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El cuco: El norte de Europa parasita nuestra juventud

La directora catalana regresa al género tras ‘Dos’ con un cuento oscuro sobre la juventud, los cuidados, los problemas de pareja y Alemania riéndose en nuestra cara

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En El cuco Anna y Sebas, una joven pareja que espera su primer hijo, intercambia casa con una pareja de jubilados alemanes para sus vacaciones. Nada más llegar a Alemania, empiezan a pasar cosas raras, fenómenos inexplicables que parecen relacionados con el festival de las brujas que se celebra en el pueblo junto al que se alojan. Y, de fondo, las inquietantes costumbres del pájaro cuco, que pone sus huevos en nidos ajenos para parasitar a las crías de otras aves.

Mar Targarona vuelve al terror apenas dos años después de Dos (2021), que también presentó en el Festival de Málaga, con una película mucho más explícita en su misterio central pero igual de asfixiante. La directora y productora vuelve a lucirse en la creación del ambiente pesado y la sensación de amenaza, pariendo —casi literalmente— una pieza de género bastante solvente, que aunque no destaque por su originalidad—bebe de muchas fuentes y no se oculta—, es un producto de una pieza.

A El cuco se le pueden poner pegas porque, si uno le pone empeño, se las puede poner a todo, pero lo que presenta la película no invita a ello porque parece tener claro cuales son sus límites. Belén Cuesta y Jorge Suquet van un poco en piloto automático para lo que demanda y son Chacha Huang y los visitantes Rainer Reiners y Hildegard Schroedter los que se despendolan más. Su paralelo reciente en cuanto a ser terror de infantería es La niña de la comunión, solo que como el público que comprenderá los miedos de los que habla no son adolescentes, se flipa menos, por decirlo así.

La Selva Negra

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Los “malos” de El cuco (y está claro que lo son casi desde que aparecen) viven donde viven para añadirle la capa de cuento de hadas inverso y magia pagana y demás. Pero no deja de ser llamativo, en esta resaca tan mala de la crisis de 2008 y con, ya saben, lo del gas, Merkel y Putin, que una película de terror patria trate sobre dos jubilados alemanes, cuya vida de lujo se nos subraya especialmente, que quieren prolongar artificialmente su existencia a costa de una joven pareja española (y su futuro bebé). Pareja que a pesar de tener empleos altamente cualificados sobrevive en la precariedad, además.

Así, Targarona nos regala una secuencia hilarante con la llegada de ambas parejas a la casa ajena, en la que los protagonistas alucinan en colores con las comodidades que les dejan mientras los malvados vejetes se dedican a destrozar su humilde pisito y reírse de sus fotos de vacaciones. Por sí sola basta para volverlo a uno furibundo antialemán, como si a la directora se le hubiese quedado cierta inquina tras rodar El fotógrafo de Mathausen (2018).

Hay dos referentes evidentes con los que El cuco dialoga sin ningún complejo, y hasta referencia: La abuela (2022), de Paco Plaza, y Déjame salir (2017), de Jordan Peele. La superposición del miedo a los cuidados y a la vejez con el choque de clase, además, deja jugosas lecturas, con una pareja tradicional monógama más joven frente a los aparentes libertinos jubilados (“hija adoptiva” incluida) o los mediterráneos siendo castigados por aspirar a un estilo de vida que les está vedado.

Espejito, espejito

El cuco Mar Targarona

El título original del El cuco era Espejo, espejo, pero el año pasado se adelantó la comedia de Marc Crehuet y tuvo que cambiar para ser aún más explícito sobre la trama, eso sí, aportando una capa de referencia al embarazo de la protagonista. Así, el espejo, que no es tal, en la casa prestada, es una ventana a la amenaza pero también a la verdad, y el lago o bañera recupera su función primordial de espejo primitivo y puente entre los mundos. En la noche de Walpurgis, además, la máscara acaba revelando el auténtico yo.

Como en todo buen cuento de terror, en El cuco tenemos a una embarazada sufriendo el miedo cerval a la pérdida del hijo, al abandono por parte de su pareja y a ser devorada por su criatura y por el resto de la tribu, un poco a lo La semilla del diablo (1968). Por otra parte, en los minutos finales, donde está el giro de originalidad de la película frente a sus referencias y que no revelaremos, se nos demuestra que nuestra casa puede ser un arma —al fin y al cabo Anna y Sebas son unos Hansel y Gretel a los que la bruja atrae con chuches para mayores y que combaten en una cocina— pero las de los demás, también.

En fin, que aunque El cuco diste de ser la película de terror que ha venido a volarnos la cabeza, sí que es un mecanismo de relojería muy bien diseñado para hacer lo que quiere hacer. Entre otras cosas, jugar al equilibrio entre el deseo del hogar y fernweh, la palabra alemana para la nostalgia por lugares en los que nunca se ha estado, el trastorno del viajero. Y, como todos las historias de terror, nos deja una pregunta inquietante: ¿qué define que seamos quienes somos? ¿Una cara, una casa, un trabajo… o aquellos a quienes queremos?

Imágenes: El cuco – Filmax (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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