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Sagrada familia: Todo sobre mis hijos

Manolo Caro sale bien parado al atreverse con temas polémicos en un culebrón que no se avergüenza de serlo ni del homenaje constante a la estética Almodóvar y las formas de Buñuel

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Sagrada familia nos presenta a Gloria, una misteriosa madre que vive en un barrio de alto nivel en el Madrid de finales de los 90 y primeros 2000. Porque aunque cara a la galería es madre soltera y vive sola con su bebé y una au pair, en realidad se oculta con dos hijos mayores y la procedencia del niño no está clara. Cuando una nueva pareja se mude al barrio y empiece a interactuar con la familia -tanto la real como la fingida- sus secretos empezarán a salir a la luz, y no son exactamente los que todos pensaban.

Manolo Caro ha parido una versión siniestra y pesimista de su La casa de las flores, un encaje armonioso entre el homenaje al cine que a él le gusta, el melodrama de puro entretenimiento -aquí sin comedia, aunque tenga toquecitos puntuales- y una reflexión incómoda en torno a una serie de temas sociales que consigue sortear sin moralina. De hecho, hasta sin conclusiones, dejando al espectador la tarea de decidir si el debate de fondo -los vientres de alquiler- son “buenos” o “malos”. Aunque dista de ser un mecanismo perfecto, quizás es su mejor trabajo desde que produce desde nuestro país.

También hasta cierto punto se podría decir que Sagrada familia es una versión más sofisticada en sus ambiciones pero más torpe en su ejecución de Alguien tiene que morir en la que el combo doble del homenaje a Pedro Almodóvar y Luis Buñuel se decanta más por el primero que por el segundo. El peso del reparto, además, hace que no se disimule, como en la anterior. La protagonista, que cataliza toda la acción, aunque la serie tienda a la coralidad, es el personaje de Najwa Nimri, y no se hace el trilero vendiéndonos a los actores jóvenes como tales.

El discreto encanto de Sagrada familia

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Aunque Sagrada familia no es sutil, digamos que se encuentra en un punto intermedio entre los mencionados trabajos que del director mexicano (dejaremos aparte la gamberrada mamarracha de Érase una vez… pero ya no). Ni tiene los fuegos artificiales de su gran éxito cómico ni la sobrecarga alegórica de su primera miniserie “española”. Más bien combina una falta de vergüenza en la carga melodramática de lo que se cuenta con contención en el alarde formal para mostrarla. La misma prudencia, digamos, que domina a los personajes. Buñuel se encuentra aquí, pero a nivel temático, con su eterno espacio burgués del que los personajes no pueden escapar, y El ángel exterminador se menciona en los diálogos.

Los homenajes al cine de Almodóvar -y español en general, pero domina el manchego- en la época en que se ambienta la serie son constantes, con Todo sobre mi madre como referente evidente desde la puesta en escena hasta la composición de planos o algunas caracterizaciones de los intérpretes. La cámara se va permitiendo temblar o colocarse en lugares inesperados conforme la situación se descontrola, casi como si la manejase el personaje de Nimri. A más control, mayor formalidad en sus movimientos, a menos, despendole total, como en el último episodio, que directamente es un thriller. La banda sonora, igual: de clásicos al arrancar para presentar personajes y situaciones a versiones solemne de temas POP para alguno de los momentos más dramáticos, jugando con que si es diegética o extradiegética.

Y, una vez más, la expresión artística resulta troncal a los personajes de Caro, con cada uno de los miembros de la familia protagonista dedicado una disciplina, a su manera. El espacio creativo define el carácter de cada personaje, refleja lo “tradicional” de sus ideas y hasta expresa su forma de relacionarse con los demás, y cómo esta va evolucionando a lo largo de la serie. El juego de guión se produce igualmente en cómo se reflejan entre sí las parejas de la serie, tanto reales como fingidas. Incluso aprieta pero no ahoga: los secundarios de Jon Olivares y Ella Kweku están ahí para que tener un contraejemplo de familia que acepta su no normatividad y es feliz porque existe amor sincero en su núcleo. No digo más, que sería destripar.

Para todos los públicos

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Volviendo a Almodóvar, porque en los trabajos de Caro y en esta revista siempre se vuelve a Almodóvar, el mexicano es un más que digno alumno del manchego, en el sentido de que resignifica géneros populares sin quitarles su componente pop de puro disfrute mientras vuelve a grabar las pelis o series que a él le gustan, combinación que ha ido refinando con cada vuelta de tuerca. No está claro, eso sí, si la ambientación noventera es por homenajear a ese cine concreto de su referente o tiene otros motivos, como eliminar tecnología que haría algunas situaciones imposibles. Porque la mayor parte de los conflictos, excepto quizás el de algún personaje armarizado, son perfectamente posibles en 2022.

De hecho, es un follón tremendo el triple salto mortal de afrontar la cuestión de los vientres de alquiler haciéndola que se cruce con niños robados a medio camino entre España -no empieza en Melilla porque sí– y Argentina -el personaje de Miguel Ángel Solá es un torturador de la dictadura militar, aunque no se diga-. Lo sorprendente, dadas ciertas tendencias a la moralina de las series en general y las de Netflix en particular, es que tras darnos motivos para que nos caigan bien y mal todos los personajes, no resuelve nada. La serie, más que una pregunta, tiene una reflexión, y eso está bien, porque no quiere que el mensaje social le estropee el culebrón ni a Najwa despendolada.

Sagrada familia quizás no sea la bomba termonuclear creativa que parece que se le exige a Manolo Caro con cada nueva propuesta, pero sí que es un trabajo sobresaliente, una mezcla de estilo, producto popular y riesgo, que, de momento, es una de las series del año. Porque además se molesta en atender a todos los públicos que puede a la vez: el que quiere entretenerse, el cinéfilo que viene a ver alardes estéticos y colecciones de referencias, el que pone a competir las interpretaciones de los actores -Najwa reina del Martes Santo, pero Gómez y Flores están para ponerles un piso- y hasta el que se tiene que molestar en ir pasito a pasito desgranándole todos esos aciertos a ustedes. Disfruten, que es buena, y eso no abunda.

Imágenes: Sagrada familia – Netflix
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