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La imatge permanent: El mundo entero como lugar extraño 

El primer largometraje de Laura Ferrés es una atípica ficción que integra en su seno un muestrario de temas y tonos, un síntoma de la orfandad de relatos unificadores

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La imatge permanent parece concebida para socavar la idea de normalidad. Lo que podría haber sido un drama social sobre soledades urbanas, alienaciones varias y sensaciones de perplejidad ante todas las cosas de la vida toma un desvío hacía los terrenos marcianos de Chema García-Ibarra (Espíritu sagrado). Su protagonista del filme es Carmen, una trabajadora del sector del casting publicitario con ciertas dificultades para socializar de las maneras establecidas. 

El recorrido de La imatge permanent comienza con un prólogo sobre la España negra de posguerra, y continúa con un relato de soledades encontradas en ambientación contemporánea. La publicista (¿a su pesar?) debe buscar un rostro auténtico para la campaña publicitaria de un partido político, y eso la lleva a interesarse por una vendedora ambulante de perfumes. La trama parte de las experiencias de la realizadora en el mundo del casting y parece dialogar con la misma búsqueda de la directora, Laura Ferrés: encontrar no-actores, o actores no profesionales, que encajen en el costumbrismo enrarecido que propone.

Con la colaboración al guión de Carlos Vermut y Ulises Porra, la realizadora abraza una cierta idea de las películas como artefactos que se alejan de los géneros establecidos, o que juegan con sus convenciones de una manera más abierta de lo habitual. Nos impulsa a aceptar que la ficciones no tienen por qué caer nítidamente del lado de la comedia ni del drama, sino que pueden moverse en la indeterminación. Aunque el intento tenga un interés intrínseco, no tiene por qué verse necesariamente como exitosa o plenamente conseguido (sea lo que sea lo que quiere decir eso).

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La propuesta es netamente narrativa, pero la narrativa no sirve de refugio amable, porque se cultiva una cierta sensación de incomodidad. La sucesión de escenas-viñeta rodadas mediante encuadres fijos tiene un aspecto algo arisco, aunque pueda incluir momentos de ternura distante. Ferrés no parece partir de cero. Su quietismo puede remitir, por ejemplo, a la filmografía de García-Ibarra: las observaciones de la cotidianidad (con un espacio reservado a los bares auténticos, o cutres) también se convierten en algo extraño entre cuyas rendijas emerge la posibilidad de tristezas lacónicas. 

Por el camino, puede emerger algún gesto estético cercano al cine de terror. Otras escenas pueden parecer versiones distorsionadas (y desprovistas de glamur) de los dramas indie sobre los sinsabores y decepciones de trabajadores supuestamente creativos que aspiraban a más. Si García-Ibarra apuesta más claramente por el humor negro, la apuesta de Ferrés llega menos marcada en este aspecto. En cambio, la realizadora parece manejar un temario explícitamente político

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La directora despliega un ramillete de temas y tonos unificado (hasta cierto punto) a través de los encuentros y desencuentros de las dos mujeres. Puede hacer un prólogo sobre la España de posguerra, aludir a los amores prohibidos por la homofobia, retratar situaciones de exclusión social y apuntar a la publicidad vacía aplicada a la política parlamentaria. A la vez, muestra rostros, cuerpos y actitudes diversas que se alejan de los cánones de belleza y de las maneras de expresarse correctamente que las creaciones audiovisuales (publicitarias o no) han contribuido y contribuyen a fijar. 

Como repaso de unos cuantos temas pendientes de la historia y del presente del país, La imatge permanent puede verse como una especie de versión contemporánea de las expresiones fílmicas de malestar político que emergieron durante el tardofranquismo. Si cineastas como Pere Portabella representantaban un cine sesentayochista implicado en la militancia en proyectos políticos de masas, Ferrés tiene un pie en la comedia posmoderna y atiende a varios flancos y varios sujetos políticos posibles desde la individualidad.

Quizá eso mismo facilita que los personajes del filme anden un tanto desorientados, tapando las vías de agua de unas vidas un poco fallidas que pueden estar a punto de naufragar o de acercarse a un futuro mejor, de película. Probablemente seguirán manteniéndose a flote de manera frágil, como dicta esa precariedad nuestra de cada día que antes se llamaba pobreza. Quizá La imatge permanent es un retrato, o un síntoma, de la orfandad de relatos unificadores en algunos espacios sociales y políticos que ya no manejan una causa común (o ese objetivo claro, como la caída del franquismo) que aspira a unificar, sino muchas causas. Y eso no es negativo pero sí que es, quizá, un poco más incierto. Como esta película.

Imágenes: La imatge permanent (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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