Actriz, directora, guionista y productora, la responsable de ‘El camino’ (1963), homenajeada en Cannes en 2021, cumple 100 años en plena ola de recuperación de las directoras españolas
Ana Mariscal, centenario de una cineasta total

Ana Mariscal fue una de las actrices principales de las películas más exitosas de la posguerra, una de las pocas directoras del cine español del momento y una productora arriesgada que supo leer las tendencias cinematográficas europeas de la época. Maestra de escuela y maestra de cineastas a través de su trabajo en la Escuela de Cinematografía, dedicó también gran parte de su actividad a la escritura y el teatro. Tan magnificada en su papel de pionera como olvidada posteriormente, su centenario coincide este 2023 con el 70 aniversario de Segundo López, aventurero urbano (1953), su primera película como directora.
El cine dirigido por mujeres en España parece destinado al borrón y cuenta nueva perpetuo, a calificar de pioneras a mujeres inscritas en una tradición de grandes creadoras y empresarias culturales. Ana Mariscal no surgió de la nada, sino de criarse en el Teatro Arniches de Madrid, que regentaba su padre. Josefina Molina, otro a la que se reivindica ahora tras décadas de olvido, ya la reivindicaba como referente artístico en 1995, el año de su muerte, cuando había pasado un par de décadas como maestra de realizadores. A veces, necesita un empujón foráneo: a la madrileña la reestrenó el mismísimo Festival de Cannes en 2021 con la versión restaurada de El camino (1963).
A las directoras que se rescata, recupera, resucita, etcétera, parece que se les exigen obras maestras y temas que se hablen con el ahora. Lo que acaban teniendo en común es el papel de empresarias, con el que se ganaban la independencia. Elena Jordi, la primera directora de la historia de España, se autoprodujo, como María Forteza, que dirigió el primer filme sonoro de nuestro país. Mariscal, en 1952, había fundado junto a su marido, el director de fotografía Valentín García-Fernández, Bosco Films.
La actriz de teatro que dominó el cine

Ana Mariscal empezó a actuar en cine en 1940, con apenas 17 años, de la mano de una de las grandes de aquel momento de posguerra, Conchita Montenegro, en El último húsar, un drama histórico de Luis Márquina muy del gusto patriotero del primer franquismo. Su salto a cierto estrellato no tardaría mucho, ya que en 1941 protagonizó Raza, de José Saénz de Heredia, guionizada con pseudónimo por el mismísimo Franco. Estuvo en todos los grandes éxitos de la época: Dulcinea (1947) —dirigida por su hermano, el también actor Luis Arroyo—, Jeromín (1953), de Luís Lucía; La reina del Chantecler (1962), de Rafael Gil, junto a Sara Montiel…
En 1945 causó escándalo, aunque también malintencionada guasa literaria, al representar Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, en el Teatro Carrión de Valladolid, interpretando el papel principal, es decir, para la moral de la época, travistiéndose, con más éxito de público que de crítica. Años después también daría vida a Yerma, de Federico García Lorca, al que recordaba haber conocido con apenas 7 años, cuando iba a ver al teatro a su admirada Margarita Xirgú, amiga y actriz fetiche del poeta. El compromiso con el teatro nunca lo perdería, y de hecho tras retirarse de la dirección dedicaría el resto de su carrera, hasta su muerte, a la escritura.
Sin conflictos directos con el régimen, no fue exactamente una artista perseguida, pero sí una a la que se intentó ningunear. Ese mismo 1945 del Don Juan ganaba su primera Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos por Una sombra en la ventana. También una que jugó todo lo que pudo con los límites del sistema, firmando unos guiones tan arriesgados como el su película Con la vida hicieron fuego (1959), en el que sorteó a la censura para narrar la historia de amor entre una republicana y un nacional.
Productora, guionista y estrella

Ana Mariscal era una figura habitual de festivales de cine, una divulgadora y cineasta cinéfila natural, a la que Alfred Hitchcock, tras coincidir en el Festival de Cine de San Sebastián de 1958, había considerado la persona más inteligente a la que había conocido en España. Esa agudeza, la apreciase el británico o no, la captasen los críticos teatrales o no, la llevó a traer con éxito los tropos del neorrealismo italiano a España en su trabajo como productora, pero también el documental sobre folclore o el terror, como en Juego de niños (1959), de Enrique Cahen Salaberry, una de las pocas películas que produjo sin dirigir ella misma.
El camino está considerada su mejor obra, la primera película en la que decide no aparecer como actriz y centrarse en la dirección, segura ya de su marca autoral y su capacidad narrativa, incómoda con la necesidad de figurar como eterno reclamo comercial. Era la primera adaptación de otro autor que funcionaba como un outsider dentro de su éxito en el sistema cultural franquista, un Miguel Delibes tan aparentemente apolítico como incómodo con su crítica social soterrada. Desde ahí su carrera cinematográfica siempre implicaría dirigir, con la excepción de su papel La otra mujer (1964), de François Villiers… hasta su retiro, en 1969, dirigiendo El paseillo.
Con el de Ana Mariscal, en fin, se celebra el centenario de una cineasta total, que dominó de una forma u otra todos los aspectos de la producción, más allá de su trabajo como actriz o su autoría tras la cámara, y que contribuyó a aquella transición entre el neorrealismo de los 50 y el Nuevo Cine Español de los 60. Un centenario que implica también reconocer a quienes buscaron los límites de lo narrable desde la independencia que era posible y que hicieron de la enseñanza de las propias bases del cine una vocación.
Portada: La actriz y directora Ana Mariscal, en 1952 – Valentín Javier (Wikimedia)
