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Roni: El Arte es morirte de frío

La serie de Juanjo Sáez y Joan Tomas Monfort une la sátira del mundo del Arte con un humor naïf, y es interesante simplemente por ser animación para adultos y existir

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Roni es un joven aspirante a pintor y residente en Barcelona que se las ve y se las desea para desarrollar una carrera digna de tal nombre en el complicado mundo del Arte moderno. Tiene una madre sobreprotectora y que no entiende del todo lo que hace, un aspirante a alumno, una antigua compañera de la universidad con la que no se aclara y, sin comerlo ni beberlo, vive rodeado de grandes nombres del sector como Jaume Plensa o Miquel Barceló. Pero entre que no tiene claro su propio estilo y lo molesto que es que se le aparezca el fantasma de Andy Warhol, su trabajo no acaba de funcionar.

El dibujante e ilustrador Juanjo Sáez y el director Joan Tomas Monfort unen fuerzas (junto a Miquel Grau en el guión) en esta serie que parece una melliza torcida de la Heavies tendres creada por Sáez en 2018 y de la que Tomas Monfort es codirector de su transformación en largo. Una serie de animación con humor adulto y que exige cierto nivel de conocimientos sobre el mundillo del Arte, aunque sea solo conocer los nombres de los numerosos cameos, algo que en España era bastante poco común y que vía plataformas poco a poco se va “normalizando” (aunque su precedente inmediato, Pobre Diablo, exigía más cinefilia que otra cosa, y tampoco es que fuese imprescindible).

Roni es una miniserie de capítulos de 20 minutos que se ven del tirón, y también otro producto 100% Filmin, aunque no sea un original. Está bien que así, porque aunque en lo que trae de allende los Pirineos la plataforma es ecuménica, y va desde lo más inaccesible a lo más comercial, en lo local ofrece títulos que nadie más ofrece, sean Doctor Portuondo, el despiporre de Autodefensa, Selftape o la presente. Eso sí, algún experimento por ahí apunte maneras, como la Déjate ver de Atresmedia, que es como esta, pero con una protagonista no pija.

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Roni es hijo de un notario ya fallecido y vive con su madre en un piso del Eixample de Barcelona. No les digo nada y se lo digo todo. La señora está obsesionada con que el hijo siga los pasos del padre hasta el punto de que miente a sus amigas sobre a qué se dedica, pero lo que no vemos hacer nunca a Roni, a pesar de lo mal que le va en sus intentos de convertirse en pintor famoso, es trabajar. Esto, obviamente, es queriendo, y retrata más al personaje que toda su aparente ingenuidad a la hora de abordar el exigente, o algo así, mundillo del Arte.

El estilo de dibujo y animación de Roni corresponde al habitual de Sáez, entre naïf y caricaturesco con bastante mala leche, y su humor, aunque te exija tener un poquito de contexto sobre Andy Warhol o entender la importancia de Plensa o Barceló, se equilibra igual. La mayoría de chistes directos son bastante provocados por lo neurótico, o directamente imbécil, del protagonista, pero la tralla va a más de fondo, más allá de las caricaturas a veces un poco burras que hace de personajes conocidos. El que queda fatal, y eso que no vemos igual de clara la misma precariedad que en Déjate ver, es el mundo del Arte, como tal.

Esto es curioso porque en Heavies tendres la música como factor identitario era una vía de escape y una forma de aspiración a superar el propio contexto por parte de los protagonista, tratados con mucha más ternura que Roni aquí. Pero el Arte, así, con esa mayúscula, que nos ocupa tiene poco de desclasante para el burguesito protagonista, que es humillado no tanto por no entender las normas del mundo en el que intenta progresar tanto como porque, al asumirlas como propias, interioriza que es un pringado. Solo que aunque su madre sea muy señora fetén, él se encuentra rodeado de otros pijos entre los que es menos pijo, y nada más.

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Supongo que han pedido permiso a Plensa, Barceló y toda la pesca —soy incapaz de identificar si se doblan a sí mismos y no he encontrado referencias en algún lado—, aunque son parodias tan de trazo grueso que sería hasta tontería ofenderse. Confieso que no acabo de pillar si el chiste con el habla de Barceló es que habla con un acento mallorquín muy fuerte o que es alguna clase de jerigonza incomprensible, porque yo a veces le pillaba más palabras que al catalán neutro que hablan los protagonistas.

Más problemático es el secundario migrante hijo del frutero con un acento forzadísimo y que se retrata como tontorrón, salvo que entendamos que es como lo ve Roni, no como ese personaje, el único no burgués, es de verdad. Queda también el inevitable tufillo misógino de este tipo de series cuando se juega en el terreno del éxito aspiracional, con incluso el personaje de “tía sensata” un poco paternalista y esquemático —hola, Bojack Horseman—, pero todo depende de la decisión anterior: si es que esto es así o es Roni, que es gilipollas.

Descolgando el cuadro: Roni está bien para quien guste de su tipo de humor y tenga claros los referentes, que probablemente no es quien esto suscribe en ninguno de los dos casos. Es interesante por su mera existencia, porque no se quede en un estreno de madrugada de TV3 que luego recorre un par de festivales y gracias, sino una producción que vía streaming puede aspirar a un público más amplio e incluso a abrirle puertas a otros a los que en principio no se dirige. Queda la duda de siempre, con la que desde este casa somos muy pesados: lo pijo que es todo siempre, y nadie se queja.

Imágenes: Roni – Filmin (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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