Amat Vallmajor del Pozo presenta una ópera prima muy interesante por cómo justifica sus decisiones estéticas, en una historia que habla de los cuidados en mitad del apocalipsis cotidiano
Misión a Marte: El futuro ya no es lo que solía ser

Misión a Marte es la historia de Txomin y Gene, dos hermanos de Eibar que viven en un futuro cercano indeterminado y reciben el encargo de hacer un peritaje sobre un meteorito que va a caer en el planeta Marte. Durante el viaje se ven afectados por una broma tóxica que afecta a la salud de Gene. Ambos se reúnen con su hermana mayor, Mila, en la casa familiar, y discuten como resolver la situación del hermano convaleciente. Al mismo tiempo, Txomin se sigue planteando la necesidad de su expedición a Marte.
Amat Vallmajor del Pozo debuta en el largometraje con esta mezcla de ciencia-ficción, costumbrismo, drama familiar y surrealismo que salió premiada tanto del Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX) como del de Pontevedra. El filme tiene ahora su estreno internacional en la Semana de la Crítica de Berlín, apuntando a ser uno de los títulos españoles independientes del año. Pero independiente de verdad, de los que luego no salen nominados ni a los Feroz ni mucho menos a los Goya.
Life on Mars

Tampoco es que lo pretenda, ya que su propuesta es chocante y lo sabe. Se podría afirmar, y no sería del todo una provocación, que Misión a Marte pone a prueba a sus espectadores durante un primer tercio en el que parece una gamberrada surrealista muy bien planificada en lo visual y luego avanza hacia aquello de lo que realmente quiere hablar. Que además son muchas cosas, y muy complejas, que enganchan muy bien con la hilarante presentación de sus dos personajes principales.
Misión a Marte se dedica a enrarecer lo cotidiano mediante una ciencia-ficción sin efectos especiales, de la que solo aparece en los diálogos de los personajes o las composiciones y la banda sonora, muy en la línea del minimalismo reciente de un Juan Cavestany o un Julián Génisson, pero con un giro más allá de la crítica social, evitando derivar hacia el mero artefacto artístico chocante. Lo que parece una parodia de la paranoia postpandémica y nuestro actual apocalipsis suave se desliza hacia temor a los cuidados y a la propia vulnerabilidad conforme avanza el metraje.
Así, los hermanos, presentados en los primeros compases como un poco enajenados aunque sin maldad, son dos tipos que sobreviven en un mundo en el que una nube de gas tóxico puede acabar con tu precaria salud en cualquier momento y en el que es posible un peritaje para comprobar si un asteroide destruirá la Tierra en breve. Es decir, un poco como nosotros, pero a lo bestia. Solo que lo que les preocupa realmente es llegar a fin de mes, la soledad o el estado de su familia y los rencorcillos acumulados entre unos y otros.
Lapolla Marte

En el documental No somos nada (2021), de Javier Corcuera, dedicado a la trayectoria de Lapolla Records, el cantante Evaristo tiene un momento en que va conduciendo por Aguráin, su pueblo, en la provincia de Álava y, como comentábamos en su momento por aquí, recordaba que los inicios del grupo les decían que un grupo punk no podía venir de un entorno rural, que el género era urbano por definición. Indignado, Páramos señalaba a la carretera, llena de baches, y decía: «¿Cómo que no se va a hacer la gente punk, con este asfaltado?».
El espíritu de Lapolla Records es parte de una banda sonora con mucha retranca que nunca abandona Misión a Marte. Aunque el corazón de la película está en su tercio familiar y netamente realista, del cual un frame aislado nos podría hacer pensar que se trata de un drama social como hay mil. De hecho, ese poso de rebeldía juvenil descerebrada pero con buenas razones detrás que mantiene unidos a los hermanos, cuya frustración deriva en toda la conspiranoia que se parodia en sus primeros diálogos cuando aún el público no los conoce de nada, es lo que pone el broche final a la película.
Así que Misión a Marte es una muy interesante ópera prima por cómo justifica todas sus decisiones estéticas, que podrían haber derivado al vacío conceptual más absoluto con facilidad, y por el sentido del humor, unas veces más soterrado que otras, con el que ilustra dramas cotidianos perfectamente reconocibles. Porque la realidad es tan extraña que para reconocerla bien a veces hay que volverla surrealista.
Imágenes: Misión a Marte – Nueve Cartas
