Una película generacional salvada por reparto y dirección que no despega ni como exploración dramática ni como comentario social
Nosotros no nos mataremos con pistolas: Dispara a todos lados

Nosotros no nos mataremos con pistolas se acerca a un grupo de amigos (Ingrid García-Jonsson, Elena Martin, Joe Manjón, Lorena López y Carlos Troya) que se reune en un pueblo valenciano en fiestas tras mucho tiempo sin verse. La reciente muerte de una de las integrantes del grupo sobrevuela la reunión de estos cinco treintañeros, en la que empiezan a aflorar afectos, tensiones y cuentas pendientes.
María Ripoll (Vivir dos veces, Ahora o nunca) dirige un drama que se ve y presenta a sí mismo como generacional, todo a partir de la amistad y las relaciones personales. La película quiere tocar directamente la crisis de los 30 dentro de un grupo el que nadie se reconoce, ni a sí mismo ni a los demás. Sueños truncados, promesas de progreso incumplidas y precariedad vital son la base de esta película basada en una obra de teatro del mismo nombre de Víctor Sánchez.
Con la referencia de películas del mismo corte, Nosotros no nos mataremos con pistolas no aporta demasiado ni como exploración dramática de una añorada amistad ni como comentario social sobre el millennial a la deriva. La provechosa dirección de María Ripoll y el trabajo de los actores resuelven la papeleta de un texto que dispara muchas balas a todas partes, pero que no llega a dar.
Película generacional, pero no mucho

A priori, uno de los principales hándicaps que puede tener Nosotros no nos mataremos con pistolas es que repite un esquema ya visto. No es que el modelo del «retrato generacional» a través del grupo no sea habitual en todas partes – es casi un cliché desde Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, 1992)-, pero es que películas españolas recientes como Litus (Dani de la Orden, 2019) y la cercana geográficamente Coses a fer abans de morir (Cosas que hacer antes de morir) (Cristina Fernández Pintado,Miguel Llorens, 2020) también tenían hasta el muerto en la ecuación.
La repetición del modelo se perdonaría facilmente -lo hacemos una y otra vez lo mismo en otros géneros- si la película se significase en sus propios términos. Es decir, si ofreciese algo consistente y propio ahondando de alguna forma en lo que plantea. Pero, a fuerza de aparentar una naturalidad que no existe, cae en la trampa del «sí, pero no mucho»: una construcción compleja de personajes pero no mucho, conflictos dramáticos entre ellos pero no muchos, conversaciones profundas pero no muchas, detalles reivindicativos pero no muchos, escapismo lúdico pero no mucho…
Pasado, presente y futuro

Al final, Nosotros no nos mataremos con pistolas se queda atrapada a medio camino y las posibilidades de diálogo que plantea entre pasado, presente y futuro se quedan en nada. El ayer era despreocupado y añorable, el presente es doloroso e incomunicable y el futuro aparece con total incertidumbre. Lo vemos porque nos lo dicen, pero no nos lo transmiten. El fracaso más claro de este intento de conexión temporal se produce tanto una secuencia en la que todos observan una pequeña pantalla como en la huida hacia delante de la última parte.
Todo lo dicho no quita que la película mantenga el tipo por el gran esfuerzo de su equipo de actores, que hacen que varias líneas de guion resulten naturales y bien resueltas, y una versátil dirección de Ripoll que aporta soltura, ambientación y divertidas convenciones de género. Pero Nosotros no nos mataremos con pistolas no se atreve a tener sus propios códigos ni cree de verdad en ninguno de los distintos temas a los que se apunta. No funciona como artefacto melancólico y tampoco lo hace por identificación con una emoción colectiva.
Imágenes: Nosotros no nos mataremos con pistolas – Filmax.
