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Entre tierras: Más grandes que la vida

Un culebrón de época de manual, con sus modernizaciones contemporáneas de los tropos clásicos y una factura técnica cuidada, aunque no perfecta

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Entre tierras cuenta la historia de María, una mujer que vive en Almería en los años 60 junto a su familia, cargada de deudas desde la muerte de su padre. María cose, ejerce de peluquera y recoge sal en la laguna, pero no es suficiente para poner fin a sus apuros económicos. Hasta que acepta el matrimonio por poderes con un misterioso terrateniente de La Mancha. Un hombre al que cuando conoce resulta ser un alcohólico amargado y obsesionado por la muerte de su primera esposa, encerrado en una finca llena de secretos.

El culebrón se basa en parecer realista y al mismo tiempo, grandilocuente, más grande que la vida. Que parezca que esas historias de amor y pasión descontroladas las puedes vivir tú, aunque sea delegadamente. Como los superhéroes Marvel, pero para otro target. O para el mismo, que aquí estoy yo, como un campeón. Y sí, ya se nos pasará esta etapa tan trascendente de analizar todo dentro de las grandes corrientes del Arte Audiovisual que nos ha dado de unos meses para acá, pero venía a decir que Atresmedia va a contracorriente. Mientras Mediaset y RTVE han puesto el culebrón puro en el formato diario y las plataformas no saben hacerlo sin hibridarlo o disfrazarlo de thriller cutrón, ellos van con todo: culebrón químicamente puro pero en formato prime time.

En esta última oleada es una especie de contagio turco, aunque muchos de los grandes éxitos del país otomano sean de formato diario, porque arrancan con las adaptaciones de dicha procedencia, como Alba (2021), también producida por Boomerang TV. Es más, Entre tierras comparte equipo con esta —los directores Pablo Guerrero y Humberto Miró y la guionista Susana López Rubio— y con Si lo hubiera sabido (2022)—el mencionado Guerrero y el guionista Joaquín Santamaría—. Solo que aquí la que reformulan es la italiana La esposa (2022), cambiando Calabria por Almería y Vicenza por La Mancha.

Personajes contra su esquema

Entre tierras

Vaya por delante que solo hemos visto dos episodios de los 10 totales que componen Entre tierras, así que digamos que esta crítica es una valoración sobre la muestra. Lo que se puede ver es que la factura es buena pero sin alardes, la narrativa tendente a la grandilocuencia para lo cotidiano, como decía más arriba, pero gracias a ello con planos más cinematográficos —insinuar la indefensión de un personaje remarcándolo solo y diminuto en un plano general en un espacio natural— que la mayoría de thrillers aspirantes a explorar de manera certera los más recónditos recovecos del alma humana.

Por lo demás la historia empieza previsible y esquemática, con el personaje de Unax Ugalde, el viudo alcoholizado, como el más ambivalente y con posibilidad de arco. Puigcorbé hace un malo malísimo de manual, que se intuye que tendrá alguna especie de explicación o redención más adelante, y a Montaner le toca una protagonista de culebrón de época en versión contemporánea: de origen humilde pero resolutiva y trabajadora, intenta mejorar las cosas para sí misma y sus iguales —las otras trabajadoras de la finca, su propia familia—, a veces equivocándose. Y los señores no la definen, aunque sean muy importantes.

A esta Pollyanna de los 60, capaz de sacrificar su vida por su familia, se le opone un grupo variopinto y esquemático con unas relaciones un poco más originales y turbias que las que habrían tenido en un folletín al uso. Queda por ver si las soluciones que se plantean a sus conflictos son tirar por lo fácil —un romance entre los actores más guapos y famosos— o se propone algún tipo de organización familiar alternativa que, sin subvertir las normas de la época en la que se sitúa, dé a los personajes un final feliz sostenible. Vamos, que se monten un poliamor o usen el matrimonio fraudulento de tapadera para otras cosas, cosas que en la original italiana no pasaban.

Que fea la desigualdad… en los 60

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Y, bueno, luego lo de siempre en el audiovisual y la ficción española con aspiraciones de popular. Se dirigen a una imaginaria clase media autopercibida que las pasa canutas pero solo quiere cerveza fría y que gane el Real Madrid. Ya saben, qué feos la desigualdad y el machismo, qué asfixiantes esos pueblos donde el cacique hacía y deshacía, qué malvados los empresarios explotadores del campo… en los 60, antiguamente, antaño. Y si alguien se sale de esas situaciones es por la virtud personal o el braguetazo (braguetazo por amor verdadero, pero braguetazo). De nuevo folletín del siglo XIX maqueado con parafernalia contemporánea, pero con lo mismos valores.

Luego la labor de ambientación es curiosa, porque a veces parece los 60 y a veces el siglo XIX, y juega con una banda sonora presuntamente diegética, vaya, contemporánea, que algún personaje escucha en la radio… pero luego se descuelga con Abre la puerta, de Triana, que es de 1975, o sea, entre 10 y 15 años más tarde. Más interesante es que, aunque claramente las actrices no tienen pinta de haberse pasado toda su vida adulta trabajando en el campo, el guión se permita hablar del estado de sus manos o la cámara enfoque los presuntamente castigados pies del personaje de Begoña Maestre.

Recogiendo los aperos, Entre tierras es un culebrón de época de manual, con sus modernizaciones contemporáneas de los tropos de siempre y una factura técnica muy cuidada, aunque no perfecta. Apunta maneras, que confirmará su desarrollo, para presentar soluciones colectivas y alternativas a los problemas clásicos a los que se enfrenta, pero eso habrá que verlo cuando avance. Si se parece a su referente original, será una telenovela más en formato vitaminado de prime time y muy bien realizada. Si se atreve a ser menos tópica, será algo mejor.

Imágenes: Entre tierras – Atresplayer (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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