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Matriz: Una serie en Madrid en la que el piso sí que es pequeño

Una serie ‘indie’, con todo lo que eso conlleva, sobre la vida precaria en la capital de España de jóvenes millennials y no tan jóvenes

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En Matriz acompañamos a Paula, una joven actriz que regresa a Madrid para interpretar un papel protagonista en una gran producción, dejando en pausa su trabajo en Londres. Pero las cosas no salen como ella se esperaba y se encuentra atrapada de vuelta en la ciudad sin nada que hacer más que reencontrarse con sus amigos y su red de apoyo extendida, un grupo heterogéneo de personas que se enfrentan a problemas como la vivienda, la falta de trabajo o la especulación y la turistificación del centro de la ciudad. Una de ellas, periodista, también combate la falta de libertad en los medios de comunicación.

Dirige, escribe y protagoniza Paula Foncea, rodeada por un elenco de intérpretes que son amigos y conocidos, y con una cotidianidad y naturalidad conscientes, aunque obviamente impuestas por la escasez de presupuesto patente. Las historias son de costumbrismo millennial y urbanita, podríamos decir, con su punto de drama y su punto de comedia pero sin pasarse, como pueda ser un poco el día a día de cualquiera que se parezca un poco a estos personajes que se intuyen un tanto autobiográficos.

Efectivamente, Matriz es… ¡una serie indie! Eso explica que la estrene Filmin y también que tenga modos narrativos, temática y limitaciones materiales de película indie 100%, con todo lo bueno y todo lo malo que dicha circunstancia conlleva. Hay que advertir, eso sí, que como serie se ve del tirón, sus seis episodios apenas duran todos juntos algo más de dos horas. Pero son dos horas de lo que les acabo de describir, ni más ni menos.

Valeria con alquiler realista

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Matriz se atreve con algunos planos secuencia cámara en mano que tienen mérito dado la escasez de recursos patente y que transmiten bien lo que es hacer el cabra por las calles de Lavapiés, porque son temblones y con un sonido con exceso de aire. No es torpeza, es hacer de la necesidad virtud y pegarse a ese tono a toda costa para que lo que se cuenta encaje con él, pero de vez en cuando alguna interpretación chirría precisamente por eso. De hecho, excepto la protagonista y el veterano de Vietnam de Vicente Vergara, el resto todos tienen momentos demasiado impostados.

Por otra parte, Matriz es una idealización. Una que es culpa de las que normalmente producen Netflix o Prime Video, claro, porque esto es Valeria en la vida real y un poco más diversa (de edad, de modelos de vida y de todo). La saturación de pisazos imposibles y relaciones tóxicas y codependientes como modelos aspiracionales es tal que, como respuesta, aquí los antagonistas son el machismo en su peor expresión (aunque en elipsis) y la especulación inmobiliaria más cutre. Pero a cambio las soluciones son altamente ingenuas y, perdónenme, no soy Boyero, pero es que es la palabra: en exceso buenistas. Les falta acabar pidiendo que te suscribas a eldiario.es.

Obviamente, además de como book de la creadora y persona orquesta tras todo esto, que le sale bien, esto es una reacción a todo lo otro (y a Todo lo otro), pero una muy excesiva en su burbuja. Una vez metidos en el juego de querer capturar la realidad —el debate de siempre, seas Víctor Erice o el utillero en Élite—, es inevitable despeñarse por el de ofrecer modelos aspiracionales como los neoconservadores de los culebrones mainstream. El problema es que es muy difícil que queden “realistas”, es decir, creíbles, sobre todo si conoces el susodicho ambiente que se retrata. Y ahí se pierde el embrujo de realidad y se cae en la fantasía del creador.

Todo lo aquello, pero sin dinero

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A partir de aquí, enfrentarse a Matriz, con su nada sutil juego de palabras con Madrid y su espíritu millennial y de votante sociológico de Más Madrid —luego estas personas votarán lo que sea que voten, a Ayuso quizás, pero creo que captan ustedes el concepto—, es enfrentarse a una serie barcelonesa hecha en Madrid. Que me perdonen todos por venir aquí con mis obsesiones, todos los productos audiovisuales que no cometan delito tienen derecho a existir, y entiendo la necesidad de verse representado en la ficción, pero, ¿tanto? Eso sí, en Matriz Rocío Quillahuaman y Martita de Graná podrían por fin ser amigas.

Al final la decisión en ese empeño en retratar “la vida tal como es”, o en ese ‘jonastruebismo’ de la vida, está entre que el público diga “eso no pasa en la vida, José Alberto” o que acabe gritando “pero haced algo, mata al marido con una pata de jamón, María, lo que sea”. Que la respuesta ni está en Matriz ni la tengo yo, pero está bien que le demos todos una vuelta. La subtrama de la periodista ahí en sus 40 palos que se jarta de todo y se monta un medio, a mí personalmente, por lo que sea, me toca la patata, pero es que ni así. Es tan idílico como lo resuelve que me da un poco la risa floja. Tendría más gracia una serie sobre qué pasa después de fundar ese medio independiente.

La penúltima y nos vamos —que anda que La Huelga va a estar así de vacía en fin de semana, pero oye, cada cual sus fantasías— Matriz es interesante si se conoce dicho ambiente o se quiere experimentar el nuevo periodo de discurso mainstream de las series observando cómo se impugnan sin mucho empeño desde los márgenes. Es un poco Tus monstruos sin ciencia-ficción loca y para gente más joven y con más dinero. Así que, el que guste, ahí la tiene.

Imágenes: Matriz – La Moderna
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