Funciona porque la risa se mantiene, aunque no tiene nada especialmente original y tiende al humor blanco y urbanita del stand-up domesticado
De Caperucita a loba: Manual de cómo cagar flores

De Caperucita a loba cuenta los avatares de Marta, una guionista de series de televisión y residente en Madrid en busca del amor. Con la ayuda de dos amigas y a través de una serie de peripecias amorosas a cual más ridícula, Marta busca pasar de inocente Caperucita a loba depredadora, aunque por el camino en realidad lo que hará será aprender a conocerse a sí misma y superar sus problemas con sus padres.
La gracia de esta película, a estrenar en la Sección Málaga Premiere del Festival de ya saben dónde, es el doble giro de adaptar un libro que adapta una obra teatral, la cual viene a ser un stand-up muy largo. De darle cuerpo, alrededor de la protagonista, que encima es la misma autora e intérprete de todo lo anterior, y la guionista de las comedias familiares de Santiago Segura, a toda la parafernalia que en el monólogo interpreta ella sola y con una mano a la espalda.
Con un humor para algo más mayores, eso sí, en la línea clásica El Club de la Comedia de buscar la identificación autoirónica, pero sin pasarse, de un público más o menos joven, urbano y liberal en casi todos los sentidos.Por otra parte, en De Caperucita a loba dirige Chus Gutiérrez, que en su día firmó el documental Sexo oral (1994), con la gente hablando de cosas de estas cuando sonaba mucho más provocador.
Gutiérrez es también la de Porro on the roof (1984), o la que incluso se marcó El Calentito (2005), o, en un registro más de comedia romántica, Ciudad Delirio (2014), aunque últimamente se dedique a trabajos más alimenticios como la sin chicha ni limoná Sin ti no puedo (2022)… ¿o esta misma película?
La metáfora de la vida

De Caperucita a loba es una comedia romántica en versión empoderante, digamos, con la misma moraleja o conclusión o lo que sea que Fuimos canciones pero dirigida a gente más mayor y con trabajos “normales”. Tampoco es una comparación: De Caperucita a loba aprovecha mucho mejor sus recursos y su premisa, desplegando un montón de metáforas visuales (nada sutiles) que en el monólogo serían hipérboles de la cómica de manera literal o con sus “capítulos” marcándose en la composición de plano, de manera que a veces sabe que dejar aire a la derecha de un personaje nos crea ciertas expectativas… así que aprovecha y las rompe.
Quizás lo más original, aunque aquí se juegue con recursos de telecomedia gringa, desde Cómo conocí a vuestra madre a, los santos nos valgan, Yo y el mundo, es la integración del realismo mágico que se autoimbuye la protagonista en la cotidianidad urbana de Madrid. No es que no sea otra vez el Madrid de cartón-piedra y pijo de siempre de nuestro audiovisual, pero al menos es uno en el que se sube en autobús aunque sea por las risas, y en el que si te vienes arriba con los unicornios por la Gran Vía el de la limpieza te dice que no le pises lo barrido.
El desfile de cameos en De Caperucita a loba es notable, desde los novios (que son Berto Romero, David Guapo y José Mota, con el extra del galán peruano Marco Zunino porque esto es una coproducción) hasta el farmacéutico de la esquina (el mismísimo Santiago Segura) o el exnovio (Javier Veiga, que por ser quién es uno espera que luego reaparezca, pero no). Aunque Segura, o Resines como padre comprensivo y cómplice, están bastante bien, las que acaban destacando son las secundarias, con Martita de Graná como compañera de piso y Elena Irureta como madre asfixiante. Esta última, sobre todo, porque su personaje no sabe que está en una comedia.
La precariedad que me dio tu amor

El contenido no es que sea el colmo de la originalidad. Como está dirigido, es de suponer, a espectadoras que se parecen o se quieren parecer a la protagonista, la dibuja con aristas pero en el fondo, entiende el guión, buena persona. La comparación con Fuimos canciones y el universo Valeria era injusta porque esto está mucho mejor escrito, dirigido e interpretado, pero no gratuita: al final parece que es inevitable que todas las protagonistas de comedias de este tipo, por mucho que se empoderen o algo, queden como unas narcisistas insoportables a la que uno no entiende cómo sus amigas les tienen tanta paciencia. Tranqui, que es igualitario, cuando el prota es masculino parece, directamente, subnormal profundo.
Uno de los chistes menos sutiles de De Caperucita a loba es cuando la susodicha se flipa con un ligue y empieza a ver florecillas en todas partes. Incluso va al retrete a hacer sus cosas, y en vez de zurullos, su cerebro le muestra flores. Más de media película más tarde otro tío, el “buen chico”, le quiere regalar un ramo y lo deja en el váter porque no se le ocurre otro sitio para que tenga agua toda la noche y esté escondido, y ella cree por un segundo que lo que pasa es que está enamorado y por eso… caga flores. Siento el spoiler, pero es que como running gag resume la serie. Sutileza cero y confundir el egocentrismo con la seguridad en uno mismo.
Concluyendo la metamorfosis, De Caperucita a loba está bien porque se pasa volando y, por h o por b, más o menos te vas riendo durante toda la película, pero tiene que apetecerte mucho un humor presuntamente cotidiano para urbanitas con profesión liberal en la línea del stand-up blanco de El Club de la Comedia. Como te ponga de los nervios los modelos de relaciones o de quererse uno mucho habituales en ese tipo de formatos, todo estará perdido.
La puedes ver online en
Imágenes: De Caperucita a loba
