Se puede ver como un thriller de supervivencia, una distopía de ciencia-ficción o una historia sobre la inmigración que pone una protagonista blanca para que nos demos cuenta de lo que está pasando
Nowhere: Hijas de los hombres

Nowhere empieza cuando España y la Unión Europea, en mitad de una crisis climática y económica sin precedentes, aprueban un decreto conocido popularmente como el ‘No hay para todos’ y empiezan a expulsar o ejecutar a sus propios ciudadanos considerados improductivos. Mía y Nico son un joven matrimonio que espera una hija e intenta huir a Irlanda para tener una vida mejor. Pero algo sucede durante el viaje y Mia queda sola y a la deriva en un contenedor de transporte marítimo. Con su embarazo muy avanzado y escasos recursos a su alcance, deberá aprender a sobrevivir con lo imposible para volver a ver a Nico y alcanzar la libertad.
Otra de estas películas de Netflix que merecerían una oportunidad en cines aunque vayan justa de presupuesto y parece que la plataforma haga para fondo de armario, porque tampoco las promociona en exceso. Con un director, Albert Pintó, que cofirmó la interesante Matar a Dios (2017) y episodios de La casa de papel y Sky Rojo, y un guión original de la novata Indiana Lista por el que han pasado, según créditos, Ernest Riera (A 47 metros, ¿Qué le pasó al rey de los delfines?), Seanne Winslow (guionista y codirectora de The Falconer que ha trabajado en el equipo de Terminator: Salvation o el Sherlock Holmes de Guy Ritchie) y Teresa de Pando (Alma, Servir y proteger).
Nowhere parece, por momentos, un intento de repetir el éxito de crítica, público y premios de El Hoyo (2019), de Galder Gaztelu-Urrutia, con una actriz acaparando el metraje para hacer, perdónenme la expresión hortera, un tour de force interpretativo en un espacio aislado, y reflexión social evidente adjunta. La actual carece de la fuerza del concepto de la anterior, claro, y su “mensaje” tiene una doble cara. Por un lado, es una distopia escuela “ansiedad de clase media“, y por otro, un drama sobre la inmigración en el que nos viene a decir que esto nos duele más porque vemos a una española blanca, pero que le pasa a diario a cientos de personas en todo el mundo.
El cuento de la criada

No, Nowhere no es sutil, ni busca serlo. La película se puede ver como una historia de supervivencia, estilo Náufrago (2000) o similar, en la que seguimos con suspense los esfuerzos de la protagonista por usar lo que tiene a mano para sobrevivir, de forma más o menos verosímil —el sistema para achicar agua y que no se le inunde el contenedor, desde mi ignorancia, deja que desear—. La promoción ha tirado por esa vía, incluso insistiendo en que Mia huye de “un país autoritario” genérico, aunque nada más empezar te dicen que es Españita. No sabemos si es para que sea sorpresa, poca confianza en el género distópico o miedo a que se sepa que es un poco panfleto progre.
Es más. El empeño en recordarnos que esto es Anna Castillo a tope de capacidad actoral es un spoiler en sí mismo, porque pasan 20 minutos hasta que se queda sola en el contenedor, así que te imaginas lo que va a pasar. Una pena, porque son de las partes más logradas de tensión y donde se ve la parte de la distopía parafascista. Por momentos Nowhere podría compartir universo con La valla (2020), aunque se cuidan mucho de describir esa Europa donde la palabra “desabastecimiento”, a la que ya nos vamos acostumbrando, es un estado de la economía.
Es interesante que Nowhere tenga claros sus parentescos (a los que se supedita tanto que subraya su inferioridad, me temo). Es Hijos de los hombres (2006), de Alfonso Cuarón, pero a lo bruto: la pandemia de infertilidad simbólica de aquella aquí es un gobierno gerontocrático que mata a los niños para no tener que gastar recursos en ellos. Igual que en La carretera (2009), de John Hillcoat, tenemos a un adulto haciéndose cargo de un niño en un entorno imposible como metáfora de cuidar la esperanza en el futuro. Como en El cuento de la criada (2017- ), en tiempos de crisis el cuerpo de las mujeres se pone al servicio de un sistema autoritario. Y con referencias a novelas como Apocalipsis suave (2011), de Will McIntosh.
Waterworld

Pero en realidad Nowhere, aunque diga que habla de un futuro no muy lejano, es una película sobre la inmigración del presente. Todo de lo que pasa en ella habría podido salir en Adú (2020), de Salvador Calvo, solo que aquí no hace falta la historia paralela del padre y la hija blancos porque la misma actriz que hacía de la hija es ahora la protagonista. Si Mia viaja en un contenedor de transporte marítimo porque de verdad muchos inmigrantes hacen así sus trayectos, y además porque ese elemento lleva unos años protagonizando la actual crisis de materias primas, desabastecimiento y especulación salvaje.
En el fondo late en Nowhere esa ansiedad tan católica y al mismo tiempo anglosajona, pero también de cierta izquierda, de que Occidente debe “purgar sus pecados” para poder empezar de nuevo. Por eso el guión se espolvorea de detalles mitológicos, por ejemplo el nombre de la hija de Mia, Noa, el femenino de Noé, que hasta se explicita en los diálogos. O el detalle de que, según las leyendas de Irlanda (paraíso final al que aspiran los personajes), los primeros reyes de la isla procedían de la Península Ibérica: los milesios. El final a lo Waterworld (1995), donde se contempla por fin tierra firme, juega con el Arca y con esa idea de regeneración ancestral.
Echando el ancla: Nowhere es más interesante por lo que no dice que por lo que sí, porque, la verdad, para ser una película en la que la protagonista se pasa sola tres cuartas partes del metraje, verbaliza demasiado. Como comentábamos, se puede ver a nivel superficial como historia de supervivencia, o se la puede jugar uno a enfrentarse al desafío que propone, el de pensar que nos agobia porque es blanca, española y te lo cuentan como que podríais ser tú o tu vecina, pero que en realidad eso mismo está pasando, ahora mismo y de forma aún más cruel, no en muchos sitios del mundo, sino aquí a la lado, a poquitos kilómetros de casa.