La serie de animación de los chanantes para HBO Max es muy burra en las formas pero muy tierna en el fondo, un juego meta que funciona como comedia amable con guiños de terror
Pobre diablo: El Anticristo blandengue

Pobre diablo cuenta la historia de Stan, el Anticristo, que no quiere seguir el camino que le marca su padre, ya saben, lo de destruir a la Humanidad, sino convertirse en actor y cantante de Broadway. Acompañado por el gato demoníaco y alcohólico Mefistófeles y de su prima Samael, Stan se muda a Nueva York para intentar comenzar una carrera artística cuando ya tiene 665 meses y apenas le queda uno para tener que cumplir la profecía y desencadenar el Armageddon sobre la Tierra.
Miguel Esteban dirige por primera vez en animación (más o menos, tiene una miniserie titulada El zurullito feliz (2015) protagonizada por el icono de la caca de WhatsApp) reuniéndose con Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, que regresan al formato tras Maricón y Tontico (2013), en la que el anterior fue también guionista. Presentada en el Serielizados Fest y con mucha expectación a sus espaldas debido al retraso de su fecha de estreno, inicialmente prevista para el pasado otoño, la serie se vende como el salto del humor chanante más allá de nuestras fronteras.
Con esta apuesta, más o menos, la actual HBO Max —en rediseño tras fusiones y fusiones— mantiene su esquizofrénica relación con el contenido original español, estrenando Pobre diablo o con Monos con pistola en la recámara mientras la segunda temporada de Por H o por B, sobre el papel un éxito de audiencia, tiene que buscarse nueva casa. La cosa es que parece que la commmedia es la que se abre camino, en este caso, aparentemente, la cafre, aunque una cosa es lo que parece, o cómo se anuncia, y otra lo que se ve.
Pobre diablo enamorado, que vive desesperado

Pobre diablo viene a ser una secuela no oficial pero explícita de La semilla del diablo, al mismo tiempo que sus creadores, o al menos Esteban, juran y perjuran que no han visto Little Nicky. Lo cierto es que parten de la misma base, de ambientación neoyorquina y un Anticristo que no quiere serlo y en verdad es bastante buen chaval. De hecho, tiene otra cosa que la acerca a la película protagonizada por Adam Sandler: el fondo de la historia es tierno, aunque la forma sea cafre. Una ausencia de cinismo que la aleja de referentes actuales de esa expresión horrible que es “la animación para adultos” como pueda ser Rick&Morty.
La historia ya parte de una base paródica de por sí y que anuncia que va a reírse mucho de la intensidad satánica de turno. Aunque hay momentos de terror y gags que incluyen abundante casquería, Pobre diablo es, en general, graciosa de manera amable, aunque hay que conectar el humor surrealista y sin cuartel con las chulerías ajenas de los chanantes o el propio Esteban (recuerden El fin de la comedia, serie Emmy nominee protagonizada por un Ignatius Farray que aquí pone la voz al mismísimo Maligno).
La animación de Rokyn Animation es competente con lo que la serie quiere hacer, igual que el diseño de personajes. Son personajes rarunos y que se pueden ver de forma paródica, pero que tampoco resultan especialmente deformes, terroríficos o, en general, cabrones. El mejor ejemplo de todo esto, del tono superficial falsamente malote para recubrir un corazón de oro dispuesto a matarnos de amor, es el gato Mefistófeles al que poner voz Ernesto Sevilla, supuesto contrapunto del ingenuo protagonista que, tras cada gruñido o gag cínico, demuestra ser más blando que la mierda de pavo.
El infierno erais vosotros

En fin, en los episodios que hemos podido ver Stan y su cohorte, que incluye secundarios capaces de dejar el término woke en un concepto parafascista, se enfrentan a la adicción a las redes sociales, un comando terrorista incel que invoca a Satán para que los ayude a mojar el churro y… y, bueno, un capítulo que podríamos llamar más “serio”, el séptimo, en el que se representa el infierno de manera ciertamente escalofriante y que podríamos decir que es el que tiene la mayor carga de crítica social de toda la serie, el resto más bien solo hace coñas con estereotipos. Por supuesto, también tiene un final altamente moñas y el gato acaba siendo más inofensivo que Salem el de Sabrina, la bruja adolescente de los 90.
El resultado es variable, porque la mayor parte del tiempo la disonancia entre lo que la serie dice que es (una gamberrada punki que satiriza la religión y los tics de la sociedad posmoderna actual) y lo que realmente es (una comedia amable que asume la parte más positiva de esos planteamientos posmodernos y desecha con gracia la negativa) funciona como autoparodia probablemente consciente. Pero otras uno echa de menos que metan alguna cafrada conceptual de verdad, que la serie tan cínica como los comentarios del gato alcohólico.
Pobre diablo, pues, es una serie que le hará gracia al que disfrute de parodias meta sobre la cultura POP, a los fans irredentos de los chanantes (cosa que puede incluir o no a Ignatius) y, en general, a quien disfrute de ver como se parodia a los incels o a los CEOs de grandes empresas. No es la explosión termonuclear de creatividad que parece que esperábamos del trío formado por Esteban, Reyes y Sevilla, pero eso probablemente es más culpa nuestra que de ellos, que se han limitado a hacer reír con una mezcla de burradas, referencias cinéfilas y moñez, que es lo que se les deja mejor y aquí ejecutan muy bien.
Imágenes: Pobre diablo – HBO Max
