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La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric: El de la taberna de ‘La Guerra de las Galaxias’

Funciona como el retrato de una generación de músicos, sus referentes, sus aspiraciones y su evolución hasta la actualidad

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La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric es un documental sobre la vida y carrera de Ernesto Jiménez Linares, alias Eric, conocido por ser el baterista de Los Planetas y Lagartija Nick. Granadino de nacimiento y residente, el músico hace un repaso en tono irónico, o más bien malafollá, a experiencia vital y a su desarrollo artístico, acompañado de algunas reflexiones propias y de su entorno sobre la evolución de la industria de la música o de la propia ciudad de Granada, escenario de todo lo que se cuenta.

Dirige César Martín Herrada, cineasta con una larga carrera como productor y que tras la cámara ha firmado documentales “musicales” similares, como Ruibal, por libre (2017), pero también ficciones con aspiraciones de cine social del tipo Arena en los bolsillos (2006) o Cuando todo esté en orden (2002). Presuntamente la base para esta película es la autobiografía de Jiménez editada en 2017 por Plaza&Janés, Cuatro millones de golpes. La insólita y emocionante historia del batería de Lagartija Nick y Los Planetas.

Y dirán ustedes: otro documental sobre un músico hagiográfico y que no aporta nada más que la visión autoindulgente del propio interesado hacia sí mismo, tipo Bosé Renacido. Pues… no. Primero, porque el protagonista es el personaje que se ha creado Jiménez, no el propio Jiménez, así que a media película, sale Eric diciéndole a David Broncano en imágenes de archivo: “Todos los documentales mienten”, y luego lo repite mirando a cámara.

Y luego porque aunque es verdad que a veces se mira el ombligo, los recursos narrativos y el contexto histórico, social y musical de La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric lo sitúan más cerca de Un día Lobo López (2022), de Alejandro G. Salgado, sobre Kiko Veneno, o de No somos nada (2021), de Javier Corcuera, sobre Lapolla Records, músicos además por edad y formación más cercanos a Jiménez. Todo eso, con malafollá granaína. Muchísima. Por arrobas.

Un buen pelotazo para empezar

La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric: El de la taberna de 'La Guerra de las Galaxias' 1

Lagartija Nick o Los Planetas son de las bandas más representativas, si no las que más, de la música pop indie de la Granada de los años 90, que triunfaron a nivel nacional y marcaron una época para cierta generación, sobre todo en ámbitos progresistas pero también en general —a pesar de que muchos de sus componentes sean más o menos de izquierdas en sus manifestaciones públicas, podemos decir que su éxito fue transversal y desideologizado—. Jiménez, que venía del punk y era, como muchos músicos de su generación, básicamente autodidacta, pasó por ambas debido al ambiente de intercambio y precaria camaradería de sus comienzos.

Ahora son celebridades y el propio Eric regenta un bar en pleno centro que se llama El Bar de Eric, que es donde aparece en la primera escena del documental, bar situado a pocos metros de un par de las tiendas de discos más célebres de la ciudad, Bora Bora y Marcapasos. La cotidianidad del documental la da que cuando aparece la actual pareja del batería y comenta quién los presentó, habla de “Mariajo Bora Bora”. Ni apellido, ni te explica que la llaman así porque es la de la tienda ni pollas.

La primera intervención de Eric en la historia de su propia vida es aún más espectacular. En su propio bar, con un pelotazo en copa de balón que igual es agua del grifo con una rodaja de limón de atrezzo, pero da el pego, comenta que 24 horas antes de cada concierto importante le gusta pillarse una curda de las que hacen época para calmar los nervios. Y remata: “realmente lo paso mal, porque el sabor del alcohol no me gusta nada”. De ahí, para arriba.

Lo interesante es como describe Jiménez la Granada de su niñez, sin la que no se explica su carácter. Hijo ilegítimo de un burgués casado y que le puso a su madre una pensión de huéspedes para que tuviese algo de qué vivir —”y controlarla económicamente”, aclara él con cinismo—, creció rodeado de “personajes de Bukowski” en la España del tardofranquismo. Su gusto por el primer punk, la cultura pop anglosajona o hacer el cafre en la noche granadina fueron las formas de escape para una vida con pocos alicientes pero que se abría a la libertad.

Cuando murió el dictador “la gente se empezó a vestir como los de la taberna de La Guerra de Las Galaxias. Y me dije: yo quiero ser uno de esos”. De punk que admiraba a Siouxsie and the Banshees pasó a popero “por dinero”, según confiesa (en rima, encima). Mientras, sus compañeros de generación lo describen como una fuerza de la naturaleza autodidacta… como la mayor parte de músicos de la época. Y se rescatan imágenes de archivo en las que en entrevistas de televisión, como miembro del grupo KGB (años 80, la KGB de verdad todavía operaba en la URSS) atacaba a las discográficas por negreras… sacrificando parte de su carrera musical.

Malafollá nivel Omega

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En pocos momentos del documental transluce Ernesto Jiménez Linares. Quizás cuando habla de sus hijos, a los que se cuida de mantener como un apunte sentimental que explica la persona que es ahora pero no explota sensibleramente. Casi siempre el que habla es Eric, aunque este sea capaz de ponerse serio y recordar con admiración a otros músicos. Por ejemplo, rememorando la gestación del disco Omega, junto a Enrique Morente, en los 90, y la revolución que supuso para el pop y el flamenco de la época, o el disco homenaje décadas más tarde que sirvió para lanzar la carrera de la hija de aquel, Soleá.

De hecho, el título del documental es muy significativo del espíritu que lo impregna. Pedante e irreverente de forma lo más directa y chocante posible, Jiménez o Martín Herrada por él vienen a decir que el susodicho podría ponerse a citar a Wilde o a grandes músicos y creadores de la historia si quisiese, pero que prefiere el escudo de Eric, primero por la manera en la que creció, y segundo para que en la actualidad, en lo posible, no vengan a tocarle las narices.

Por el camino siempre resurge la malafollá, como en sus críticas sin filtro a la industria musical de todas a las épocas y a muchos compañeros músicos, a los que acusa de ser indies cuando empiezan y pijos en cuanto les llega algo de éxito. En la cuestión de la piratería o el top manta, que por otro lado hoy están bastante superadas, el batería lamenta que se le echase la culpa a los más débiles de la cadena —el migrante que vende las copias en la calle o el estudiante sin un duro que descarga una canción— en lugar de poner en duda el mismo modelo de negocio.

Sin bises, que hay que dormirla: La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric es un artefacto para fans fatales, pero interesante para el que venga de fuera sin tener ni idea de música ni pretenderlo —como quien suscribe—. Gana si se conoce algo la ciudad, que es inseparable de muchas situaciones que describe el personaje, pero funciona a la perfección como el retrato de una generación de músicos, sus referentes, sus aspiraciones y su evolución hasta la actualidad, como algunos de los ejemplos antes mencionados.

Imágenes: La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric – Oliete Films (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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