Un documental cuyos cuatro episodios se ven del tirón, entre la risa irónica y la indignación suprema, y que parece la fase de documentación de ‘Vamos Juan’
La Sagrada Familia: In Catalonia, of course

La Sagrada Familia repasa la trayectoria vital, política y empresarial de la familia Pujol Ferrusola, sobre todo del patriarca, Jordi Pujol, opositor al Franquismo, president de la Generalitat de Catalunya durante 23 años y figura clave del nacionalismo catalán. Se realiza una semblanza que arranca con el abuelo, Florenci Pujol, financiero (y estraperlista en la posguerra) y termina en los casos de corrupción de los nietos, Josep, Oriol y Jordi Pujol Ferrusola, a través de la cual se sigue la evolución política y cultural de Cataluña y, por supuesto, la de España.
David Trueba ha dirigido lo que podría ser, perfectamente, la documentación para una cuarta temporada de Vamos Juan si el personaje en vez de Logroño fuese de Barcelona. Se podría comparar con Salvar al Rey, ya que se parecen incluso en la escasa promoción y en que realmente no añaden apenas información nueva, solo la presentan muy bien explicada y en boca de fuentes inesperadas por su relevancia. Pero es que las dos son, básicamente, Venga Juan rodadas con glamour y épica. Comedias bufas involuntarias sobre lo estúpidas que son la corrupción y el poder.
La Sagrada Familia probablemente se lea diferente en Cataluña y fuera de ella, ya que además los detalles de los oscuros manejos de los hijos del mandatario allí son mucho más conocidos. Aparece uno de ellos, Josep, defendiendo con argumentos de manual del corrupto inmobiliario tanto su actividad “empresarial” como la de su madre o sus hermanos. También Lluís Prenafreta, que fuese Secretario de Presidencia en la Generalitat durante años e ilustre “fontanero”. Aparte, una amplia gama de periodistas, dirigentes de CiU y los expresidentes Felipe González y José María Aznar, que tiene mucho morbo verlos rememorar según que cosas, pero de últimas aportan poco más que indignar con su ilustre jeta.
Pujol, enano, habla castellano

En gran parte La Sagrada Familia es la historia de un megalómano y no se oculta. Un Jordi Pujol obsesionado desde muy joven con Cataluña como concepto trascedente y capaz de poner en peligro por ello hasta la estabilidad económica de su familia. Por otra parte, no se evitan los aires de saga mafiosa, aunque la narración se cuide mucho de explicitarlo así, cuando se presentan las hazañas del abuelo Florenci, al que la familia recuerda como aguerrido luchador antifranquista, pero que se deduce que fue básicamente un prestamista y un contrabandista. Es cierto que el estraperlo, en las Españas de los 40-50, no estaba del todo mal visto porque había que comer, pero el mayor de los Pujol parecía dedicarse a mucho más oscuros manejos.
De esta manera Jordi Pujol, el molt honorable, es retratado con ambivalencia, como un obseso con aires de Mesías que se identifica a sí mismo con Cataluña, pero cuyos pasos para “hacer país” siempre redundaban en beneficio económico para sí mismo o quienes le rodeaban. Un tipo que, por lo demás, parecía vivir con austeridad espartana, y cuya señora, Marta Ferrusola, cuando se desveló que su empresa de jardinería estaba montando todos los parterres de rotondas de Cataluña y llenando de plantas la Generalitat, salió a dar una rueda de prensa quejándose de que le pagaban tarde.
El nivel de apropiación de lo público por parte de la familia y allegados era tal, viene a decir el guión, que los anuncios pagados a cargo del erario durante Barcelona’92 en los que se preguntaba al lector en inglés si sabía en qué país se celebraban los Juegos Olímpicos para responder “In Catalonia, of course” es lo de menos. Cosas de críos, como califica Josep Pujol Ferrusola los intentos de su hermano Oriol de boicotear la ceremonia de inauguración.
En la forma de los cuatro episodios David Trueba no se mata: gente sentada hablando y archivo, archivo a paladas. La fuerza de los testimonios y el humor zumbón del montaje sirve para sostenerlo. Un ejemplo (parafraseando): Enric González: “Me vetaron en TV3 por escribir sobre Banca Catalana”; Prenafreta: “No sé quién es Enric González”; directivo de TV3: “Prenafreta me dijo que Enric González no”. Otro: Aznar: “Las reformas que se pactaron eran para todas las CCAA”; Pilar Rahola (partiéndose de risa y obviamente sin saber lo que dice el expresidente): “Me duele decirlo pero el mejor pacto con Cataluña es el que hizo Aznar con Pujol”.
Pujol, guaperas, habla como quieras

Por otra parte, aunque no se evita pisar ningún callo, La Sagrada Familia no es tampoco un panfleto contra el nacionalismo catalán. A La Sagrada Familia a quién vote usted o con qué himno se emocione le da igual y, como hemos dicho, se presentan las convicciones de Jordi Pujol como sinceras. Hablan dirigentes nacionalistas que son independentistas conocidos. Pero, más allá de anécdotas como el enfado del president ante una pitada a Juan Carlos I en la inauguración del Estadio de Montjüic o su “tranquilo, Jordi, tranquilo” en el 23F, se acaba presentando la senyera como una excusa para robar. Como resume Rahola: “hay una mezcla entre la bandera y el bolsillo porque de alguna forma la bandera justifica la buchaca”.
La Sagrada Familia, con testimonios de los fiscales, varios abogados, los periodistas que siguieron el caso, Felipe González y el propio Lluís Prenafreta, viene a decir que el caso Banca Catalana, que habría procesado a Pujol ya en los 80 por múltiples delitos financieros, se paró en una operación de Estado y con presiones al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, donde, entre otros, entonces ejercía la ahora ministra Margarita Robles, que votó en contra y aporta su testimonio al respecto.
Es más. Una dirigente de CiU afirma, y se queda tan ancha: “los jueces y fiscales no deben tener solo conocimientos judiciales, también estar arraigados en la sociedad en la que viven y saber lo que les pide“. Ante eso, Josep Pujol Ferrusola justificando que para estar en el sector inmobiliario había que tener caja en B sí o sí porque “así era el negocio” o Prenafreta diciendo que la corrupción existe desde la Grecia Antigua y es “consutancial” se quedan en simpática anécdota.
Se puede seguir un rato a base de episodios de La Sagrada Familia que ilustran lo que, de nuevo Enric González o, por ejemplo, Jordi Évole, califican como “la época de la impunidad”, pero se resume en que nadie se preguntaba de dónde había salido el lamborghini que conducía Jordi Pujol Ferrusola. El resultado es un documental cuyos cuatro episodios se ven del tirón, entre la risa irónica y la indignación suprema, y un retrato de la España -y la Cataluña, no se me ofenda nadie- de la Transición: un grupo de tipos que tras salir de una dictadura infame tuvieron que inventarse un país y se dieron cuenta de que combatieron el Franquismo porque no podían ser franquistas, pero corruptos sí que podían volverse.
Imágenes: La Sagrada Familia – HBO Max
