro y el habitual dominio de los hermanos del género negro. En este ocasión han desarrollado algunas de las ideas que ya presentaron en la serie ambientada en Galicia y optado por un policial tan naturalista y pegado a la realidad que casi ni resuelve el caso ni cierra del todo sus tramas e incluso se burla un poco del deseo de ver cómo todas las piezas encajan.
Digamos que en Rapa los Coira se convierten en nuestros Coen, aunque sin su sentido del humor o con uno aún más sutil y negro que el de los norteamericanos, en el sentido de que deciden saltarse todas las convenciones de este tipo de historias. Esto no es un Broadchurch gallego ni aspira a ser la siguiente “serie que te mantendrá pegado al sillón”, sino más bien una mezcla del reflejo más naturalista posible de cómo esta clase de asuntos pueden enquistarse en la vida real y una reflexión de por qué nos atraen y cómo se nos cuentan cuando se trasladan a la ficción.
Crítica de Rapa con ligerísimos spoilers

En Rapa, de hecho, y esto no es spoiler del todo, hay algún eco de Muerte en León (2016) y Muerte en León: Caso cerrado (2019), tanto de los dos documentales de Justin Webster como del caso real que recogen y su recorrido policial y judicial. También de los actuales conflictos mineros en zonas de Galicia, León o Extremadura, aunque adaptado a las propiedades comunales de algunas parroquias de la zona, y a casos de corrupción más o menos conocidos. Hay un poquito de todo, junto pero no revuelto, y es al mismo tiempo es muy importante para el caso real y completamente irrelevante.
Una de las claves de Rapa está en sus dos protagonistas, investigadores atípicos que se van intercambiando roles a lo largo de la serie, y del manejo del paso del tiempo. Son cuestiones que ya vienen de sus anteriores trabajos y hablan de un equipo creativo muy seguro de lo que hace y que se puede permitir el lujo de tener su propia obra como referente. La búsqueda del naturalismo en el noir hace que los seis episodios abarquen los periodos de tiempo necesarios, en lugar de concentrar duración y espacio en los límites de la miniserie de forma, si no poco realista, al menos demasiado conveniente.
Así, tenemos a uno de los investigadores que es, en el fondo, un fan del suspense completamente amoral, en parte uno de esos detectives que solo busca la resolución matemática de los hechos y en parte un amateur torpe y lleno de prejuicios que la lía a cada paso que da. Y una sospechosa que se utiliza para hablar de las pequeñas corrupciones locales, el drama de los cuidados en según que situaciones de vulnerabilidad y el machismo cotidiano. No son admirables o nobles, como la jueza Montes o incluso Díaz en Hierro. Lo mismo para el trauma de la agente de la ley, que, siendo un tópico, se desarrolla de manera que puede ser compartido por la audiencia, porque sucede durante la serie, no antes, y con un propósito narrativo, no como excusa.
Motivos personales, no económicos

Todo al servicio del título, de la rapa, de esa idea del choque entre las tradiciones, el paso del tiempo y lo que creemos que nunca cambia en municipios como el de Cedeira. De nuevo lo mejor, como siempre en el género negro, es la ambientación y lo que se quiere decir sobre los problemas que se reflejan a través del caso de turno, pero en este punto la búsqueda de la naturalidad es tal que algunas tramas ni siquiera se cierran, solo se paran en el momento en que el caso principal termina. Ni siquiera la historia personal de los personajes tiene una conclusión clara. Esto es lo que pasa, y ya.
A algunos niveles Rapa es una gran serie política, aunque esa parte solo sea una de las subtramas. Probablemente es de las historias que mejor ha explorado, digamos en tono “serio”: esos chanchulleos municipales que marcan el día a día de muchos ciudadanos, los cuales acaban viéndose forzados en una medida u otra a actuar como cómplices para sobrevivir. Solo queda el tema de cómo en estas series la cuestión de los recursos y el extractivismo es central o excusa, como en Sequía. Y es que, por dos veces, lo político evita que las las razones del asesinato sean investigadas cuando son cuestiones personales.
De alguna forma es una manera de exponer esos conflictos desde la asepsia que requiere la actuación policial -como la judicial en Hierro– pero transmitírsela al espectador desde el guión, no desde el amaneramiento formal. También es un intento, lógico comercialmente pero también discursivamente, de no echar a nadie ni posicionarse en el conflicto, en este caso entre la mina y la rapa, con personajes antipáticos en ambos bandos, aunque una protagonista sí esté más posicionada.
En fin, Rapa es una de las mejores series de lo que llevamos de 2022, recogiendo los elementos que hacían buena a Hierro y llevándolos un poco más allá, con el mérito de intentar acercar el thriller, ese género “por defecto” de la ficción que aspira a ser “de prestigio”, a un naturalismo real y no impostado. Por otro lado, a través de dos de sus personajes principales, es una reflexión sobre nuestro propio papel como lectores del policial, tanto del ficticio como del real, y las expectativas personales que proyectamos en el mismo.
Imágenes: Rapa – Movistar Plus+/Jaime Olmedo
