Si el thriller es un 75% ambientación y el resto pericia para desarrollar la trama, la película que escribe y dirige Patxi Amezcua supera con nota la prueba
Infiesto empieza cuando una joven, desaparecida hace meses, reaparece con claros signos de haber permanecido secuestrada… durante la primera jornada del confinamiento y el Estado de Alarma de marzo de 2020. Dos inspectores con diferentes problemas familiares a causa de la pandemia se enfrentan al caso mientras el país permanece encerrado en sus casas y la paranoia se instala en todos los implicados.
Si el thriller es el género por defecto del audiovisual actual, mucho más incluso que la comedia, y el aluvión es tal que se disfraza otros géneros con sus maneras para darles «prestigio», cada variante nueva se la juega en la ambientación y la atmósfera. Por eso La novia gitana es capaz de levantar una serie notable sobre un material literario mediocre o la mayoría se vuelven olvidables bajo tics de intensidad que rozan lo risible. Y por eso funciona Infiesto, que parte de una idea tan básica, ambientar una investigación policial en lo peor de la pandemia, que ya estaba tardando.
Supone el regreso de Patxi Amezcua a la dirección, además, ya que aunque no ha dejado de prodigarse en los guiones (desde la reciente Un hombre de acción hasta todo tipo de artefactos, como Sin límites o Atrapa la bandera) no se ponía detrás de la cámara desde Séptimo (2013). Al mismo tiempo, es bienvenido que se trate de un largometraje, y de apenas una hora y media, cuando, dados sus elementos en común con Santo o Feria, uno se imagina perfectamente esta historia convertida, y para ello alargada innecesariamente con a saber qué desopilantes subtramas, en miniserie de seis u ocho episodios.
Lo bueno o muy bueno de Infiesto

Para empezar, no nos engañemos, Infiesto es el enésimo thriller en el que se ha rebajado el color a la fotografía, los personajes se lanzan miradas intensitas de soslayo y una música de tensión más o menos bien traída subraya los momentos de tensión. E incluso los giros de resolución de la trama son ya un tópico de narices, aunque se relacionen con los temas de fondo de los que quiere hablar la película. Porque lo que hace que destaque, más allá de unos misterios aceptablemente bien sembrados, es que este thriller tiene algo que contar más allá de marearnos con el caso morbosillo de turno.
Así, se exprime al máximo el escenario de la pandemia, la sensación de fragilidad compartida y las localizaciones asturianas. Todo tiene un sentido en la exploración que quiere hacer la película de la paranoia apocalíptica que nos devora desde marzo de 2020 y que han prolongado las sucesivas crisis económica y climática o la Guerra de Ucrania (aunque aquí solo se vea el primer mes de pandemia en España). Si, como decíamos, el noir es 75% atmósfera y el resto la gracia con la que se narre y la pericia de los actores, Infiesto pase el corte. No es brillante, pero tiene claro de qué quiere hablar.
En parte juega con la ventaja de que la memoria sentimental está muy cercana, pero el guion también es consciente y no se ceba. Un diálogo entre los dos protagonistas, cada uno con un familiar afectado en aquellas primeras semanas en que apenas se sabía nadas del virus y las vacunas eran una utopía, basta para situarnos en lo que pasa por sus cabezas. El personaje de Isak Férriz tiene un trauma bastante tópico, de detective básico, pero simplemente se insinúa lo suficiente para que lo sepamos y luego sus acciones hablan por sí mismas. Casi todo el tiempo, la película juega a la contención y deja que las calles vacías y las autopistas desérticas hagan el resto.
Lo regular sin llegar a malo de Infiesto

La resolución del misterio central es perfectamente coherente con lo que plantea la primera media hora de la película, y el aparente giro sobrenatural que da, donde uno puede leer un homenaje explícito a True Detective, se queda en eso, en guiño. Es fácil entenderlo: se trata de dotar a los «villanos» de una motivación apocalíptica, cuya relación con la pandemia ni siquiera se valora como real, y que dialogue con la paranoia constante en la vive instalada la sociedad en ese momento… y de la que no acaba de salir en la actualidad.
El problema, quizás, es que dicha explicación acaba sonando un poco ridícula, y la confrontación con el malo final, mejor plantado de lo que parece a poco que uno repasa el filme hacia atrás en su cabeza, roza el fuera de juego. Porque ni siquiera un thriller tan bien realizado y pensado como Infiesto se libra de la ausencia absoluta de sentido del humor, aunque sea negro como pediría la ocasión, y tener a un villano de opereta disfrazado de Panoramix nuestro druida no ayuda a tomarse algo en serio.
Háganme caso, lo que acabo de hacer no es spoiler, pero ni por casualidad. Pero es que además Infiesto es una de esas películas de suspense en las que la resolución de «quién lo hizo» es lo de menos, aunque Netflix nos tenga poco acostumbrados a atreverse con una. Es, más bien, una crónica desde las tripas, que es a donde aspira a acceder el audiovisual, de la angustia, compartida pero vivida por cada cual en solitario, que nos produjo y sigue produciendo la pandemia mundial. Y a eso, ser capaz de retratar el estado mental de una sociedad en un momento concreto, es a lo que aspira el buen género negro, y no a ser un panfleto turístico de las localizaciones de turno.
Imágenes: Infiesto – Jaime Olmedo/Netflix
