David Casademunt debuta con una película más efectiva en la atmósfera y el subtexto que en la historia que presenta
El páramo nos presenta a una familia que vive aislada en un paraje semidesértico en España en algún momento entre el siglo XVIII y principios del XX, aunque no se aclara. Huyendo de una guerra y la hambruna, viven asustados por la presencia de la Bestia, un monstruo mítico que supuestamente asesinó a una de las hermanas del padre de la familia y que invade ahora las pesadillas de su hijo.
Estrenada en Sitges, la ópera prima en solitario de David Casademunt es muy efectiva en cuanto a la creación de la atmósfera que busca y transmitir su subtexto pero no tanto en construir una historia por encima de ellas que resulte atractiva o sostenible por sí misma. Es decir, hace bien la parte más difícil y se queda corta en la que, sobre el papel, suele considerarse como la más fácil.
El páramo se apoya también en las interpretaciones de Inma Cuesta y el jovencísimo Asier Flores (Dolor y gloria, El Ministerio del Tiempo), que soportan la credibilidad de lo que pasa y de lo que no a base de primeros planos -aunque esto tiene excepciones obvias que no revelaremos- y al menos logran transmitir de forma efectiva su progresivo desquiciamiento, de manera más pulcra, como es previsible, la adulta que el menor.
Crítica de El páramo sin spoilers pero desvelando algún detalle

En El páramo todo se encamina, progresivamente, a que Diego, el niño protagonista, pierda la inocencia. Los límites de la supervivencia material, mezclados con la paranoia del aislamiento, van trasladando la responsabilidad del contagio de la violencia y la desconfianza del padre ausente a la madre abandonada y del propio niño hacia los animales que va escogiendo como alter egos y sacrificando ritualmente para asegurarse el alimento.
Por otra parte hay una leve reflexión sobre la masculinidad: cuidadora, noble, emotiva o monstruosa. La presencia violenta del padre -que fuerza los límites de Diego «por su bien»- y su posterior desaparición son las que llevan al posterior deterioro del núcleo familiar. Será la madre la que asuma ese papel paranoide y brutalizador a partir del segundo tercio de la cinta, mientras el niño va asumiendo como propios determinados preceptos.
La película se acaba dividiendo en segmentos más o menos marcados según esos cambios en la relación de los personajes entre sí y con la realidad, donde las muy con cuentagotas escenas oníricas marcan alguna evolución pero realmente no ocurre nada que sea necesariamente «sobrenatural». Paralelamente, en su juego nada disimulado sobre las relaciones familiares las amenazas entre madre e hijo, a pesar de la violencia que se va creando entre ambos, sobre todo de la adulta hacia el niño, suelen ser de autolesión.
Sin historia que sostenga las metáforas

Hay un par de escenas en las que el tono tan cuidado de la primera mitad definitivamente se pierde. Regresa pronto, pero viola algunas normas autoimpuestas hasta ese momento, como la música creando sensaciones en escenas no oníricas y el punto de vista exclusivo de Diego, el niño. Se compensa con momentos de tensión geniales e inesperados, como el de la bañera, que nos pilla aún más desprevenidos porque ofrece un respiro de complicidad recuperada entre madre e hijo previo al desenlace final.
Al final la ambientación es el mejor logro de El páramo, junto a una muy agradecida duración de una hora y media que permite que no se espese su viaje hacia la paranoia y donde se le puede reprochar que quiere tan fuerte ser una fábula atemporal que marca más las metáforas que hablan del subtexto -familia, inocencia, altruismo, miedo tanto a los otros como a la soledad- que se olvida de construir una narración que las cristalice en la superficie.
En resumen, una cinta de terror que sabe dialogar con otros clásicos del género y construir lo que los hace trascedentes pero, que sin llegar a fallida en cuanto a entretener o mantener el suspense, no acaba de saber contar una historia que las presente de forma natural en lugar de parecer apenas un soporte. Uno muy bien diseñado e interpretado, pero carente del alma que haga de tanta reflexión algo más que abstracciones inteligentes.
Imágenes: Fotogramas de El páramo – Netflix
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