Raúl Cerezo y Fernando González dirigen una película de terror correcta que destaca por sus personajes y la capacidad de reírse de sí misma
La pasajera: Vengan por los monstruos, quédense por los señoros

La pasajera parte de un viaje compartido hacia una romería de pueblo en una vieja furgoneta Ebro. Un conductor peculiar y tres viajeras muy diferentes que se tropezarán con una misteriosa turista accidentada a la que socorrerán llevando con ellos. Pero claro, nada es lo que parece, y la peor idea del mundo es compartir asiento con la misteriosa pasajera…
La película de Raúl Cerezo y Fernando González Gómez, que se ha estrenado estos días en el Festival de Sitges y ahora llega a las salas de cine, es un entretenimiento efectivo, que va a lo básico para lo que la historia necesita. Como film de sustos, vamos a decir, es más que correcta, porque además sabe cuando se ve venir desde lejos lo que está preparando. Aunque eso la haga previsible en algún momento, no molesta si se compra el tipo de terror que nos está proponiendo.
Mención aparte para el reparto, lleno de caras conocidas pero sin ninguna estrella, cuando menos arriesgado sobre todo por darle a Ramiro Blas el papel que le da, un tópico de señor rancio reciamente ibérico que sobre el papel es complicado darle a un extranjero y en el que se faja bien. Aparte, los directores saben que, por inercia, de él esperamos cierto tipo de personaje -un villano, vaya- y de Paula Gallego, vía Cuéntame cómo pasó, esperamos otro, y, ahí sí, juegan a torcernos el culo.
Crítica de La pasajera con algún spoiler

Durante la mayor parte del metraje de la parte de terror la película se pega mucho al homenaje al horror físico de David Cronenberg, pero hasta que llega ahí el contenido se mueve en el terreno del costumbrismo, y los diálogos, que se basan en los equívocos a base de los arquetipos de los personajes, se vuelven aberrantes más por el uso de la cámara, que nos indica que algo no acaba de andar bien, que porque sean particularmente incómodos para nosotros como espectadores -aunque algún personaje los lleve regular-.
La pasajera, como casi todo el cine, se vuelve un poco mejor cuando decide ser más sutil, como cuando decide no subrayar que en este film en el que el monstruo deforma completamente a sus víctimas los héroes son, precisamente, un grupo de cuatro personas que cada una a su manera se consideran a sí mismas como tales. Y varias de esas taras son evidentes, pero una no, precisamente del personaje que puede resultar más antipático pero acaba siendo, por lógica de su relación con otro del resto, el más altruista.
Paradójicamente la película también sube cuando se despendola. Es decir, en las partes de terror más canónico, en las que se notan los homenajes y la sapiencia cinéfila de los creadores, está correcta, no molesta, pero es una película más. Ahora bien, cuando el protagonista hace burradas propias del tópico que se le atribuye, el interés sube. Como por ejemplo, y perdónenme el spoiler, cuando la mejor solución que se le ocurre para confrontar a un monstruo de horror cósmico alienígena es torearlo.
Suspiros de España

En ese detalle, claro, el de torear a un bicho salido del día que John Carpenter y David Cronenberg se fueron de absenta al Área 51, es donde está el tomate que puede hacer que La pasajera pase de película correcta a producto de culto. Ese equilibrio en el que lleva metido el cine español de género desde hace unas pocas décadas, de refocilarse en los referentes foráneos que han formado el gusto de sus creativos pero sin dejar de tener sabor añejamente ibérico.
Y ahí está el tomate, en la composición del antihéroe y protagonista, el extorero tuerto y faltón Blasco a los mandos de su furgoneta Ebro, con Ramiro Blas pasándoselo en grande, peleando a veces con su propio acento y en otras ocasiones pareciendo que ha nacido en la mismísima Palencia. En la parte más costumbrista, mientras te preguntas a quién se va a desayunar primero el engendro del prólogo, el tópico del señoro machista, xenófobo y faltón se ceba al máximo, con la sola salvación de su solidaridad a base de retranca con otros de los personajes.
La pasajera, en fin, pasa el test de ser divertida precisamente gracias a ese cuarteto de protagonistas, donde acaban muriendo en un orden que uno se espera pero al menos tienen cada uno su momento de gloria y de ser únicos. Pero si se va a recordar será en la medida en que se entienda la retranca de su cuarto de hora final, donde el Señoro se convierte en antihéroe crepuscular, casi de cine clásico. La parte de beber de Cronenberg se desata, y encima todo a ritmo de pasodoble.
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Imágenes: Fotogramas de La pasajera – La Dalia Films
