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Lola Flores, la folclórica sin dueño

El centenario de La Faraona recuerda su imborrable paso por el cine, medio en el que consiguió adaptar su arrolladora personalidad a los papeles más estereotipados

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No sabe cantar, no sabe bailar, no se la pierdan. Seguro que han oído la anécdota. Fue el supuesto titular de una reseña en The New York Times sobre una actuación de Lola Flores en la ciudad. Una noticia que nunca existió y una frase que desmintieron la propia cantaora y sus hijas en numerosas ocasiones, pero que sobrevive a cada prueba en contra porque parece creíble

A Lola Flores la idolatraban cientos de personas incapaces de apreciar si cantaba o bailaba bien, pero su figura se mantiene vigente en la cultura pop, incluso resucitada para anuncios de marcas populares basados en el acento. Todo por la desbordante personalidad de la diva. Esa incapacidad de morderse la lengua. El torbellino de carisma capaz de detener una actuación para buscar un pendiente

Este 21 de enero se cumplen 100 años del nacimiento de Lola Flores, y, entre otras conmemoraciones, su centenario se puede celebrar en la plataforma FlixOlé, donde se reúnen algunos de los títulos más destacados de su filmografía. Unas películas en las que empezó a trabajar casi de niña, antes de cumplir los 20 años y sin formación, con papeles de «gitanilla» (siendo paya) graciosa, y que evolucionaron hacia filmes en los que, básicamente, se le pedía hacer de sí misma. No es broma, miren su ficha en Imdb: desde finales de los 50, todos sus personajes se llaman Dolores o Lola.

Estrella internacional saltándose el canon

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Una de las aventuras mexicanas de Lola Flores: ‘¡Ay pena, penita, pena! (1953)

Flores había firmado en 1951 un contrato con Suevia Films que le abriría las puertas de México a base de coproducciones y la llevaría al estrellato internacional. En aquel momento coincide en las carteleras con otras folclóricas como Carmen Sevilla y Paquita Rico, con las que llegaría a rodar El balcón de la luna (1962), de Luis Saslavsky, conocida por las soluciones bizantinas de promoción para que el nombre —o el caché— de ninguna de las tres precediese al de las otras.

Frente a Sevilla, condenada, al menos en aquél momento, a los papeles de nuera perfecta y otras bailaoras encasilladas en personajes angelicales, Lola Flores empezó a interpretar a mujeres independientes, con su propia trama y alejadas de romances, que actuaban antes como guías de los héroes masculinos que como damiselas en peligro. 

Flores es consciente pronto de los riesgos del cine folclórico y de sus limitaciones como actriz, tras participar como veinteañera en productos fallidos. Trabajadora incansable por necesidad y con olfato para el negocio, intenta huir pronto de los tópicos extremos y, sobre todo, de las protagonistas frágiles que perjudican la reputación que se está haciendo sobre los tablaos.

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Lola Flores en ‘Embrujo’ (1947)

En Embrujo (1947), del telúrico Carlos Serrano de Osma, considerada una de las obras maestras del cine español de los 40, trabaja junto a Manolo Caracol en una película que recupera muchos de los tópicos sobre la pena negra y las pasiones encontradas del flamenco de primeros de siglo, pero se cuida de que el amor obsesivo del protagonista, que se siente devaluado por el éxito artístico de su amada, sea retratado con la sordidez necesaria, en una representación que hoy se valoraría mucho más positivamente y entonces tuvo problemas con la censura.

En Estrella de Sierra Morena (1952), de Ramón Torrado, se convierte en una de las bandoleras más icónicas de la época. En La hermana Alegría (1954), de Luis Lucia, el calificativo de “monja atípica” se queda corto. En Venta de Vargas (1958), de Enrique Cahen Salaberry, da la vuelta al tópico de la folclórica que seduce a los oficiales franceses durante la Guerra de la Independencia convirtiéndose en la líder de la rebelión. 

La Lola Flores actriz que quiso conquistar el drama

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Lola Flores en ‘Casa Flora’ (1973)

Posteriormente su evolución como actriz también se separó de la de otras divas de la época. No tuvo tanto que ver con reconvertirse a estrella del destape, o retirarse vuelta a los escenarios, como con asumir papeles acordes a su edad y que se salían del molde por el tipo de feminidades que representaban. Es el caso de Una señora estupenda (1970), de Eugenio Martín, en la que interpreta a una cantante veterana, que ha hecho su vida en México y se plantea volver a España por el matrimonio de su hijo. 

Su gran asignatura pendiente, como ella misma confesaba en un programa de Memorias del cine español dedicado al cine folclórico en 1978, fue la interpretación de grandes dramas, con Zorba el griego (1964), de Michael Cacoyannis, y Dos mujeres (1960), de Vittorio De Sica, como referentes personales. La diva siempre apuntaba alto, porque así había de ser, y se veía capaz de emular a Sofía Loren, una oportunidad que el cine patrio no le llegó a otorgar y es fácil adivinarlo viendo el citado programa de TVE: se trata a las folclóricas con cierto paternalismo distante, el que engendra la fea expresión de “la españolada”. Si es tan folclórico, no puede ser bueno.

La ocasión llegó ya como artista veterana participando en Truhanes (1983), de Miguel Hermoso, y la teleserie Juncal (1983), de Jaime de Armiñán, ambas junto a Paco Rabal. También tendría lugar a probar papeles vedados a las folclóricas en El asesino no está solo (1975), de Jesús García de Dueñas. Y aunque nunca hizo comedias de aquellas del ligue y las suecas, sí que las parodió, y a sí misma, en la atrevida para el momento Casa Flora (1973), de Ramón Fernández. 

Así que recuerden. Canta, baila, actúa, supera sus papeles y traspasa la pantalla.

No se la pierdan.

Puedes ver lo más destacado de la filmografía de Lola Flores en FlixOlé

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