La docuserie de RTVE Play desmitifica los asesinatos de Alfredo Galán en 2003 y el proceso policial que los investigó
El asesino de la baraja resume en tres episodios más un especial el proceso de investigación sobre los crímenes de Alfredo Galán, cuyo apodo da título a la serie. Este exmilitar con problemas psiquiátricos mató a al menos seis personas en 2003, «firmando» algunas de esas muertes con naipes de una baraja de cartas a causa a una confusión de la prensa con su primer asesinato. El documental narra los hechos de forma cronológica, pero también ordena sus episodios temáticamente, abordando el caso desde la perspectiva mediática, la estrictamente policial o la psicológica.
Esta serie documental es otro ejemplo de que RTVE Play ha intentado hacer las cosas un poquito diferente tanto a RTVE como a las corrientes principales del audiovisual actual, pero sin perderle la cara a sus tendencias. Es un true crime, uno de manual, pero al final otro más que prefiere centrarse antes en los alrededores del caso, sobre todo en cómo funciona una investigación policial en un caso así, además del inevitable revuelo mediático, que en desmenuzar detalles morbosos o proponer delirantes teorías nuevas, que suelen ser los cebos de otros productos (y suelen ser engañosos).
El asesino de la baraja nace herida de muerte por la ausencia de promoción y el estreno de tapadillo y directo a una plataforma de streaming que, a pesar de ser gratuita y de la calidad media de lo que ofrece, no suele recibir mucha atención. Desde nuestros modestos recursos lo recomendaremos a los aficionados al género, sobre todo por la autoconciencia de lo que ofrece y su coherencia con otros documentales que ha estrenado la casa, como Edelweiss o, el mejor de todos, Lucía en la telaraña.
El asesino de la baraja e irse de copas

Aunque, más que una cuestión del ente público, parece casi una tradición que la mayoría de los true crime que se estrenen en España quieran hablar más del momento de los hechos que del crimen en sí, lo cual quizás hable bien de nosotros como espectadores de estas cosas. En el metraje de El asesino de la baraja sobrevuela todo el tiempo la cuestión de hasta qué punto la idea en sí no fue poner un empeño de añadir elementos cinematográficos que no tenía al caso real por parte de cierta prensa. Un protocolo que el verdadero criminal acabó asumiendo casi por egocentrismo infantil, ni siquiera por cálculo maquiavélico o humor macabro.
El periodista especializado Manuel Marlasca, habitual de estos formatos, admite directamente que el gremio del que él formaba parte casi fantaseaba con un «asesino del Zodiaco» cañí que los contactase por teléfono. Al mismo tiempo, en un ejercicio de autocrítica necesario, varios veteranos del ramo se ríen de las interpretaciones a las que se dieron pábulo en aquellos momentos, insertando cortes de programas, ejem, informativos que explicaban la simbología esotérica de los naipes, o teorías muy locas y ya anticuadas para 2003 sobre juegos de rol. El propio Marlasca dice a las claras que el asesino de la baraja fue una ficción mediática, denostando titulares como el infame «¿Quién será el cinco de copas?».
De hecho los criminólogos que intervienen en El asesino de la baraja se dedican a desmitificar este tipo de acciones violentas e indicar que los asesinos refinados y brillantes que juegan con la policía y la prensa no existen y que Galán solo era una mala bestia egocéntrica, de inteligencia límite pero por abajo, y con necesidad de reconocimiento. El primer naipe, el as de copas, en fin, fue una casualidad, un objeto perdido junto al cuerpo de la primera víctima, que la televisión aireó y al asesino debió gustarle, pero poco más. Es más, todos los implicados en la investigación vienen a decir que puede que la presión mediática lo hiciese entregarse, pero el tipo de arma ya lo tenía en la lista de sospechosos y habría acabado cayendo.
Trabajen todos menos la policía

Porque lo que más desmitifica El asesino de la baraja, cuando lo fácil habría sido lo contrario, es el proceso policial, y lo hace por boca de los propios investigadores, que es lo que le da entidad a la serie. La pistola empleada, la famosa Tokarev, era tan rara que rápidamente los pone en la pista de militares que hubiesen servido en Los Balcanes, pero el proceso de descarte es de ensayo y error, incluyendo asociaciones de cazas o grupúsculos violentos de extrema derecha (varias víctimas eran migrantes, pero simplemente Galán las atacó por encontrárselas de madrugada).
Así, los agentes admiten situaciones tensas en las que les pareció sospechoso un propietario de un arma y luego resultó que quería confesar que tenía otra sin licencia y los resolvieron con requisa y multa, o que al producirse en jurisdicciones diferentes tardaron un tiempo en unificar las pesquisas de Policía Nacional y Guardia Civil. Sin dramatismos, críticas facilonas o demás, se explica la parte necesariamente burocrática, por minuciosa, de su trabajo, y la tensión que eso provoca por tratarse de los temas que son -se lamenta una detención innecesaria previa a las municipales de 2003 y un guardia civil admite haber llegado a urgencias pensando que le daba un infarto y era un ataque de ansiedad-.
Cerrando el caso, resumiremos que El asesino de la baraja es un true crime interesante, aunque no especialmente original, en tanto que asume que la propia mitología que le permite existir es una especie de performance. Que los criminales con protocolo y elaboradas justificaciones son una romantización y que la realidad suele ser más prosaica y sórdida, y que el trabajo policial efectivo, más que golpes de efecto, necesita calma y meticulosidad. Pero claro, eso no queda tan bien en un titular.
Imágenes: El asesino de la baraja – RTVE Play
