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El color del cielo: Pensar en imágenes

La ópera prima de Joan-Marc Zapata sabe usar sus elementos puramente cinematográficos para expresar ideas complejas

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En El color del cielo dos antiguos amantes se reencuentran por casualidad en un viaje a Suiza. Él es un filósofo reputado, al que llaman para impartir una conferencia, y que se encuentra en mitad de una crisis creativa, incapaz de escribir una sola línea. Ella es una estrella de cine afincada en Hollywood y que está realizando un reportaje para una revista de moda. Cuando una alerta sanitaria los confine en el hotel donde ambos se alojan deberán repasar el pasado y asumir cada uno las contradicciones de su vida actual.

Estrenado en San Sebastián, el primer largometraje de Joan-Marc Zapata iba a ser una traslación a los tiempos modernos de la ópera Tristán e Isolda de Richard Wagner y se acabó transformando en algo más, que mantiene un protagonista con el nombre del héroe y una historia de amor truncada. Una película que tiene en sus aciertos también sus debilidades pero que anuncia una capacidad de hacer un cine complejo y alejado de tópicos, que se hará mejor si consigue evitar la autocomplacencia.

El color del cielo y el cristal con que se mire

El color del cielo

El color del cielo es una más que notable ópera prima cuyo planteamiento conceptual es mucho más rico de lo que se adivina leyendo simplemente el argumento, un ejemplo de aplicar una narrativa basada en la transmisión de ideas complejas a través de la composición de las imágenes más que de lo que pasa ante la cámara. En fin, eso para lo que se supone, a veces, que sirve el cine como medio autónomo. El color, el lugar donde se sitúan los personajes, el lugar donde los sitúa el plano y la misma elección de este explican cosas sobre lo que ocurre que no tendrían sentido contadas de otra manera.

Así, Tristán (Francesc Garrido) y Olivia (Marta Etura) se definen en las elecciones vitales que los han llevado hasta el momento en que sucede la película por la manera de afrontar la realidad: desde la aceptación lúcida del desencanto y desde la hipocresía de la máscara y la mentira incluso ante una misma. Él actúa en azul, ella en naranja, y solo intercambian tonos cuando se acercan. Ambos están atrapados en formato 4:3 y si el plano se amplía a panorámico es porque algo pasa. El color del cielo consigue esto a través de una planificación que se desvela como muy cuidada y minuciosa.

De fondo, como cuasi toque de humor, una secundaria influencer cuyas apariciones también rompen la relación de aspecto y cuelan una reflexión sobre cómo la omnipresencia de ciertas imágenes las banaliza. El paisaje suizo, que el director conoce bien, enmarca la frialdad de la mayoría de las relaciones y los momentos de catarsis de las mismas, en un escenario de presunto lujo material donde se permanece en contra de la propia voluntad que, dada la tendencia a perderse en debates sobre grandes conceptos de los personajes, remite directamente a La montaña mágica, de Thomas Mann… aunque con menos retranca y sin su vitalismo disfrutón de fondo.

La idealización de la ausencia de ideales

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Porque, por supuesto, El color del cielo tiene defectos, el principal coincidente con su mayor virtud: la autoconsciencia. La película quiere ser tan trascendente en lo que plantea, tan profunda en su definición de las decisiones vitales que marcan la filosofía del ser humano sobre la faz de la Tierra… que se pasa. Sus planteamientos requieren de algo de sentido del humor que vaya más allá de cierta autoironía autocomplaciente y elitista que exhibe el personaje de Francesc Garrido. Tomarse menos en serio a sí misma y su pesadez.

Esto, claro, no arruina lo anterior. Quizás el guión está demasiado enamorado del personaje de Tristán del Val -que por supuesto, Garrido clava, tanto cuando es resabiado como cuando desvela su cansancio vital- y lo convierte sin querer en un tipo un poco antipático que se pasa la vida juzgando a los demás y dando discursos sin venir a cuento, pero son sus reglas. El peligro principal es que el filme acaba tan concentrado en la escenificación de sus grandes ideas que a veces se olvida de que tiene una trama por encima que mantener para poder expresarlos.

En resumen, que El color del cielo es una muy buena ópera prima que demuestra el dominio del lenguaje visual para expresar conceptos elaborados por parte de su autor. Y al mismo tiempo una película que, a poco que se descuide, se vuelve aburrida en un sentido que no es el que ella misma defendería: empeñada en ser elevada, acaba defendiendo sus posturas rozando las banalidades superficiales que quería condenar.
La puedes ver online en

Imágenes: El color del cielo – Begin Again
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