Una serie menor que podría pasar sin pena ni gloria.
Rodrigo es un joven paje en la corte de Fernando I de León que se verá atrapado en mitad de una conspiración para derrocar al Rey. Su valía como guerrero y su sentido del honor le servirán para salir adelante en una corte en la que no se puede confiar en nadie, pero no sin pagar un alto precio.
Pse, bueno, miren, es mejor ver esto que morirse, y si uno se olvida de que se llama El Cid, pues yo qué sé. Puede renombrar al protagonista. Moñoño, por ejemplo. O Jon Escarcha. Y a partir de ahí tira. No duele. Solo es meh. El guión te verbaliza que esto es épico o el personaje es honorable pero tú tampoco lo notas demasiado en las cosas que pasan. Se dejan pistas de tramas que luego no se desarrollan como si se les hubiese olvidado borrar escenas al remontar o corregir borradores. Etcétera.
Uno supone que Amazon ha querido hacer solo cinco capítulos para poder economizar recursos y darlo todo en un despliegue de ambientación y grandes batallas, pero la producción va justita. Apenas disimula bien que hacen el pueblo medieval cambiando mantas viejas de sitio como en Xena: La princesa guerrera -no es una comparación, Xena le da mil vueltas a El Cid– y recursos similares. En resumen, es una serie menor que si no fuese por la fanfarria que se le ha dado y el reparto podría pasar sin pena ni gloria.
A partir de aquí, spoilers a espadazos.
Unión del Pueblo Leonés
Del Cid hay decenas y decenas de versiones, no solo la de Heston. En los 80, Ángel Cristo protagonizó la tremendamente infumable hoy en día El Cid Cabreador -le echan un sortilegio y se vuelve afeminado, frustrando a una doña Jimena interpretada por Carmen Maura que va más salida que la punta de un lápiz- y en los 2000 hubo una versión animada que tenía el mérito de estar hecha con cuatro duros pero resultaba aún más insípida que esta.
El problema de Amazon es que de deconstruir mitos ya han dado lecciones otros, como el Robin Hood de Ridley Scott o, aquí en España y olé, El Ministerio del Tiempo. Su Cid, noble y plebeyo, cotidiano y legendario, verdad y mentira a la vez, se come a esta versión en la que han metido un poco de conspiración para volverlo «adulto», «moderno» o ni se sabe. Es todo tan tonto que tiene momentos a lo Destino de caballero, pero tomados en serio.
El primer capítulo de los cinco estrenados es exposición constante con muy escasa y torpe caracterización, sobre todo del protagonista. Sabemos que hay que ir con él porque la serie lleva su nombre, pero es más genérico que los medicamentos que cubre la Junta de Andalucía. Esa hora larga de serie podría ser un anuncio de Unión del Pueblo Leonés pidiendo plena autonomía, en el que se pone a Fernando I (José Luis García Pérez) como los trapos. La verdad es que es de agradecer, porque las versiones al estilo de la sesentera con Charlton Heston lo suelen mostrar como rey anciano y sabio y no como la ratita traicionera que debió ser.
Parte de la originalidad de este Cid es intentar darle contexto a la futura guerra civil entre los hijos de Fernando por la vía de presentar a Sancha de León (Elia Galera) como aspirante legítima al trono a la que se le impide el acceso por ser mujer. Eso ayuda a darle motivos más o menos sostenibles a doña Urraca (Alicia Sanz) para ser una supervillana de tebeo. Pero si querían hablar de esto, habría tenido más enjundia dedicarle una serie a Urraca I de León, nieta de Sancha y sobrina de su tocaya, que fue la primera mujer soberana de un reino cristiano y es mucho más desconocida. No la cosa a medias de tener a estas dos de fondo, así como medio Cersei medio Isabel, en los huecos que deja Ruy haciéndose el machote.
«Magical Moro»
A partir de los estrenos de La milla verde y La leyenda de Vagger Vance, el director Spike Lee parió el concepto ‘Magical Negro’. Es una variante racista de la Manic Dreamy Pixie Girl. El personaje racializado tiene la función de acompañar al héroe blanquito con su sabiduría ancestral o, directamente, sus poderes mágicos, sin ser retratado como un ser humano. Más bien, al estilo del Viernes de Robinson Crusoe, como una especie de genio salvaje. No es un personaje real, apenas llega a dispositivo narrativo.
En España no tenemos un «Magical Gitano» exactamente, aunque el tratamiento de nuestra minoría asimilada a la identidad local merecería varios artículos que desbordan este, pero si una tendencia legendaria al «Magical Moro». El Cid no es una excepción, y el nivel de exotización que alcanza la parte de la historia que se desarrolla en la taifa de Zaragoza daría risa si no diese pena. Pepe Darosa poniendo acento de chiste en El Cid Cabreador de Ángel Cristo daba menos vergüenza.
¿Quiere usted odaliscas? Odaliscas. ¿Quiere usted un moro sabio? Pues lo tiene. ¿Quiere usted uso de técnicas y armas que no corresponden a la época por parte de un actor racializado al que se le fuerza un acento que no es el suyo ni viene a cuento? Pues ahí ponemos al pobre Emilio Buale (El hoyo) a hacer el cabra. ¿Quiere usted que alguien le lea el horóscopo, la carta astral o las tripas de un erizo de mar al héroe? Pues toma castaña. ¿Quiere que se meta en problemas porque la hija/hermana/prometida del rey moro busca tema que te quemas? ¡Adivine qué pasa!
Esperemos que alguien adapte a El manuscrito carmesí o A la sombra del granado, diría que incluso hasta El puente de Alcántara de Frank Baer. Porque tenerme gritándole a la pantalla «que no son árabes, que son andalusíes, que llevaban ya tres siglos y medio en la Península en ese momento, y se lavan todos los días, son ellos los que consideran bárbaros a los cristianos, no al revés» ya les digo yo que no es agradable.
El Cid, enterpreneur de la Baja Edad Media
«Empezó como palafrenero» es el «empezó en el garaje de casa de sus padres» de la Edad Media, y entonces, igual que ahora, aquello no había por dónde cogerlo. En El Cid de Amazon parece optar por esta chorrada de enfoque, el mismo que Guy Ritchie en su espídica y macarra Rey Arturo: La Leyenda de Excalibur o la mencionada Destino de Caballero y las versiones más infantiles de Merlín el Encantador. Pero es que miren, no. No cuela una versión realpolitik de la corte de León y esto al mismo tiempo. Y al mito del Cid le sienta como a un Cristo un kalashnikov.
Rodrigo ya tenía unas mesnadas to guapas que lo seguían a todas partes como sus hombres de armas y unas tierras no muy extensas pero que le cubrían el riñón antes de meterse en berenjenales. Tenerlo de paje sin títulos al que van ascendiendo por ser muy leal queda ridículo cuando también nos sacan al abuelo (Juan Fernández) de conspirador y dan mucho la tabarra con el linaje de su padre. Parece que se les ha mezclado una versión del guión en la que es plebeyo con otra en la que es noble. El maestro de armas soltando un discursito en plan «no somos como los nobles, nos usan y tiran» ni viene a cuento ni tiene sentido con lo que se está mostrando.
Lo gracioso es que el Cid histórico, del cual, repetimos, se sabe poquísimo más allá de que debía repartir galletas que daba gusto verlo, sí que serviría como modelo de «emprendedor». O al menos de autónomo. Solo hay que asumirlo como un mercenario al que le daba igual matar moros que cristianos si estaba bien pagado, fuese el cliente la taifa de Zaragoza, el reino de Castilla o el condado de Barcelona. Y claro, tomado así, pues Pérez-Reverte te escribe un western en Sidi, pero Amazon no te podría vender esto como épica, aunque sea de chichinabo, porque pierde todo el romanticismo de la leyenda.
Suponemos que han intentado «hacer un Jon Nieve». Y eso es ridículo, por muchas y muy variadas razones. La principal que Juego de Tronos se dedicaba a darle la vuelta a las convenciones de la épica, y todos los héroes “puros” fracasaban. Cuanto más heroico y clásico un personaje, antes picaba billete. Por eso los Stark tenían la esperanza de vida de un protagonista de Jackass y por eso Jon Nieve, el Elegido, el que une los linajes y lidera a los salvajes y blablablá… al final es un inútil al que salvan la vida constantemente sus hermanas o sus novias y que acaba de regicida y feminicida. Un artista, vaya. Su trayecto de bastardo a rey se corta porque no debe completarse. Y al Cid Campeador, que ni era rey ni era bastardo ni el elegido ni leches, no le cuadra ni por casualidad tanta tontería. Si vamos a plagiar, plagiemos bien.
El juego de las sillas
Porque al final la duda que queda es… ¿a quién va dirigida esta serie? Desde luego que esto no es Juego de Tronos, que lo mismo quería culebronizarte que hacerte sentir más listo. Es imposible ver esto sintiéndose más listo. Si acaso cuando uno nota parecidos con la versión de Pepe da Rosa y Ángel Cristo igual se siente más imbécil.
Mucho cachondeo con que Amazon Prime en sus producciones propias en España quiere ser TeleCinco -que si Madres, que si Caronte, que si el documental sobre Leonor-, pero al final hacen esto y te dan la razón. De verdad, ¿cuál es el objetivo de El Cid? Porque si se trataba de posicionarse en la ficción española al nivel de las grandes producciones de los últimos años, descarrila completamente.
Atresmedia, Movistar+, HBO y Netflix le dan sopas con ondas a la plataforma del supermercado más grande del mundo, cuando en teoría esta última debería tener muchos más recursos que varias de estas empresas. Cada una de las mencionadas ha desarrollado las últimas temporadas series de calidad en diferentes géneros pero con marcas características que las señalan como productos propios. Estas cosas que está haciendo Amazon no son nada. Son marca blanca. Son el Hacendado de las series, pero sin hacerte el apaño ni ser más baratas.
Ya que nos gustan tanto las clasificaciones, El Cid compite con Valeria en ser de lo peor de este 2020 por una razón muy sencilla: la abismal distancia entre sus objetivos declarados y lo que finalmente ofrece. No hay épica, no hay espectacularidad, no hay una revisión del mito, no hay aportaciones apenas a lo de siempre y las pocas que sí están mal desarrolladas… Para hacer esto, mejor nada. Por supuesto, es más que previsible que haya futuras temporadas y que lo normal es que mejoren. Pero sin estos cinco capítulos podíamos vivir perfectamente.
Jose A Cano (@caniferus)
