Una ‘Valeria 2.0’ que pese a sus intentos de salirse de lo previsible es otro artefacto hueco, superficial y algo ofensivo
Fuimos canciones cuenta la historia de Macarena, una joven que malvive como asistente personal de una tiránica y caprichosa influencer. Su vida se complica cuando reaparece Leo, su exnovio, al que creía tener superado. Aparentemente ambos siguen sintiendo algo el uno por el otro, pero ahora Leo tiene otra pareja y la forma de comunicarse de la expareja supera el concepto de lo pasivo-agresivo. Al mismo tiempo, Maca media en las también complicadas vidas amorosas de sus mejores amigas, Jimena y Adriana.
Pues miren, yo a estas alturas no sé qué más decirles. Esta película de Netflix dice que no es una comedia romántica pero todo en ella es propio de una comedia romántica. Condenarla a la definición de «Valeria 2.0″ solo porque ambas adaptan novelas de la misma escritora y estilo visual igual sería injusto, tópico y reduccionista. Pero oigan, es que esto es Valeria 2.0, sin anestesia ni disimulo alguno, con todos sus tics, sus mismas plantillas de personajes y etc.
Antes de meternos en harina, dejemos claro que si a alguien le gusta este tipo de ficción, está en su derecho de consumirla una y mil veces. Dónde va a parar. En la misma medida, desde aquí recordaremos, ahora y en cada entrega futura por llegar, que se trata de bodrios con moralinas rancias de autoayuda que desmienten su propia publicidad y cuyo presunto feminismo empoderante da ganas de quitarse la vida utilizando el capuchón de un boli BIC para abrirse la femoral.
Pero este quiere ser un artículo mesurado.
Crítica de Fuimos canciones con spoilers

Allá por el minuto 4 de Fuimos canciones la protagonista interpretada por María Valverde, en su monólogo interior, afirma: «Qué mierda hablar siempre de hombres, hablemos de mí». En ese momento sabemos que toda la película va a girar en torno a un señor -Leo, con el hierático rostro y la ausencia de vocalización habituales en Álex González-, igual que las subtramas de sus amigas, estas últimas a cada cuál más desopilante: entre la jipi que intenta reencarnar al novio muerto y la que se da cuenta de que es lesbiana porque hace un trío.
Fuimos canciones hace un mix curioso entre La extraordinaria playlist de Zoe -si la llega a plagiar más y más descaradamente esta película sería más divertida, la verdad-, El diablo se viste de Prada y la eterna, y ya insoportable -más por su descendencia que por sí misma-, Sexo en Nueva York. Quizás con personajes un poco más excéntricos, al estilo de comedias románticas disparatadas posteriores -como alguna de la misma Netflix que aunque la realización diga que no, es prima hermana, como Loco por ella–.
Todo para lo mismo de siempre: moraleja narcisista de autoayuda, una protagonista egocéntrica y egoísta que solo evoluciona para ser más egocéntrica y más egoísta y tramas «amorosas» que proponen un modelo de relaciones al que el calificativo «tóxico» se le queda pequeño. La protagonista intenta poner a la nueva pareja de su ex en contra de él e ir a una de sus clases en la universidad a perjudicarlo laboralmente acusándolo de machista simplemente porque le guarda rencor por haberla dejado. La película lo vende como épico.
Aparte que, una vez más, se condena que se use a las personas o la ausencia de responsabilidad emocional, pero el personaje principal se lo hace a secundarios masculinos que se presentan como atractivos pero idiotas. A ver, a mí ese personaje que le pide que pague ella «porque así se empodera» me hace gracia -en dósis justas-, pero seamos conscientes de los chistes que admitimos y de los que no.
Mátame, camión

Aún así, no todo es absolutamente insoportable en las dos horas que se marca Fuimos canciones. La villana que es una especie de versión junior del personaje de Meryl Streep en la mencionada El diablo se viste de Prada tiene gracia de tan exagerada que es. Una influencer que trata a la gente como a basura pero les dice que si lloran «no es culpa mía, me han diagnosticado psicopatía». Lo grave es que Maca, su principal víctima, nos acabe cayendo peor que ella.
Asignatura pendiente, aparte, la que tienen estas producciones con lo de revisarse la diversidad. En este caso desconozco si en la novela original ya había un personaje homosexual, pero uno de los antagonistas que se encuentre Maca es un tópico del gay que viste tacones, admira la malvada villana influencer y a la mínima que la protagonista le hace algún feo, la acusa de homofobia. Si ese personaje te lo casca La que se avecina no arden las redes porque la gente hipersensible a estas cosas no ve La que se avecina, pero creo que me captan ustedes el concepto. También les digo que qué sabré yo, que soy un señoro con camisa de cuadros.
Y luego lo de las actuaciones. A Elisabet Casanovas y Susana Abaitua les piden aquí lo mismo de siempre y, la verdad, ambas dan para más. Para María Valverde igual es una novedad meterse en comedia, ya que está acostumbrada a cosas mucho más turbias. Se le da mejor cabrearse cómicamente que el resto de emociones de la gama de su personaje, pero en general es como si no se acabase de creer mucho la movida en la que está metida. O a Álex González. O el guión.
En fin, otra película ñoña como la madre que la parió, que vuelve a ese Madrid en el que todo el mundo sale a la calle con la ropa conjuntada y en el que siempre pasa la limpieza, donde la protagonista justifica sus tropezones porque fueron en momentos en los que «no creía nada en mi misma» y que te repite en los diálogos que no es una comedia romántica, a ver si así te lo crees. Que no quería decir que es Valeria 2.0. Pero es que es Valeria 2.0.
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