Un culebrón de época con el morbo del “inspirado en hechos reales” que deja con ganas de ver con qué más se atreven
Cristo y Rey, capítulo 1: Show must go on

El capítulo uno de Cristo y Rey cuenta la historia de la relación entre el domador Ángel Cristo y la actriz y cantante Bárbara Rey a finales de los 70, cuando este trataba de salvar su circo de la ruina dando el salto a la televisión y ella era una de las artistas más cotizadas del país, a la que el primero intentaba fichar para hacer más atractivo el espectáculo. Las fuertes personalidades de ambos, unido a los oscuros manejos en los que andan algunos de los socios de Cristo y los escarceos de ella con el joven monarca Juan Carlos I, complican ese primer encuentro, en el que pasan de la enemistad a la atracción.
Al revival de la Transición desde la ficción, que arrancó con suma cobardía hace una década más o menos, le faltaba un último giro: el de la recuperación puramente pop, descocada, mamarracha. Cristo y Rey no es exactamente eso, o no lo parece en el único episodio que hemos podido ver hasta ahora, pero al menos se acerca bastante por tener la ausencia absoluta de complejos como su principal virtud. Es una serie que quiere que digas “oyoyoyoy” o “ooooh” cada vez que sea posible, y más o menos, le sale.
La serie ya parte con algo de terreno ganado en su objetivo, que iba a estar más en la promoción que en el producto en sí: la calidad de acontecimiento. Eso sí, no lo hace con trampas, como si estos fuesen los 90 y la cadena fuese… bueno, la misma Antena 3 de entonces. Los tráilers cebaban la idea de que la relación entre Bárbara Rey y Juan Carlos I iba a ser parte central del argumento y en este primer episodio no solo es así, sino que parece que va a ser la subtrama más o menos entre trágica y de suspense que articule la serie. Ha costado llegar aquí y es desde cierto tono de culebrón, pero bienvenida sea la ausencia de cobardía en la ficción española mainstream.
Aquellos locos 70 en Cristo y Rey

Bueno, lo primero es lo primero, que esto va de petardeo. Jaime Lorente no se parece en nada a Ángel Cristo, pero clava lo que le pide el guion porque básicamente hace de macarra autodestructivo de buen corazón, es decir, de Denver de La casa de papel. Belén Cuesta sí que se parece, no solo caracterización mediante, es que consigue recordar, en su voz y en su expresión corporal, a Bárbara Rey, por la vía, además, de no imitarla. Esto también ocurre porque la historia se permite ser más honesta con ella; a Cristo hay que pasarle la mano para que no parezca el villano de su propia función (aunque si son fieles a lo que se sabe, acabará por serlo de una forma u otra).
Como decíamos, esto es un culebrón de época muy bien hecho en cuanto a sus objetivos, pero no especialmente original. El primer episodio es un “enemies to lovers” de manual que casi podría firmar cualquier serie turca o película alemana de sobremesa. Sus alicientes, nivel de producción muy por encima de los ejemplos anteriores aparte, es el “inspirado en” y los cameos: Denis Gómez como José María Íñigo, Clara Alvarado como Rocío Durcal (con combo doble de chiste meta sobre enseñar las tetas), Artur Busquets como Payasito, Adriana Torrebejano (¿se acuerdan de su personaje en Tierra de Lobos?) como Chelo García-Cortés… y quedan por salir Jesús Castro como Paquirri y Dani Muriel como Manolo Escobar, que pueden ser el despiporre ya.
El desfile de nombres actuales sobre nombres de entonces es parte del juego, porque nada en Cristo y Rey pretende ser tomado demasiado en serio desde el mismo título, pese a que las partes dramáticas o de suspense se rueden con mucha gravedad. Los personajes elegidos, en ese sentido, no parecen casualidad, más allá de que vengan a cuento por los hechos que se ficcionan. Si hubo un rey del artificio en la televisión y de mantener el espectáculo a toda costa en la televisión en España fue Íñigo y Me siento extraña, la película de Enrique Martí en la que Dúrcal y Rey rodaron la escena lésbica que se ve aquí, se rodó en 1977, dos años antes de las fechas en que se sitúa la acción.
Me siento extraña

Es más, la utilización del circo y todo lo que conlleva como metáfora del franquismo o, en general, de España y sus poderes, merecería un artículo más largo aparte. Uno en el que ponerse tibio a citar a don Ramón María del Valle-Inclán y Francisco Ayala. Por momentos, Cristo y Rey podría ser una versión rebajada con agua de algunos pasajes de Balada triste de trompeta (Álex de la Iglesia, 2010). Y, de hecho, sabemos que en parte derivará a un despendole similar, sobre todo porque apunta maneras que el acoso del CNI a Bárbara Rey será reflejado de la forma más epatante posible y tendremos show con los famosos VHS de Juan Carlos y la vedette en situación comprometida.
Quizás lo mejor que se puede decir de Cristo y Rey es que cuando acaba el primer episodio quieres ver más. Eso es, la verdad, lo mejor que se puede decir de cualquier serie. En este caso, porque tiene claro lo que quiere ser, entretenimiento y morbo, y sabe que en el circo, pase lo que pase, el espectáculo debe continuar. Que no alcance (de momento) las excelsas cotas de mamarrachismo para las que tiene potencial es, quizás, lo de menos.
Imágenes: Cristo y Rey – Atresmedia
