El realizador gallego Lois Patiño firma un maravilloso documental de creación, estéticamente cuidadísimo, que entrelaza la observación etnográfica y una pequeña trama de ficción en dos países lejanos
‘Samsara’ usa la magia del cine para hablar de la magia de vivir y morir (y volver a vivir)

Después de su exitoso paso por la Berlinale, donde recabó el premio especial del jurado en la sección Encounters, Samsara continúa su periplo por festivales españoles previo al estreno comercial del filme en salas comerciales (que tendrá lugar el 20 de diciembre). Después de su paso por la SEMINCI vallisoletana, la película se ha proyectado en Barcelona en el marco del Festival Internacional de Cine Independiente de Barcelona L’Alternativa.
La nueva propuesta de Lois Patiño (Lúa vermella) es un excepcional documental de creación conceptualmente ambicioso y estéticamente refinado. En su seno conviven de manera bastante armónica las observaciones etnográficas y la escenificación de situaciones ficticias alrededor de tramas mínimas que son, a la vez, enormes. El conjunto se divide en dos partes con personajes y localizaciones diferentes (se salta de Laos a Zanzíbar), también fotografiadas y narradas de manera algo diferenciada, que están cosidas mediante una particularísima transición.
El resultado con Samsara es un cine de riesgo gozoso. Se ofrece una rica experiencia sensorial que no pretende apabullar los sentidos, tal y como entiende el cine inmersivo mainstream (véanse Dunkerque (2017) o 1917 (2019), películas concebidas como parques temáticos de inmersión en la guerra) sino que acompaña a la audiencia y la invita a hacer un proceso de reflexión. Un proceso que, además, está orientado a través de señalizaciones, de pequeñas pero confortables agarraderas narrativas que amenizan el camino.
Samsara: de la muerte, de los otros

Patiño ensaya una mirada a las creencias budistas y a las realidades un tanto atemporales de las localizaciones escogidas. Las tecnologías contemporáneas tienen un protagonismo muy menor. Obviamente, esta mirada a lo lejano puede leerse en clave exótica, porque nuestra mirada eurocéntrica tiende a ello, pero Patiño y su equipo intentar ceñirse a la observación, sin mascotizar a los personajes ni recubrirlos con capas de psicologismo.
Así que Samsara es una historia de cotidianidades y también de experiencias transcendentales. Trata del acompañamiento budista a una mujer que se acerca a la muerte y se quiere reencarnar. Y del alma que reaparece en el cuerpo de una pequeña cabra en otro rincón del mundo. El camino está salpicado de diálogos sencillos que hablan de la muerte, de la vida y sus ciclos. La importancia de los sueños y los espectros, puede remitir abstractamente al Apichatpong Weerasethakul de El tío Boonmeee que recuerda sus vidas pasadas: el cine de vanguardia también puede trabajar materiales folklóricos (y sagrados).
El espectáculo también es esto

Patiño y su equipo proyectan una gran ambición en la creación de una estética. Ensayan usos creativos y desafiantes del tratamiento de color. Presentan superposiciones de imágenes, capturadas en el celuloide de cámaras de 16 milímetros, que recuerdan los experimentos del Jean-Luc Godard de Elogio del amor o de sus filmes tardíos. Consiguen filmar los paisajes sin caer en las habituales miradas a la naturaleza desde la globalización urbanita, tan interferidas por el lenguaje publicitario y por la mercadotenia hipster. El diseño de sonido, con peso especial del artista y teórico del sonido Xabier Erkizia, juega un papel esencial en el conjunto porque consigue que escuchemos los fantasmas que el realizador decide no mostrarnos.
Cuando llega la mitad del filme, en un gesto que socava los fundamentos de la experiencia fílmica, Patiño nos invita a cerrar los ojos para escuchar la migración de un alma. Sigue la estela del texto budista La liberación por audición durante el estado intermedio, más popularmente conocido por su discutida traducción como Libro tibetano de los muertos. La proposición tiene connotaciones contrahegomónicas. Quizá lo más radical que puede hacer un cineasta en un mundo saturado de pantallas que ofrecen imágenes (y de cámaras que las capturan) es invitarte a cerrar los ojos.
Y sí, esta escena central de Samsara puede tener algo de gimmick, de artificio, aunque parezca completamente coherente con el planteamiento del filme. Es un recurso que puede facilitar que esta película de autor que nos invita a mirar hacia dentro (y acompañado, en la sala común cinematográfica) pueda convertirse, a la vez, en ese evento acompañado de hype que tenemos que experimentar, compatible con el consumo de experiencias capitalista. Aún así, el mismo director apunta que el filme está concebido para verse en cines, pero que también puede funcionar perfectamente en un espacio doméstico convenientemente oscuro. Quizá porque su propuesta es tan espectacular como íntima.
Imágenes: Samsara
