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La voluntaria: Las mejores peores intenciones de la ayuda humanitaria

Nely Reguera hace de un campo de refugiados el escenario de su nuevo estudio de personaje, protagonizado por una Carmen Machi sobrecogedora

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“Esto no va de ser abuela durante un mes”, le suelta Carolina (Itsaso Arana) a Marisa (Carmen Machi) en el momento más crítico de La voluntaria, la nueva película de Nely Reguera con el mundo de la ayuda humanitaria como escenario. Nos encontramos en un campo de refugiados de Lesbos, Grecia, adonde Marisa acaba de plantarse, jubilada y con los hijos fuera del nido hace ya tiempo, para ofrecer su ayuda incondicional. ¿Qué busca y qué pretende esa enigmática mujer en ese espacio fronterizo, física y moralmente?

Como sucedía con María (y los demás) (Nely Reguera, 2016), La voluntaria es también un áspero estudio de personaje. Reguera parece ser de las cineastas que no deja prisioneros a la hora de mostrar la ambivalencia y contradicciones de las protagonistas de sus ficciones, y aquí, en vez de una escritora “millennial” frustrada y sin suerte en sus diversas empresas vitales, su lupa de aumento naturalista se fija en los vaivenes de una recién jubilada en busca de una brújula vital, magníficamente interpretada por Carmen Machi.

No cabe duda de que solo Machi podría ser capaz de afrontar un personaje tan incómodo y dotarlo de una empatía conmovedora durante todo el filme, porque más allá de los dilemas morales que encarna, la incomodidad que Marisa transmite va más allá de sus acciones en la película. Sin hogar ni lugar, desnortada por sus deseos en una realidad que la rechaza, Marisa bien podría ser reflejo del sentimiento de inutilidad de quienes fueron profesionales indispensables para la sociedad en su momento y, tras la jubilación, parece que estorben.

Los vericuetos del buenismo en La voluntaria

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Aparte del núcleo dramático de La voluntaria, que no destriparemos en las líneas de este texto y que, por otra parte, es bastante previsible al poco de conocer a la protagonista, Reguera hilvana su crítica sobre las dinámicas de las redes de ayuda humanitaria a partir de las relaciones de Marisa con el resto de sus colegas más jóvenes de ONG. Ariscas y desequilibradas en casi todas las ocasiones, sus encontronazos revelan la vacuidad del discurso buenista y catalizan el conflicto.

Algunos de los diálogos de estos choques parecen trazados de manera brusca, pero esa torpeza de la escritura, claramente intencionada, subraya los cientos de tópicos a los que se aferran quienes creen que solo ellos tienen la verdadera receta para salvar al mundo: del multiculturalismo como identidad de marca a la lucha de clases como excusa para llamar la atención. Es una soberbia de tics ridículos, de fanfarronería infantil, enfatiza Reguera.

En este sentido, el personaje de la también estupenda Itsaso Arana, en el rol de estricta jefa de voluntarios de la ONG, posee unas connotaciones que no habría que pasar por alto. Las rígidas normas que sigue, que prohíben la implicación personal de los voluntarios con los refugiados del campo, pueden entenderse como la actitud que mantiene Europa con los migrantes, distante e incluso hipócrita.

Tal vez con demasiadas ganas de mostrar lo que esconden sus cartas, La voluntaria es un retrato sobre la ceguera del privilegio que bordea lo inmisericorde, sin crueldad, pero también sin complacencia. No en vano el pequeño Ahmed es un niño al que la película no le permite tener una voz, porque la caridad, incluso la más bienintencionada, tal y como se apostilla, no equivale a justicia social. La puedes ver online en

Imágenes originales: Stills de la película La voluntaria – Lucía Faraig.
Imagen de portada: montaje de Cine con Ñ ©
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