Alarga ‘La catedral del mar’ manteniendo el culebrón medieval pero pierde la gracia de aquella, que era el relato de la construcción de Santa María del Mar
Los herederos de la tierra continua la historia de La catedral del mar en la Barcelona de los siglo XIV y XV. Tras el último enfrentamiento entre las familias Puig y Estanyol, recae en el joven Hugo Llor, un plebeyo leal a los segundos, la tarea de vengar a su señor. Llor se refugia entre la comunidad judía y se convierte en bodeguero oficial del nuevo señor de los Puig. Pero esa posición privilegiada, que lo convierte en el espía perfecto para Bernat, el último de los Estanyol, no está exenta de peligros. Sobre todo cuando cada cambio en el trono de Aragón desestabiliza la ciudad.
Culebrón medieval más que historia de aventuras, con todos los tópicos del estilo, con buenos muy buenos muy buenos, un par de malos muy malos y algún personaje intermedio que sería más interesante si le diesen cancha. Es la continuación de La catedral del mar y, como aquella, adaptación de la novela homónima de Ildefonso Falcones, aunque no hace falta haber visto ni leído nada previamente para seguir la historia. Si acaso para entender mejor alguna cosa que pasa los primeros dos episodios y por qué hay actores jóvenes maquillados para hacer de ancianos, pero poco más.
Es un estreno un poco raro, porque en estos casos, estando las televisiones en abierto por medio, lo católico suele ser que estas estrenen primero -o, siendo Atresmedia la implicada, que lo pase por su plataforma y luego por el lineal- y ya más tarde aterrice el invento en Netflix, como en los casos de La cocinera de Castamar, Toy Boy o en los éxitos de TV3 como Las del hockey (y la misma Merlí). Sobre todo porque se le nota su acabado de producto «tradicional», digamos, y derivado, tanto las novelas como las series, del éxito de Los pilares de la Tierra, y eso que este último cuenta ya con más de una década a sus espaldas.
Crítica de Los herederos de la tierra sin spoilers

Como comentábamos al principio, es una continuación de La catedral del mar y arranca haciendo limpieza de personajes. Los dos primeros capítulos son una escabechina digna de Juego de Tronos, que deja la era despejada para la épica de Hugo Llor, a medio camino entre Ben-Hur y el Lazarillo de Tormes, aunque con cosas de su señor Arnau Estanyol, protagonista de la primera entrega. Para mantener la gracia, tenemos que ver a un plebeyo trepar por la sociedad de la época, y claro, la familia del primer libro ya no servía. No obstante el interés de verdad, la ficcionalización didáctica de la construcción de Santa María del Mar y su contexto social, eso aquí no está. Es solo apuñalarse mucho y pasión desgarradora.
Luego se reproducen todos los tics de este tipo de producciones. Por ejemplo, la mayoría de la gente va maquillada para parecer sucia, con churretes en sitios que no te los haces ni queriendo, pero si aparece una muchacha mona o un fornido doncel llevan el pelo sedoso y la carita reluciente de acabar de darse cremitas. No es que pida que afeen a los actores, pero canta mucho que en cada familia solo vaya limpia una persona. Mención aparte a que haya mínimo una violación por episodio, aunque sean en elipsis. La Edad Media era un sitio desagradable para vivir donde la dignidad humana no valía mucho, pero no eres un creativo más realista ni adulto por fetichizar la violencia sexual. Y la serie mejora al libro de calle en esto, ojo.
En general el culebrón de Los herederos de la tierra funciona como entretenimiento y, como se trata más de conspiraciones palaciegas que otra cosa, no se nota que de presupuesto va justita porque no hay grandes batallas ni movidas parecidas. Los planos cortan justo donde el decorado cantaría o a la calle real de Barcelona se le verían las moderneces y el resto de ambientación corre de la cuenta de la experiencia de TV3 en recreaciones histórica. Volviendo a la caracterización, a veces hay que comprar que un actor o una actriz de 30 con cuatro canas tienen que pasar por 60, pero es parte del pacto de ficción que ofrece esto y más cantoso sería tener a cuatro o cinco personas interpretando a los protagonistas.

Otra cosa es si esto tiene alguna lectura política posible respecto a la actualidad, los sueños húmedos independentistas o unionistas de alguien o vaya usted a saber qué. De lo que se ve estrictamente en Los herederos de la tierra la lectura política más evidente es que los ricos son todos unas ratitas traicioneras y que la religión no mola, aunque con el tropo habitual del «magical morisco», de manera que los judíos y los musulmanes son todos muy buena gente, no vayamos a parecer racistas. Por otra parte la Inquisición se representa como una cosa pintoresca, y quizás habría sido más interesante meterse en las disputas entre obispo, condes y municipalidad que tanto que si mi hija para arriba, que si tu cuñado para abajo.
En resumen: un entretenimiento efectivo, aunque más tontorrón de lo esperable, que no puede mantener los elementos que hacían interesante a su precuela, así que copia la parte de telenovela, que era la más genérica. Se le perdona que a algunas recreaciones se les vea el cartón porque realmente no pretende que sean sus puntos fuertes y en general el esfuerzo de producción es más que digno. No se entiende muy bien cómo llega esto a Netflix antes que a la propia TV3 en abierto, pero bueno, tiene su público y la está esperando.
Imágenes: Los herederos de la tierra – Netflix
