La serie de HBO Max desvela algunos audios o documentos inéditos sobre los escándalos del Emérito, pero sobre todo llama la atención que los participantes en el “pacto de silencio” renieguen de él
Salvar al Rey resume a lo largo de tres episodios el “cordón sanitario” mediático alrededor de la figura de Juan Carlos I, que empieza con su etapa como protegido de Franco y finaliza con su abdicación y los escándalos innegables que salían a la luz. Algunos de los protagonistas de aquel pacto de silencio sobre la figura del ahora Emérito reniegan ahora de él en un ejercicio que dice más de la imagen que quieren transmitir de sí mismos que de la monarquía.
Es decir, esta serie cuenta más por quién lo cuenta y quién la produce y difunde que por el contenido de lo que cuenta en sí, que añade detalles y documentos, pero no hechos novedosos a lo ya conocido sobre los chanchullos y escándalos varios del Rey Emérito, Juan Carlos I de Borbón. Por resumir un poco en ese sentido, no supera en escándalo ni descaro a nada de los publicado en prensa o resumido, por ejemplo, en el podcast XRey, pero sí sorprende por los emisores y quienes han accedido a que su nombre se asocie a este documental.
Tiene gracia también que Salvar al Rey llegue después de Los Borbones, de Atresmedia -Grupo Planeta, no precisamente el fanzine anarcopunk de una casa okupa en Barcelona, digamos- y del primer adelanto de Cristo y Rey, con Belén Cuesta en el papel de la mismísima saludando: “Majestad”. Juan Carlos ya no es intocable, y hasta sus legionarios de otra época lo desechan, no está claro si para seguir en la pomada ante el cambio del viento o para ser recordados como hombres de Estado.
Salvar el Rey, salvarnos nosotros

Si ya era llamativo que se atizase, aunque fuese suavemente, a la Familia Real en un documental del grupo de Antena 3, la cadena que nombró a Juan Carlos I mediante una encuesta nada parcial como el español más importante de la Historia -por delante de Cervantes-, que esta Salvar al Rey la produzca una subsidiaria de la siempre complaciente Mediaset, aunque lo emita HBO Max como un producto “de prestigio”, no deja de ser un poco la repanocha.
Cierto es que en Salvar al Rey se alternan directores de medios de comunicación o periodistas que fueron acomodaticios con otros que no, algunos declaradamente monárquicos y otros que, nos gusten más o menos, siempre le han buscado las cosquillas a quien esté en el machito, sea quien sea. Pero es sangrante que Fernando Ónega o Pepe Bono, entre muchos otros, establishment puro y duro, presuman de estar escandalizados frente al pacto de silencio alrededor de Juan Carlos I cuando los testimonios que aportan subrayan que ellos mismos eran ese pacto de silencio.
Aunque de nuevo comisiones, chanchullos, participación en el 23F -un ex agente del CESID lo considera “motor” del mismo- y la mayoría de amantes son ya conocidos, Salvar al Rey incluye audios nunca publicados de mensajes del exmonarca a sus queridas -la mayoría inofensivos y hasta tierno, tipo mandarles “un besito”- y responsables del CNI confirmando que la institución trabajó para barrer la mierda del Emérito bajo la alfombra. No es que escandalice de nuevas, pero refuerza tendencias, por decirlo así.
La intervención de Mario Conde, todavía rebotado por los editoriales contra Banesto que le publicaba El País en los 90, es de las más desopilantes. El exbanquero y exconvicto admite sin ambages, como lleva haciendo años, todos sus oscuras corruptelas, aunque sigue considerándolas legítimas, y se muestra indignado por las críticas recibidas o las consecuencias legales. Es el caso más evidente de que la disonancia cognitiva no salta nunca en las cabezas de los mandamases: ellos siempre son dignos defensores de la economía, la democracia o lo que sea, tanto con Juan Carlos como contra él.
A rey muerto, rey puesto

Son un poco ridículas, eso sí, las escenas, completamente forzadas, en las que los veteranísimos popes de la prensa patria analizan la prensa de los 50 tapando los detalles de la muerte de Alfonso de Borbón o los audios de Bárbara Rey y Juan Carlos, en plan comité de expertos. No aportan demasiado, quedan artificiales y en algunos casos es casi ofensivo que algunos de ellos, que contribuyeron activamente a tapar aquellos documentos, finja ahora conocerlos por primera vez.
Al fin y al cabo, esta oleada de revisionismo audiovisual de la que forma parte Salvar al Rey no es más, aunque indigne, que una operación de lavado de cara, para la institución de la Monarquía y para los respetables próceres de la patria que la rodean. Casimiro García-Abadillo lo verbaliza como si él, número 2 de El Mundo durante décadas y director unos años antes de lanzar el actual El Independiente, lo hubiese visto desde fuera: “La Monarquía corrió serio peligro. Participan todos en un consenso que es ‘hay que salvar a la Monarquía hundiendo al Rey'”. Ya saben, a rey muerto, rey puesto.
Más tarde José Antonio Zarzalejos, quizás de los periodistas con más dignidad de España, lo amplía: se trataba de separar la figura de Felipe VI de la de su padre. Aunque el leve conato de atizar a la figura del actual Jefe de Estado queda para el polémica Juan Luis Galiacho o una figura más “progre”, como la directora de Público.es Ana Pardo de Vera, quienes critican la artificiosidad de la imagen aséptica que se intenta transmitir de Felipe VI.
Está bien que el tramo final subraye esa circunstancias, demostrando que Salvar al Rey es un documental muy consciente de sí mismo. El aparato político, mediático y económico de la cosa llamada España no ha empezado a denostar la figura de Juan Carlos I hasta que no le ha sido rentable, ya sea en términos de imagen como de estabilidad política. El mismo cordón sanitario se perpetuará en su hijo si es necesario, aunque a este no se le conozcan escándalos. Al igual que el mucho más tontorrón y vergonzoso Leonor. El futuro de la monarquía renovada, de Hola y Prime Video, al final es otro documental que acaba describiendo, más que a los Borbones, a quienes aspiran a vivir de contarnos quiénes son los Borbones.
Imágenes: Salvar al Rey – HBO Max (montaje de portada: Cine con Ñ)
