Las lógicas industriales y la estrategia de plataformas y televisiones nos acercan a un modelo polarizado, con unos pocos proyectos de riesgo y prestigio y una mayoría de series que retoma modelos de otras décadas que se creían superados, pero son muy rentables
El regreso de las series para la señora de Murcia (que en realidad nunca se fueron)

Un especial conmemora el 20 aniversario de Los Serrano, El Príncipe se mantiene un mes y medio en el Top10 de Netflix en España y El Pueblo, con sus capítulos de una hora y 10, domina el de Prime Video el mismo fin de semana de su estreno. Una comedia familiar con aspiración de arrastrar a todos los segmentos de público se estrena este domingo en el access de RTVE, 4 estrellas, y el costumbrismo blanco y la comedia de enredo dominan en los proyectos futuros, con títulos como Las invisibles o Pollos sin cabeza.
La famosa señora de Murcia, a veces de Cuenca, era una broma de los profesionales de la ficción televisiva de los 90, parodia de un directivo clasista y machista indicando el baremo de complejidad que esperaba. Series que se miraban en el espejo de Médico de Familia (1995-1999) o Ana y los siete (2002-2005): tono amable, pesca de arrastre de todos los target, prime tardío con duraciones imposibles de 70 u 80 minutos, humor blanco, algo de culebrón y tramas desideologizadas. No era un malvado plan, sino una fórmula comercial, una que en la tan cacareada Edad de Oro de las Series se creía superada, pero… ¿y si han vuelto? ¿Y si nunca se fueron? ¿Y si van a volver ser mayoría?
Hay que decir que ese modelo duró, como puro y dominante, probablemente menos de una década, y que se descosía por los márgenes con productos como Aída (2005-2014) o Los hombres de Paco (2005-2010), que trataban de superar sus límites. Y que, más que el tipo de serie en sí, se criticaba la falta de variedad y la cobardía creativa que implicaban. Pero tenían algo, lo que comentaba el personaje de Marianico el Corto en El último show (2020) ante una audiencia consternada: se consumían todos juntos frente a la televisión, como una experiencia colectiva.
Series de confort y confort de series

Cuando se emitió el último episodio de Game of Thrones (2011-2019) se dio por sentado el fin de las series como acontecimiento compartido en la era de la atomización de las audiencias. Esa segmentación extrema del streaming, junto con la diversidad de plataformas con diferentes modelos, ha permitido en España que existan animales tan diferentes como Sefltape, Grasa, Antidisturbios, Veneno o Nacho. Pero al mismo tiempo, por sus características temáticas o de emisión, es imposible que sean transversales o trasciendan los mundillos de la crítica o mal llamado ‘seriéfilos’.
En su salto al streaming, las series del abierto acaban siendo las que mejor funcionan, se llamen Entrevías y Sequía o El Príncipe, Aquí no hay quién viva y La caza. Más allá de su calidad, que algo tendrá el agua cuando la bendicen, las series que se acaban comentando en redes sociales son las que se pueden comentar de manera interactiva por su emisión —la fallida Escándalo, relato de una obsesión en Telecinco o los últimos estertores de Cuéntame (2001-2023)— o porque son una experiencia compartida, un referente que todos poseen —el estreno de Motivos personales (2005) en streaming—.
Además, sobreviven como series de confort. Son un espacio seguro, cómodo, donde nada puede hacer daño al espectador. Y una marca conocida, establecida, con la que se combate la célebre fatiga de decisión que tanto pesa a los usuarios de alguna plataforma. Demasiadas novedades para procesar, mejor acudir a una fórmula conocida y poco exigente cuando solo se desea pasar el rato y no sobreanalizar las complejidades de la existencia.
Series esquizofrénicas

Esta eficiencia hace que este modelo sea, sobre todo, rentable. La industria se reordena tras la evidencia de que el streaming no puede crecer hasta el infinito, y en nuestro país —pero también en todo el mundo— se acelera hacía un modelo dual ligeramente extremado, no tan lejos del cinematográfico: o popular o «de prestigio», esas que tienen mucho eco por ser del gusto de determinadas burbujas de consumo pero nunca son lo más visto. El giro hacia América Latina de nuestro mercado de producción solo tenderá a subrayarlo.
En nuestro país el mejor ejemplo de saber adaptarse a las segmentación sin segmentar del mercado es Atresmedia, teniendo muy claro qué productos más comprometidos y elaborados se quedan en el streaming y cuáles más blancos y, por tanto, capaces de hacer la pesca de arrastre de todos los targets sin ofender a ninguno, se van al abierto. Este último parece ser el modelo de Prime Video, empeñada en ser más televisión de los 90 que la televisión de los 90 en su criterio, y casi lo mismo para Netflix, con el añadido del thriller adolescente como complemento porque en los tiempos de la señora de Murcia ese público iba al cine.
No es bueno ni malo, solo tiene cierta lógica económica o industrial. La crítica a las series para «la señora de Cuenca» iban más referidas a la absoluta falta de variedad —un prejuicio que sigue arrastrando nuestra audiovisual en algunas franjas de población— que al formato en sí. La duda es si puede ocurrir como en las salas de cine y ponerse en peligro a la clase media, un lugar donde quizás podría haberse ubicado la mencionada Aída, pero también El Ministerio del Tiempo (2015-2020), La casa de papel (2017-2021), o la mismísima Cuéntame cómo pasó.
