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¿Cómo ayudar a las personas sin hogar? Un documental expone los límites del sistema

Octavio Guerra estrena en el Festival de Málaga ‘Yo tenía una vida’, película que reflexiona sobre las salidas al sinhogarismo y las carencias de las políticas asistenciales

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La vida de las personas sin hogar sigue siendo un espacio semivacío de representación audiovisual. Ahora se atreve a rellenarlo y problematizarlo Yo tenía una vida, documental de Octavio Guerra que acaba de tener su estreno mundial en el Festival de Málaga 2023. Un cambiante proceso de ocho años documentado en 70 minutos que quiere superar el simple retrato de las personas que pasan por una situación de calle y reflexiona sobre la capacidad real que tiene el sistema para dar soluciones a los verdaderos “invisibles” que quieren reinsertarse.

La historia de Yo tenía una vida desemboca en dos personas/personajes principales. Él, Jesús Mira, lleva 10 años viviendo en la calle y de los servicios sociales, y empieza a cuestionarse si realmente podrá vivir la vida en sus propios términos con la ayuda de las instituciones. Ella, Elena Matamala, trabaja como coordinadora de un piso de acogida y prepara su tesis doctoral sobre la reinserción de personas sin hogar, y decide seguir el caso de Jesús como objeto principal de su investigación.

Entre ambos se compone una visión del sinhogarismo que cuestiona la propia forma que tenemos de tratarlo, tanto desde las instituciones como, por extensión, desde la propia mirada llena de prejuicios del espectador que forma parte de esa misma sociedad. Si Malandanza (José Francisco Rodríguez, 2019) y Sense sostre (Xesc Cabot y Pep Garrido, 2020) daban las primeras réplicas y miradas sobre el tema, ahora Guerra da un paso más alla.

Jesús y los límites de las políticas asistenciales

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Yo tenía vida empieza de una forma coral, escuchando a distintas personas que han vivido sin techo y buscan un nuevo camino en un centro de acogida y reinserción laboral en Valencia. “Al principio no sabíamos muy bien qué tipo de película estábamos haciendo”, comenta Guerra en conversación con Cine con Ñ desde Málaga. Él había conocido el programa de reinserción invitado por un amigo (el coordinador) e iba recogiendo el testimonio de distintas personas y situaciones. Hasta que en la narración se fue abriendo paso una en concreto.

El documental recoge la actitud crítica de alguien como Jesús Mira (“una excepción”, aclara Octavio Guerra, porque la mayoría “no piensa como él ni tiene su formación”), que no encuentra su acomodo en el programa de reinserción… y decide salirse. “Él empezó a cuestionarse a dónde le llevaban estos programas, si no son demasiado asistenciales o si todavía tenía una oportunidad de empezar de nuevo”, explica Guerra que se vio sorprendido al ver que la película estaba derivando en “una crítica social al propio sistema de ayuda”.

Guerra filma a un hombre locuaz y carismático que discute en su propia experiencia de vida la utilidad de lo que le ofrecen o, incluso, se le ve chocar frontalmente con los protocolos durante la peor época de la pandemia. Más allá de las circunstancias, a la conclusión a la que ha llegado el director con el caso de Jesús es que “hay una deficiencia de políticas sociales con respecto a las personas sin hogar” y cree que “se puede hacer mucho con esta personas. No nos quedemos solo en las políticas asistenciales”.

Yo tenía una vida y cómo parar el ciclo

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Atendiendo, estudiando y reflexionando durante estos años está la otra protagonista: Elena Matamala, que encarna ese papel tanto interno de trabajo con las personas sin techo como de estudio académico sobre el sinhogarismo. “La suerte que hemos tenido con Elena es que no solo es una investigadora con un doctorado sobre el tema, sino que trabaja en los servicios sociales. Y encima tomó el ejemplo de la historia de vida de Jesús para su tesis”. Un trabajo que Guerra asegura que ya se pone “de ejemplo en las facultades de ciencias sociales”.

A través de la gestión de una Matamala y otros trabajadores, Yo tenía una vida abre también una conversación sobre cómo encarar el propio trabajo social. “Estas personas se relacionan con las personas sin hogar con mucho respeto y paciencia. Escuchan demasiado: vivir en la calle deja unas secuelas psicológicas muy graves. Viven el permanente estrés, en la jungla, expuestos siempre. Eso al final les genera patología. Están hablando con alguien que no está bien”. Guerra valora que los trabajadores siempre se muestran muy “sinceros con todos” y alaba su disposición a no ocultar “las carencias que tiene el propio sistema”.

Según el director, Matamala “vislumbra qué sería lo ideal. El hecho de que no haya una política asistencial, sino que estén unidas en una sanidad, vivienda, trabajo, recursos sociales… que formen un programa y un proyecto materializado en una Ley que no existe. Como dice Elena: ¿Cómo una persona sin hogar no es prioritaria en las ayudas, por ejemplo, de vivienda?”. Mientras esta pregunta siga sin respuesta, Yo tenía una vida plantea, desde el ciclo de una noria o una lavadora, que el bucle asistencial se seguirá repitiendo.

Imágenes: Yo tenía una vida – Calibrando Producciones (Begin Again Films).
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