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La casa de papel, Temporada 4: De qué hablamos cuando hablamos de amor

Los creadores de la serie han afilado el discurso en la 4ª temporada.

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Atención, spoilers de la Temporada 4 y del documental La casa de papel: El Fenómeno.

Las dos primeras entregas de La casa de papel presentaban una conclusión muy en la línea de la ficción de los últimos 20 años y que recogía el espíritu del desencanto post15M: la única forma de huir de este sistema que nos deshumaniza es la salvación individual comprando la propia libertad. Jugar según las reglas no lleva a nada. El nihilismo de Berlín pero sin psicopatía.

El discurso de El Profesor a la Inspectora en el que comparaba el golpe a la Fábrica de Moneda y Timbre con las inyecciones de liquidez del BCE en la crisis del euro resultaba hipócrita. Poco tenía de Robin Hood: no iba a hacer justicia social, se lo iba a quedar. Y ella le hace caso no por convicción ideológica sino porque tiene la madre de todos los encoñamientos.

Pero las temporadas 3 y 4 han llegado después de que la serie se convirtiese en un éxito mundial, de mucho Bella Ciao y de que la máscara de Dalí sustituya a la del Guy Fawkes de V de Vendetta en protestas de medio mundo. Además del #MeToo. Así que la redención que ahora nos proponen sigue sin ser colectiva por la vía de un cambio de sistema –es decir, una revolución propiamente dicha– pero ya no es individual y nihilista, sino en familia y diversa. El dinero queda como una excusa, una forma de dañar al sistema más que un fin en sí mismo.

El Profesor es ahora, aparte de Sherlock con libido o Xavier con pelazo, un Conde de Montecristo que se venga por todos nosotros volviendo las armas de los poderosos contra ellos mismos. Este giro es fundamental y denota que los creadores han afilado el discurso ideológico y comprendido perfectamente por qué funciona. En parte porque estamos cabreados y no sabemos ni contra quién. Pero también porque lo que necesitamos de verdad es que nos quieran.

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Del amor y otros demonios

Contemplen la revolución. Esta serie POP loca, de violencia desatada y momentos de una iconicidad ideológica maravillosa, que homenajea lo mismo a John Woo que a Berlanga y dispara con lanzagranadas a lecheras de los antidisturbios, ha decidido que solo quiere hablar de amor. En casi todas sus formas, unas más tópicas y otras más inesperadas, pero siempre retratadas con ternura.

Al final a nivel del argumento las temporadas 3 y 4 de La casa de papel han pivotado sobre la idea de que el plan de atracar el Banco de España es de Berlín y no del Profesor, y por tanto es un plan loco y kamikaze. El proceso que hemos visto es como El Profesor, más cerebral que su difunto hermano, hace suyo el planteamiento. Como Xavier en los X-Men, aunque aquí vengamos porque nos emocionan sus pupilos, el protagonista es él y de él depende el tono de lo que se nos cuenta. Eso se nos deja muy claro cuando le dice a Nairobi que no es una persona que se desvincule fácilmente.

Dos momentos clave en este discurso sobre el amor y los cuidados. El capítulo 4×03, cuando tanto Río y Tokyo como Estocolmo y Denver acaban de romper y los dos segundos observan en la distancia a los dos primeros conversar. Río está por primera vez verbalizando las torturas sufridas en Argelia, pero Tokyo y Denver, que no pueden escucharlo, se dedican a burlarse cruelmente de los tics de sus parejas debido al dolor reciente del abandono.

Es un discurso sobre la empatía o falta de ella y la dificultad de expresar el dolor de manera funcional que difícilmente encontraremos en otra serie de este formato. Y se redime, tras la muerte de Nairobi, cuando Río, que ha sido el Upham de Salvar al soldado Ryan, sufre un ataque de ansiedad en el ascensor y Denver vuelve a ser el macarra tierno de la primera temporada, con tres de los personajes fundiéndose en un abrazo que logra la iconicidad.

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Del 15M a Vox

En el primer borrador del guión de La casa de papel cada miembro de la banda iba a representar a un colectivo afectado por la crisis de 2008. El único personaje que sobrevivió impoluto a la criba que los convirtió en lo que son ahora fue Moscú, que venía ayudado por la cara de Paco Tous para tener credibilidad, además de detalles del origen y las motivaciones de Nairobi.

Ahora Arturo, Arturito, retrata al proverbial angry white man trumpista, que sin ser consciente de la cantidad de privilegio que acumula quiere presentarse como víctima del sistema y rebelde con causa. El personaje ha pasado de patético cantamañanas a asqueroso violador. Tiene su momento cumbre cuando se presenta como la verdadera resistencia, sacado directamente de los mítines de Vox, después de ser rechazado como aliado por el gobernador del Banco de España y acusándolo de elitista.

Que se convierta en el padre de todos los cuñados desideologizados no es un detalle accesorio, es la certificación de que quienes escriben esta serie saben que en las dos primeras temporadas rozaron la antipolítica. La idea de que “todos son iguales” y que es legítimo ser unos animales de bellota. Y no, por ahí no iba la cosa.

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POP de derribo

Paladeemos este momento. Una serie de televisión española nacida en Antena 3 y que ahora ven millones de personas en todo el mundo en Netflix nos ha mostrado al CNI torturando a un detenido en un búnker en Argelia y a un coronel ordenando ejecuciones que constarán como defensa propia y ofreciéndole “un juez que tengamos controlado” a una oficial de menor rango por comerse ella el marrón. Son situaciones que no están sacadas de copiar la ficción foránea, sino de las noticias.

Además, y por segunda vez, en La casa de papel se nos presenta la conclusión de que para un policía honrado la única opción sensata es ayudar a los ladrones. ¿Y no es gozoso el momento en el que los mineros asturianos abren un agujero para rescatar a una expolicía detenida ilegalmente de la mismísima Audiencia Nacional?

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Nairobi puta ama

Recuerden que aunque estemos pensando en curvas de contagio y bulos de Whatsapp esta temporada se ha estrenado a dos días de comenzar la Semana Santa. Y una de las protagonistas muere con los brazos en cruz, tras recibir estigmas en las manos, la frente y el costado. Su entierro llega en el penúltimo capítulo y es recibido en silencio por la multitud. Y su desaparición es el catalizador que permite al resto de personajes encontrar el perdón. De hecho, en la última escena de la serie se conjuran gritando su nombre en un nuevo lema que cualquier día escucharán ustedes desde el balcón del vecino.

Ya sabíamos que Alba Flores es Dios, lo único que han hecho es certificarlo. La serie sabe que sus personajes y sus actores son icónicos y lo disfruta con nosotros, se gusta, nos propone una comunión como público que no puede alcanzar cualquier producto. Berlín es James Bond, Thomas Crown y el Magneto de Michael Fassbender –claro, su contraparte es El Profesor– cuando visita el Banco de España. Hasta se pegan el gustazo de ponerlo a cantar Ti amo de Umberto Tozzi con un coro de monjes.

Regresando a Nairobi, su discurso final de ánimo, que arranca con un “sois obreros” y acaba con una referencia clarísima al #MeToo es ya historia de la televisión española.

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Esperando al matriarcado

Pero vamos a admitir una cosa. La casa de papel quiere ser feminista, y eso está bien, pero no le acaba de salir del todo. Algo tan básico como el Test de Bedchel la temporada lo pasa rozando por la escuadra: casi siempre que dos mujeres se quedan a solas, hablan de algo que tiene que ver con un hombre. Mención aparte a que los arcos de todas las protagonistas excepto Tokyo consisten en reconciliarse con sus roles de madre y mujer enamorada.

Incluso el duelo tan icónico y gozoso entre Lisboa y la Inspectora Sierra –es decir, Murillo contra una versión amoral de sí misma– acaba derivando en lanzarse pullas sobre sus maridos o amantes. Que en la misma estén algunos de los mejores diálogos de la temporada no lo hace menos cierto. De hecho, hace que duela más.

En ocho episodios la única protagonista que no es atada y torturada es Estocolmo, que bastante tuvo ya en las dos primeras entregas y por algo se llama como se llama. Y su rol es de cuidadora durante casi toda la temporada, hasta que en los últimos dos capítulos se desata.

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Adiós a Berlín

Sin embargo, lo que ha retratado como ninguna otra serie española La casa de papel es la masculinidad tóxica, encarnada en Berlín, en Palermo, en el mencionado Arturito y, sobre todo, en Gandía, el villano ultraviolento que se enfada porque se rían de él las mujeres.

En el 4×02 Berlín nos dice que la traición es inherente al amor. En ese capítulo Lisboa está en la carpa enfrentada a Sierra y al dilema entre el amor por su hija y la lealtad a su pareja. En el 4×08, cuando la rescata, El Profesor lo hace usando la verdad como arma y subraya: “es la base de toda relación de confianza, y esto es así”.

El personaje, que siempre es más listo que cualquiera de nosotros y a verlo ser así hemos venido, acaba alimentando su intelecto con una rabia que nace del amor y del dolor. Se ha expuesto y ha sufrido, pero al contrario que Berlín o Palermo, no se entrega a esta ira, sino que la convierte en lucidez. Cuando reconcilia lo mejor de su naturaleza con todo lo útil que le ha dejado su hermano muerto es cuando convierte el plan en propio y consigue volver a controlar la situación.

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Siempre nos quedará París

Han pasado cuatro temporadas de La casa de papel, y los espectadores nos asomamos a la quinta desde la cuarentena y el miedo colectivo. La serie arrancó diseñándose para reflejar el espíritu del 15M y su cliffhanger recoge el del #MeToo con una paliza a un John McLaine de baratillo y el propósito explícito de los personajes de salvarse como familia diversa y disfuncional.

Lo dice Denver, como si viese la pandemia en nuestro futuro: “No sé muy bien lo que me está pasando. Aquí pasan cosas que uno piensa que es imposible que pasen. Y pasan”. También Nairobi, en flashback, avisa a Tokyo: de huir aisladas y cada una a nuestra isla nada, hay que verse más. Hay que estar todas juntas.

Quedan, mínimo, dos entregas más que se escribirán y rodarán cuando nos estemos recuperando de la actual crisis. Esa que, como señaló Santiago Alba Rico, nos está pasando a todos a la vez. ¿Cómo habremos evolucionado y cómo lo reflejará La casa de papel? ¿Seremos mejores público y serie de nuevo? ¿El mundo se acabará y nosotros nos enamoraremos?

 

Jose A. Cano (@caniferus)

La 4ª temporada de ‘La casa de papel’ ya está disponible online en Netflix.

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