La nueva película en el fantástico de Carlota Pereda no termina de carburar, desaprovechando el potencial de su mirada infantil
La ermita: El amor de madre es un fantasma demasiado grande

La ermita cuenta la historia de una niña, Emma, que ve en la apertura anual de la ermita de su pueblo la oportunidad de entrar en contacto con el fantasma de una niña llamada Uxoa que, cuenta la leyenda, está ahí atrapada. Todo para seguir unida de alguna forma a su madre, muy enferma, cuando muera. Para conseguirlo, Emma intentará conseguir la ayuda de una mujer que se hace pasar por médium y que vuelve al pueblo cuando descubre que su madre, también médium, ha muerto.
Carlota Pereda estrena su segunda película en largo en el Festival de Sitges justo un año después de la primera, la cárnica y fresca Cerdita (2022). El regreso rápido al terror de Pereda —proyectado incluso antes que Cerdita—, no ha sido a través de un proyecto personal como lo era el anterior, sino de un encargo propuesto por Filmax. La productora y distribuidora ha apostado fuerte por la directora como uno de sus buques insignia para sacar adelante cine de género, especialidad de una casa que cumple 70 años.
Pereda viaja así de Extremadura al País Vasco (también de la mano de la local Bixagu Entertainment), donde se ambienta esta película que une leyendas y oscuridades de los tiempos de la peste negra del Siglo XVII con experiencias paranormales del Siglo XXI, sean reales o no. La ermita, santuario cristiano pequeño y situado normalmente en zonas rurales, es la atinada referencia espacial para estos tiempos en los que el cine español ha decidido salir de las grandes ciudades.
Pero la película, demasiado pendiente de tener una salida como producto, no aprovecha la interesante mezcla de mitos locales y médiums falsas, ahogada por la soga de un amor maternofilial que desajusta los tonos y lo acaba cubriendo todo. A ratos cómica y a otros muy dramática, La ermita se va desinflando en un flojo esquema narrativo que desbarata el potencial fantástico y terrorífico que tiene su mirada infantil.
Las leyendas y la creencia de una niña

El prólogo de la película revela lo que es o, más bien, lo que podría ser La ermita: una reflexión sobre la vigencia de las leyendas del pasado, ficción a escenificar en un presente en el que los mitos con moraleja transmitidos por vía oral han sido sustituidos por charlatanes de baratillo. Esto es una premisa interesante que conecta un sistema milenario de creencias (más en el País Vasco, tierra de unión de mitos paganos y cristianos) con esquizofrenias de nuestro mundo contemporáneo.
Esta idea se filtra a través de la mirada crédula de una niña que no solo puede creerse el pack completo, sino que necesita creer en él. La niña, interpretada por el gran descubrimiento que es Maia Zaitegi, tiene un motivo (materno) para seguir adelante pese a contar con la oposición de absolutamente todo el pueblo. En contraposición, la fuerza que tira hacia atrás, hacia la incredulidad total, es una médium —una irregular Belén Rueda— que tiene también sus razones (maternas, claro) para no mover ni un solo dedo mientras es empujada por el resto. Y este contraste calculado de personajes y fe, anticlimático y oportunista, desbarata todo el resto.
Los resortes del género en La ermita

El principal bajón de la película es su ninguneo a uno de los principios clásicos del terror con niños (si no son los niños mismos los que dan miedo): lo que pasa en la película da miedo porque los niños contagian el suyo. En cambio, La ermita confunde la decisión inconsciente de la niña con una especie de seguridad ciega solo perturbada por el drama. Se puede apostar por el fantástico sin dar miedo, pero no es eso lo que hay. Lo que hay es una sucesión de escenas peligrosas en las que no hay sensación de peligro real porque la pequeña no parece sentir nunca que su vida lo corra realmente.
Si quiere pasar del personaje al espectador, el miedo tiene que desarmar las certezas, tiene que golpear, y La ermita no es capaz de hacernos ver que, pese a jugárselo todo y pasarlas canutas, ella quiere seguir adelante por otro miedo que no aparece: el miedo a la muerte de un ser querido. Simplemente lo hace. Pese a los esfuerzos de Pereda en crear ambientes y secuencias contundentes, esa sensación imperturbable acaba provocando un efecto negativo en la dinámica de guión, que se vuelve repetitiva y perezosa (¿Cómo es capaz de huir tantas veces de tantos adultos?).
Mientras, el personaje de la incrédula falsa médium refuerza esta sensación de que todo da lo mismo, y solo parece estar ahí para que los temas de la película tengan un cierre que rime. La ermita se queda así como una propuesta que tiene un pase como drama fantástico en dos generaciones, pero que casi desprecia la noción de ser una película de género, sin confiar del todo en la fuerza del mismo para interpelarnos, confundiendo la ambigüedad de lo que ocurre o no ocurre con una distancia insalvable con los resortes de la imaginación. El fantástico nos sirve para hablar del pasado, el presente o el amor entre una madre y una hija.
