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¡Martita!: La ciudad no es para mí

El día que Rocío Quillahuaman reescribió ‘8 apellidos catalanes’ y acabó riéndose de ‘Autodefensa’. No es especialmente original, pero se ve del tirón y es muy simpática

¡Martita!: La ciudad no es para mí 1

¡Martita! es la historia de cómo la cómica Martita de Granada se traslada a vivir a Barcelona y descubre que su estilo de humor no acaba de encajar, como ella tampoco se siente especialmente incómoda en el ambiente hispter y ultramoderno de la ciudad. Pero, a pesar de sus problemas laborales, Marta tiene otros incentivos para permanecer en la ciudad, como Cesc, el atractivo compañero de piso que la amiga que le da techo esos días.

Atresmedia sigue su política de intentar captar al público joven por tierra, mar y aire, pero sobre todo de las redes y sus lenguajes, que era la función original de Flooxer. Los resultado no acaban de funcionar siempre creativamente, digamos, y no está claro hasta que punto atraen o fidelizan suscripciones, pero si siguen, supondremos que por algo será. También en la línea de atender a representaciones no normativas, aquí con el extra necesario de que la protagonista se pase media serie riéndose de cierto postureo de la diversidad en el que a veces la propia plataforma cae.

Está la duda de si el tipo de humor de ¡Martita!, que funciona tan bien en las redes o en el monólogo, pueda no encajar en las restricciones del argumento, la estructura, el sota, caballo, rey de una serie de ficción. Lo mismo que le ocurrió a Marta González de Vega con De Caperucita a loba, donde la propia Martita tenía un papel secundario. Aunque aquello era el más difícil todavía, un intento de largometraje de comedia romántica tradicional con alguna alegría frente a esta serie, que es un producto Flooxer y se permite ser más juegos con el formato y disgresiones más en la línea de las de las propias redes.

Quillahuaman ft. Cobeaga

Martita Series españolas en 2023

En parte la serie es un poco el día que a Rocío Quillahuaman escribió una versión hipster de 8 apellidos catalanes. No está mal pero tampoco es que destaque precisamente los puntos fuertes de la cómica y muchas cosas suenan a vistas solo que poniéndoles encima tópicos actuales sobre otros de épocas anteriores, como lo de ser vegano o hablar en neutro por parecer en guay y no por convicción. Ya el punto de partida te lo da que no sean conscientes, y Martita haya decidido no aclarárselo a nadie durante el proceso, de que en Granada también hay de esos. Bastantes, de hecho. Que no son privativos de Malasaña o su equivalente barcelonés. Por desgracia.

Así que tienes por una parte la trama autoparódica y meta de los shows de Martita, con los invitados y sus cameos descacharrantes (como Carlos Cuevas haciendo de rider de “food express”) y por otra el flirt romántico en la línea de las comedias románticas de la autoestima, donde la relación de Marta y Cesc se mueve en términos y formas de representación más naturalistas que en la común de las series. La transición se hace con la clásica comedia costumbrista y regionalista de las Españas, en la que los catalanes son muy falsos y estirados y los andaluces bastos y directos, que como es parte del personaje de la protagonista, pues yo qué sé.

Probablemente lo más interesante es la parte de Martita teniendo que trabajar en un nuevo monólogo. Ese tropo, muy explorado por la ficción anglosajona, aquí, por lo que sea, lo tenemos menos visto o llevado al terreno del payaso triste. Lo que pasa que en ¡Martita! lo filtra ese presunto contraste entre la vida hipster de Barcelona y la de “provincias” de ella, como si en Granada no hubiese veganos (aunque esto en concreto se menciona). Si esa parte la ve Ricky Gervais los hace llorar lágrimas de sangre. De nuevo, se salva la trama “romántica”, con Cesc como cicerone en el mundo del postureo, donde es el único que no se toma nada en serio.

Martita de Graná’s Armageddon

¡Martita!: La ciudad no es para mí 2

Por ahí quizás lo más parecido a hacerse un Seinfeld, pero sin psicopatías, es la parte en la que nos transmiten las dudas de la protagonista respecto a su vida personal haciéndola revisitar viejos vídeos en los que reflexionaba sobre las relaciones sentimentales. Y tiene algo de gracia, sin ser para llorar de risa, que cuando una amiga la ayuda a elegir temas que encajen con el público barcelonés empiecen a descartar cosas —veganismo, LGTBI, políticos de izquierdas— hasta dejar a Pérez-Reverte como único posible objetivo. En parte esta serie es la reacción de una persona normal a la autosatisfacción pijoprogre de Autodefensa. Con perdón, pero había que decirlo.

Casi me atrevo a decir que lo más positivo de ¡Martita! —que no es mala, solo sosa para el vitriolo que podría soltar por esa boquita la protagonista sin restricciones—, es la historia de amor. Es un romance hetero más normal que normativo, donde Marta y Cesc son personas normales, creíbles y simpáticas que se conocen con algún deje de comedia tópica llevada al extremo pero en general viven una relación sin dramas irreales, y lo que tienen son lógicos y causados por inseguridades no psicopáticas. Luego está lo del anuncio turístico de Barcelona y cómo explican el asedio de 1714, que lo escucha Abascal y le da un parraque, pero bueno, estas cosas son ya peccata minuta.

Despidiendo, que es gerundio. Que ¡Martita! es apta para fans de la cómica, en tanto la apreciarán más en tanto sabrán rastrear los guiños a sus monólogos y sus redes que la salpimentan. Luego, aunque a veces resulta plana como comedia, se ve de un tirón, y el inevitable tributo un poco cargante del patrocinio turístico no molesta mucho. Remata con dos puntos fuertes en la parte meta del proceso creativo de Marta y en su subtrama amorosa, que sin comerse toda la serie, es una de las representaciones de algo así más naturales y menos ridículas que ha hecho la ficción española reciente.

Imágenes: ¡Martita! – Atresplayer (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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