En el centenario del director y productor, FlixOlé reúne sus títulos más significativos, marcados por su particular sentido del humor. La retranca de la España de la posguerra que Forqué convirtió en arte
“Me gusta contar las cosas con ese humor subterráneo que los aragoneses llamamos somarda” dijo una vez José María Forqué. ¿Que sería la somarda? En otras latitudes de la Península ibérica lo llamarían ‘malafollá’ o ‘retranca’, pero en la Zaragoza natal del cineasta, según la definición que daba él mismo se trata de “un humor soterrado que produce inquietud en el espectador, aunque con la edad el sentido del humor se nos va haciendo más cordial, más tierno”.
Este 8 de marzo se celebra el centenario de José María Forqué, el productor, el director de cine, mentor de autores y padre de directores y autores, el hombre que da nombre a unos premios. Oso de Plata en Berlín, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, Premio Nacional de Cinematografía, Goya de Honor… y una de las figuras más influyentes en el cine español del siglo XX, tanto a nivel industrial como creativo.
FlixOlé ha recuperado en una Colección lo más destacado de la filmografía de José María Forqué. Una carrera tan extensa, desde los 50 hasta los 90, que incluye comedias como Atraco a las tres (1962), musicales como Tengo 17 años (1964), dramas históricos como Amanecer en Puerta Oscura (1957), películas bélicas como Embajadores en el infierno (1956) y hasta thrillers eróticos como No es nada mamá… solo un juego (1974). Abarcarla en un solo artículo es imposible, pero podemos acotar. Acotar… con somarda.
Un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo

El humor de las comedias clásicas de Forqué, las que rodó entre los 50 y los 60, es el de la España de la posguerra filtrado por la relativa estabilidad de los años centrales del franquismo. Una retranca acostumbrada a sortear a la censura, que imponía férreas normas, como los finales moralmente correctos. Así, Atraco a las tres (1962) es el ejemplo perfecto de tener gracia sin hacer chistes, eso de lo que presumen hoy en día las series del streaming, pero también de que el público entienda perfectamente lo que está pasando. El conflicto real que se plantea se sabe sin tener que decirlo.
Porque Forqué, ante todo, era un profesional. Se consideraba un artesano que rodaba películas para que la gente lo pasase bien, como él decía, “que saliese del cine con una sonrisa”. Así que en las comedias no se complicaba. El mismo 1962 del atraco con López Vázquez, Morales, Cassen o Landa estrena La becerrada, con Fernando Fernán Gómez como protagonista. Muy en la línea del humor negro de La Codorniz, el argumento parece de tragedia (unas monjas intentan que su casa de acogida para ancianos no cierre en un pueblito azotado por la sequía), pero la presentación arranca carcajadas. Lo que pasa no debería ser gracioso, pero la forma de contarlo sí lo es.
Esas dos películas contaban con guiones del autor teatral Alfonso Paso, otro tipo lleno del mismo tipo de humor. José María Forqué se alió con los mejores escritores de comedia de la época, especialistas en decirlo todo sin decir nada, y por eso ya en 1960 había adaptado al mismísimo Miguel Mihura en Maribel y la extraña familia, la historia de un joven de familia muy beata que se echa de novia a una prostituta… sin saberlo. El diálogo no debía aclarar nunca la profesión de Maribel y sus amigas, el tono de la historia debía de ser tierno, pero la carcajada venía de la tragedia evidente y la somarda implícita.
La somarda de Jose María Forqué, sobre todo con uno mismo

José María Forqué quiso dar a su público una comedia costumbrista que le devolviese una parodia amable de sus propias costumbres, en la reconocerse autocríticos pero socarrones. Así, en Vacaciones para Ivette (1964), con guión de un entonces joven Pedro Masó, un intercambio de estudiantes entre una familia española y otra francesa revoluciona a la primera con la llegada de un joven gala a casa mientras el españolito en París pasa las de Caín hasta que descubre el gran mundo más allá de los Pirineos.
En Casi un caballero (1964) directamente le da la vuelta a sus anteriores comedias de robos y al tópico del galán de la época y aprovecha a los guapísimos Alberto Closas y Concha Velasco en una historia de un ladrón que roba a otros ladrones hasta que se enamora de quien no debe y necesita redimirse. No tanto tiempo después, en 1980, se libra de la censura y puede meter más picante, pero se divierte con un sainete igualmente en ¡Qué verde era mi duque!.
Nuestra última recomendación es Una pareja… distinta (1974), comedia con Lina Morgan y, una vez más, José Luis López Vázquez, que narra la historia de amor entre una mujer barbuda y un travesti que actúa en los clubes más sórdidos de la ciudad. Una comedia cafre para su época, amable para su público y tierna como ella sola que habla de un José María Forqué al que, para buen entendedor, pocos diálogos bastaban, pero también un profesional que sabía entretener sin crueldad ni paternalismo. En resumen, un director de cine.
Imagen de portada: José María Forqué junto a fotogramas de sus películas – Cine con Ñ
