1. Críticas
  2. El sueño de la sultana: La dificultad de universalizar el feminismo sin exotizar a la otra

El sueño de la sultana: La dificultad de universalizar el feminismo sin exotizar a la otra

Isabel Herguera debuta en el largometraje con una propuesta ambiciosa temáticamente y formalmente que se traba al intentar universalizar desde las diferencias culturales el mensaje feminista

El sueño de la sultana: La dificultad de universalizar el feminismo sin exotizar a la otra 1

El sueño de la sultana es un cuento de la escritora bengalí Begum Rokeya Hussein publicado en 1905 que fabula un país utópico gobernado por las mujeres y en el que los hombres están relegados al interior del hogar. Más de un siglo después Inés, una directora de animación española de viaje en la India, lo descubre por casualidad al entrar en una librería. A partir de ahí empieza un viaje de búsqueda de Begum y su obra que aclare las dudas de Inés sobre su vida, su carrera, su realidad como mujer y su relación con Àmàr, su amante indio.

Se estrena en San Sebastián esta película de animación que ya logra un hito al ser la primera del formato y de producción europea, y por extensión española, en ser seleccionada en Sección Oficial y competir por la Concha de Oro. Llega de la mano, entre otras, de Uniko Producciones, firma responsable de las películas de Alberto Vázquez, como Unicorn Wars, pero también de producto feminista —tanto que hasta tiene a Paul B. Preciado como personaje y cameo de lujo, de manera que el filósofo hace doblete este Zinemaldia con Orlando, mi biografía política— y sensible con determinadas corrientes muy del gusto del cine de festivales reciente, incluido el enfoque decolonial.

La existencia de El sueño de la sultana es relevante del momento audiovisual, además, en tanto proyecto de la propia Isabel Herguera, una animadora con casi 30 años de experiencia a sus espaldas que solo ahora ha podido dirigir un largometraje. Premiada y reconocida por La Gallina Ciega (2006), Bajo la Almohada (2012) o Amore d’inverno (2015), se ha traído consigo algunas de las técnicas de animación y narrativas al servicio de una historia más personal pero también ambiciosa en cuanto al tamaño de los temas que quiere abarcar.

Utopías posibles

El sueño de la sultana: La dificultad de universalizar el feminismo sin exotizar a la otra 2

Se supone que El sueño de la sultana tiene un componente hasta cierto punto autobiográfico, aunque se encuentre diluido y ficcionado, así que entendemos que la elección del relato de Rokeya Hussein responde a que este fue importante para la propia Herguera. Esto es relevante porque si se trataba de presentar un mundo utópico dominado por las mujeres que contrastar con la experiencia de la protagonista y de la autora del relato, los referentes sobraban (así al voleo, Matriarcadia, de Charlotte Perkins Gilman, o La grieta, de Doris Lessing). Pero este es indisoluble de la sociedad india, tanto la de la época del Raj británico como la actual.

Y claro. Tenemos el viaje de una occidental, una de clase acomodada y alto capital cultural, que viaja por Europa y por el mundo, amiga de Paul B. Preciado, con un padre director de cine cuyos pasos sigue a su manera y que puede permitirse el viaje y los meses de asueto necesarios para su búsqueda. Y, por el camino, dos amantes indios, uno de cada, el masculino incognoscible e inabarcable (aunque no necesariamente “negativo”, que habría sido la salida fácil) y la femenina complementaria y mucho más empática (y empatizable).

Es un planteamiento que, a pesar de la delicadeza con la que se presenta y la forma en que se cuenta —sobre la que hablaremos en seguida—, no puede dejar de ser problemático. Porque, de alguna manera, al enmarcar la experiencia de Rokeya Hussein en la de la española protagonista, se universaliza el mensaje de su relato al extrapolarlo a la de cualquiera, pero en el fondo, incluso cuando presenta paisajes en los que es rechazada por comunidades de mujeres locales por sentirse invadidas, la protagonista está haciendo el clásico enfoque utilitarista de lo multicultural, que se queda en una especie de autoayuda exótica. No digo que sea así en la realidad vital de la directora, pero es como la presenta la película.

La transparencia y lo animado

El sueño de la sultana

En cualquier caso El sueño de la sultana destaca por su forma—en cuanto a cómo organiza los relatos superpuestos de Inés, Rokeya y el propio cuento y va haciendo girar el argumento sobre sí mismo hasta la liberación del personaje principal— y su técnica —la animación tradicional mezclada con ilustración, fotografía y transparencia—. Un doble juego de planos superpuestos que funciona con el ambiente onírico, de narración oral, que transmite la voz en off de la protagonista, aunque paradójicamente aumenta también la sensación de fábula exotizada.

En parte las técnicas de El sueño de la sultana son una suma de todas las ensayadas por la directora en sus mencionados cortos, aunque con mayor ambición narrativa gracias a la mayor duración y, curiosamente, un elemento menor de metáfora o juegos figurativos como los de, por ejemplo, La gallina ciega y su brillante recreación de las percepciones sensoriales de un invidente. Es un recurso muy recurrente, pero destaca como el diseño de cada nivel de narración, desde la “realidad” hasta la ficción pasando por la rememoración de hechos reales, va cambiando el diseño, coqueteando con la ilustración tradicional india o con el cubismo.

Firmando el final, El sueño de la sultana es una reseñable película de animación por la complejidad y la ambición de lo que plantea, a celebrar porque permite que animadoras que debieron tener mucho antes la oportunidad del salto al largo lo hagan con libertad creativa y una técnica depurada al servicio de la historia. Pero también lleva su búsqueda de la universalidad feminista como su propia trampa interna, revolcándose involuntariamente en la contradicción que supone la mirada exotizante e, inevitablemente, externa y paternalista en todo lo que quiere analizar.

Imágenes: El sueño de la sultana (Montaje de portada: Cine con Ñ)
Menú