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La Fortuna: You wanna be americano

Amenábar dirige una serie formalmente impecable y hasta genial en su planteamiento narrativo pero demasiado mecánica y que nos echa la bronca sin venir a cuento

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La Fortuna cuenta el rescate de los restos del naufragio del barco del mismo nombre, hundido en el siglo XIX. Por un lado tenemos a Frank Wild, un ‘cazatesoros’ aventurero estadounidense que quiere apuntarse el tanto -y los beneficios- del descubrimiento. Por otro, al joven diplomático español Alejandro Ventura, recién asignado al Ministerio de Cultura, que se moviliza junto a abogados, expertas y otros funcionarios honrados para rescatar el tesoro para el patrimonio cultural de nuestro país. Adapta, con bastante fidelidad, el tebeo El tesoro del cisne negro, de Guillermo Corral y Paco Roca.

Alejandro Amenábar ha debutado como director de series con un mecanismo perfecto, una serie satisfactoria narrativamente, técnicamente impecable y con el mérito de ser entretenida en maratón o episodio a episodio. Un artefacto homenaje al cine estilo Steven Spielberg aunque con giros reciamente ibéricos, al que como mucho se le puede poner un pero: que está tan bien hecho, que molesta. Incluso los momentos emocionales -por otro lado sacados del cómic- parecen rodados con la plantilla del blockbuster.

El director hispanochileno ha hilado toda la serie con un sentido del humor que va pasando de más a menos sutil pero permite conectar con una historia que podría resultar muy árida de otra manera -patrimonio, juicios, burocracia-, añadiendo de su cosecha a la historia original del cómic cierta moralina sobre la necesidad de que “las dos Españas” se entiendan, algo que sin acabar de molestar sí que chirría. De hecho por ahí, quizás, hay que reprocharle que precisamente cuando reivindica el orgullo de España para proteger su cultura parece que la serie se avergüence de ser española.

Crítica de La Fortuna con algún spoiler

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Amenábar es muy inteligente. Su sentido del humor, antes que en los chistes obvios, llega de la mano del propio lenguaje de la cámara, que durante los primeros episodios narra de manera diferente las escenas de los personajes estadounidenses y las de los españoles. Mientras el “pirata” Frank Wild –Stanley Tucci en piloto automático- es rodeado de cierta épica artificial, el joven A. Ventura –Álvaro Mel, la técnica de parecer un pardillo voluntarioso y que se note como aprende y envejece- vive su llegada al Ministerio de Cultura como un cruce entre Mortadelo y Berlanga.

Conforme avance la serie, ambos tonos se irán fundiendo. Por ejemplo, Wild y su entorno se humanizarán o deshumanizarán conforme sea necesario, demostrando que su discurso del aventurero hecho a sí mismo solo esconde a un depredador sin escrúpulos. Y mientras tanto, Álex, Lucía –Ana Polvorosa, que saca naturalidad de diálogos que no la tienen por escrito-. y el resto de funcionarios irán ganando en épica, hasta acabar celebrando el orgullo patrio español en un momento 100% Spielberg con un discurso del embajador en EEUU –Pedro Casablanc, encima- y un final de los tres protagonistas caminando hacia el horizonte como héroes anónimos y hasta con la Marcha de Granaderos de fondo.

Y esto, en realidad, está muy bien y demuestra que Amenábar, sin dejar de respetar el material original del tebeo y los hechos reales en que se inspira, ha querido trasladar completamente al lenguaje audiovisual la historia, añadiéndole el giro de una perfecta adaptación al formato serie, con cada episodio con su hilo temático, su avance de las tramas personales y su chimpún. Si en muchos momentos La Fortuna parece una colección de homenajes al blockbuster noventero, también se permite un cambio de registro por capítulo, y por un rato es The Good Fight, por otro The Americans y hasta se permite referenciar a The Wire… o Antidisturbios y La Peste, que jugamos en casa.

Por el camino, nos regala una batalla naval rodada con lo justo pero que funciona como un tiro. Tanto que casi consigue conectarnos emocionalmente más con un personaje tan episódico como el capitán Diego de Alba que con los protagonistas. El marino del XIX se presenta como antecedente de los buenos funcionarios, custodios del patrimonio español, que son Alejandro, Lucía e incluso el ministro de Karra Elejalde, ligeramente basado en César Antonio Molina -titular del ramo real en el momento de los hechos- y primo hermano del Salvador Martí, esto es, con su punto a lo Superintendente Vicente. ¿He dicho El Ministerio del Tiempo? Vaya, hablemos de ello.

Bienvenido Míster Amenábar

La Fortuna

Funcionarios españoles muy honrados, celosos de su deber, que viven enredos amorosos mientras lo cumplen y no esperan reconocimiento a cambio, se enfrentan a un “pirata” gringo que presume de emprendedor hecho a sí mismo y se supone que se dedica al mismo campo que ellos, pero para beneficio privado. Sí, es El Ministerio del Tiempo, pero sin giro fantástico, y aún así una adaptación fidelísima al cómic, escrito además por Guillermo Corral, diplomático del Ministerio de Cultura como su protagonista. Las referencias a Tintín, Indiana Jones o Cousteau ya venían de ahí, y Amenábar se limita a pulirlas. Porque cambiar, cambia cosas.

Y en los cambios está el diablo: el nombre del barco –La Fortuna fue realmente La Merced, aunque curiosamente el resto de buques a los que acompañaba se respetan-, el nombre de la empresa expoliadora –Odissey en la vida real, Ithaca en el cómic, Atlantis en la serie-, los apellidos de los personajes norteamericanos -incluido el abogado Jonas Pierce, Gold en el cómic y Goold en la realidad, que interpreta Clarke Peters– y la trama del Gobierno que cambia por unas elecciones anticipadas es un añadido -la serie se ambienta en 2017, aunque los hechos son de 2007-. Eso, además de dar más complejidad a las personalidades de Alejandro y Lucía y su relación convirtiéndolos en encarnación de “las dos Españas“. Y claro, ¿para qué?

Porque, la verdad, en muchos momentos de la serie, a pesar de ese discurso que contrapone al buen funcionario contra el saqueador que quiere pasar por hombre respetable, parece que se avergüenza de ser española. Donde el chiste de El Ministerio del Tiempo habría sido sobre la circunstancias, el de La Fortuna es sobre las personas. Y la moralina que añade el director, en la que condena a sus protagonistas a ser un poco demasiado tópicos, sobre todo a ella, queda demasiado forzada en el guión -aunque interesante visualmente, ojo-. Parece como si Amenábar siguiese empeñado en repetirnos su mensaje de Mientras dure la guerra, hasta Elejalde haciendo de intelectual.

La Fortuna, en última instancia, es lo esperable por parte de su director. Una superproducción, una serie de calidad que estará entre las más reconocidas este año, un ejercicio de adaptación de la narración al tema y una lección cinematográficamente. Y, al mismo tiempo, una especie de oportunidad perdida, como si se hubiese esforzado lo mínimo para cumplir, adaptando el material que le daban, pero olvidándose de una inyección extra de emoción o personalidad, más allá de un discurso un poco de señor mayor rezongando que la historia no necesitaba. Esa moraleja ya venía de serie en lo que contaba.

Imágenes: Fotogramas de La Fortuna – Movistar+
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