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«Es muy importante la fusión entre el feminismo de ahora y el de antes»

Silvia Munt estrena ‘Las buenas compañías’, una película sobre las mujeres que cruzaban a Biarritz para poder abortar en la Transición desde el punto de vista de una adolescente de la época

Silvia Munt Las buenas compañías

Sílvia Munt (Barcelona, 1957) estrena este viernes Las buenas compañías, un drama coming-of-age ambientado en la Euskadi de la Transición, en plena lucha por la legalización del aborto y con un país a la espera de una Ley de Amnistía que no llegaba. Premiada por el Jurado Joven de la UMA en el Festival de Málaga, donde compitió en Sección Oficial, supone el descubrimiento de la joven protagonista, Alicia Falcó.

En conversación con Cine con Ñ, Munt reflexiona sobre la representación de determinadas realidades de la Transición, la evolución del feminismo y sus protestas a lo largo de los años, además de cómo ha cambiado el trabajo de las cineastas mujeres a lo largo de su propia carrera, que ya suma más de 20 años como directora.

¿Cómo llega a la historia de Las buenas compañías?

Fue Jorge Gil Munárriz el que me enseñó su proyecto de guión, que partía del conocimiento de estas señoras que habían ido a abortar a Biarritz y él había abordado en un pequeño corto con sus alumnas. A partir de ahí ideó una primera escaleta, me la enseñó y yo le dije que esta historia me interesaba mucho. Sobre todo porque podía meter mi experiencia vital, porque yo tenía 17 años en esa época. Así, pasó a ser una película muy subjetiva, donde entenderíamos a través de los ojos de Bea un verano en el que pasaron muchas cosas en este país… y en el que me pasaron muchas cosas también a mi. 

¿Por eso no hacer una película directamente de las Once de Basauri?

La historia siempre fue la historia de Bea, una adolescente que pasa por un verano que la cambia y la lleva a la edad adulta. ¿Eso qué significa? Pues mostrar que esa adultez se vivía en esa época siendo consciente por primera vez de que eras una mujer, que tenias unas libertades, que había que luchar por unos anticonceptivos, que se rompía el estereotipo que te habían enseñado a ser, que era el que encarnaba tu madre… Que, en el mejor de los casos, formabas parte de un grupo que te ayudaba a entender la realidad y replantearte todo.

Te enamorabas de aquella persona que en principio era tu enemigo y que no sabías ni cómo hacerlo ni a quién decírselo, porque se callaba todo. Las buenas compañías quiere enseñar esa sociedad, un paisaje sobre grises donde de alguna manera crecías e intentabas sobrellevar y replantearte casi todo. Bea lo que hace es gritar y luchar para ser visible, y por el camino se encuentra con todo esto.

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Algunas de las protestas de Bea, basadas en manifestaciones de la época, podrían ser actuales.

Totalmente.

¿Es algo que quería subrayar?

Lo contrario: quería hacerlo entender por silencios, por ausencias. Están la moda de la época, los grises, los edificios sucios, los ríos contaminados, pero sin enseñarlos directamente. Lo mismo con las reivindicaciones, que se entienda que hace 45 años se estaba chillando por cosas que nos habían quitado durante los 40 anteriores, a todos los niveles, no solo del aborto, pero sin subrayados.

Y, en parte, quería que el espectador entendiera que aún hoy puede existir un abusador al que a la víctima le cueste trabajo denunciar, que somos susceptibles de ir para atrás, como ha pasado en EEUU precisamente con el aborto, o que todavía cuesta mucho que alguien que sufre violencia dentro de su propia familia hable de ello… Por eso una de las cosas que más me gustó es que el premio de Málaga nos lo diese el Jurado Joven. Tiene más sentido hacer la película así. 

En Las buenas compañías hay sucesos terribles que nunca llegamos a ver o verbalizar, como la identidad del padre de uno de los bebés o la causa de la muerte de otro personaje. Recibimos esa información junto a Bea, de forma casi amortiguada, de rebote…

Para empezar es una cuestión de estilo. A mi no me gusta este como, digamos, oportunismo del morbo. Creo que las cosas sugeridas son siempre mucho más impactantes que subrayando todo mucho. Pero es que además era como entendíamos la realidad entonces, la percibíamos a través de una puerta abierta, de una conversación que se escapaba, de una mujer que veías que tenía sangre y nadie te explicaba bien qué pasaba, del silencio respecto a tus emociones… Bea subjetivamente va entendiendo todo ese paisaje, con una información suministrada siempre medio omitida o medio oculta.

¿Qué ha pasado con tal persona? Pues ella medio lo oye y entiende lo que puede haber pasado, algo que sigue ocurriendo hoy, que ha habido un caso de violencia de género. Esas cosas las digerías en silencio y se quedaban ahí, no había la educación social como para que se denunciase de manera pública. Formaba parte del mundo. Y el niño o el adolescente lo intuían siempre a través de una especie de cortina. Ni siquiera hemos acumulado temas, es que llegaban así, de esa manera, entonces.

«Los personajes femeninos eran etéreos, casi simbólicos, porque eran la mujer de, el objeto de deseo».

¿Esta historia es una de esas historias de la Transición que no se habían contado hasta ahora?

Al menos desde esta perspectiva creo que no, que no se había contado. Y para mí era importante, porque no saber ciertas cosas nos vuelve más ineptos. Es importante saber cómo eran las cosas entonces para saber cómo somos ahora. De dónde venimos, lo que costó, y lo invisibles que éramos. Lo bueno es que ahora, en esta etapa que estamos tan brutalmente cambiante, todos los días aprendemos cosas de nosotras mismas, al menos yo. Y los hombres también.

Tenemos que estar contentos, porque en ese sentido nos estamos quitando unas cadenas, puestas desde el cristianismo, sobre cómo deben ser los roles del hombre y la mujer cerrados y manipulados. Nos estamos liberando, despacito, pero irremediablemente. Aunque vaya a costar mucho.

Precisamente temas como el aborto o las identidades, si uno va al cine de aquellos años, de la misma Transición, se trataban habitualmente en todo tipo de películas, pero luego desaparecieron. Han tenido que pasar 35 ó 40 años para que cineastas que entonces eran adolescentes los retomen. ¿Por qué ese silencio?

Puedo hablar solo por mí misma, pero creo que quizás no se pueden valorar bien las cosas hasta que no pasa un tiempo. Igual que hubo años en que no se hablaba de la Guerra Civil, por ejemplo. Cuando algo está excesivamente reciente no lo puedes sopesar bien, pero si pasan 25 ó 30 años, te das cuenta del valor que tuvo. También el hecho de que haya costado tanto es importante, porque nos hace unir generaciones. La sociedad parece que quiere enfrentarnos, pero para mí es muy importante esa fusión entre el feminismo de ahora y el de antes. 

Silvia Munt Las buenas compañías
Silvia Munt en el centro, entre Elena Tarrats y Alicia Falcó, protagonistas de ‘Las buenas compañías’.

En este caso, Las buenas compañías es una película donde todos los papeles principales son femeninos y las pocas masculinidades que aparecen son negativas, quizás excepto el padre que interpreta Iván Massagué…

Bueno, a ver, hay más papeles de mujeres que de hombres, pero por ejemplo el que las ayuda con la protesta en el autobús es un personaje positivo y es un hombre, ¿eh? Que lo digo porque sé que es una crítica que se me hace siempre. En esta película es que estamos haciendo el retrato de una sociedad en un momento, y en aquella en concreto la masculinidad estaba ligada a un cierto donjuanismo, a un gran egoismo… Hombres que eran simpáticos, agradables, muy líderes en todo… a los que la mujer tenía que aguantar carros y carretas.

Por eso quería tener a ese padre, al cual ella se sienta muy cercana, lo admira en todo, con el que tiene más confianza que con su madre, como me pasaba a mí… pero sigue siendo un ser egoísta que ha sido muy mal educado. Parto de la base de que esos hombres eran víctimas de una mala educación que les decía que estaban hechos para hacer continuamente lo que les diese la gana y engañando todo lo posible.

Y en este boom actual de las cineastas, ¿cómo dirías que ha cambiado el trabajo de las mujeres en el cine español, en tu experiencia como actriz y como directora?

Uno de los problemas que había cuando yo hacía de actriz es que los personajes femeninos eran casi todos etéreos, casi simbólicos, porque eran la mujer de, el objeto de deseo de… Estaban escritos a partir de una realidad masculina que normalmente los idealizaba. El cambio es que han entrado a escribir mujeres, y ahora los guiones las entienden mejor y las hacen ser protagonistas de las historias. Es el mayor cambio de estos últimos 20 años.

Yo personalmente no tengo quejas, porque he podido rodar y nunca he tenido problemas con ningún equipo. Pero también he leído informes de comisiones de valoración de guiones escritos por mujeres, donde todos los que hacían de filtro eran hombres, y me consta que durante mucho tiempo el universo femenino no era bien entendido. Ha mejorado que se acepten otros imaginarios, otras miradas que antes eran recibidas con condescendencia porque no coincidían con la mirada del que lo leía.

Imágenes: Silvia Munt en el rodaje de Las buenas compañías – Filmax
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