A un año de la muerte de José Luis Cuerda recordamos el pueblo, su pueblo, todos nuestros pueblos: el pueblo ibérico como elemento primordial de sus escenarios.
José Luis Cuerda y el pueblo primordial

Ya saben ustedes que en esta casa es auténtica devoción lo que sentimos por José Luis Cuerda. Nosotros nos enamoramos una vez de don José Luis Cuerda y nos dio muy buen resultado. Pero no vamos a hacer una asamblea de esto. Hoy casi todos nos vamos a pasar el día repitiendo chascarrillos de Amanece que no es poco, ya que no oliendo bien o yendo en bicicleta, y probablemente el día 18, cumpleaños del maestro, otra vez. Y se nos olvidará lo importante. El pueblo. El pueblo como medida de todas las cosas.
José Luis Cuerda imaginó dos fines del mundo. Con uno empezó su filmografía y con otro le puso fin. Los dos son aplicables al 2020-21 de la pandemia. En el primero, Total (1983), un pastor nos advierte que el fin del mundo fue hace tres días y que fue un trago horrible, pero que él allí con sus ovejas tampoco se entero de demasiado. En el segundo, Tiempo después (2018), los eloi y los morlocks son sustituidos por una comunidad de propietarios -con rey, de bastos- y un chabolismo de parados.
El alfa y el omega de José Luis Cuerda
El pueblo como reinicio y la negación del pueblo. El pueblo como principio y final de todas las cosas. El pueblo como espacio primordial, puestos a venirnos arriba, y como espacio que funciona con sus propias normas, incomprensibles para el de fuera pero perfectamente lógicas para el de dentro. El pueblo, también, como espacio del complejo españolito de la boina, en el que la comparación con el de fuera -no me va a comparar usted el cielo español con el cielo francés- es constante. Y desde luego, su subversión.
En el drama, el pueblo es pueblo. Si en El bosque animado a Malvís sus vecinos le advierten que cómo va a robarles, si son del mismo pueblo, en La lengua de las mariposas ese mismo espacio de solidaridad y conocimiento se da la vuelta, y tenemos el llanto desconsolado del padre de Moncho mientras se ve obligado a insultar al maestro. Incluso en la película menos Cuerda de todas las que dirigió, Todo es silencio, con sus triángulos amorosos entre narcos y guardias, el pueblo acaba por ser un espacio psicológico más que geográfico.
El pueblo como broma, como condena, o como ausencia que deshumaniza. El pueblo como lugar del que venimos -como Teodoro con sus clases en Oklahoma- o lugar hacia el que vamos, cuando todo pase y el mundo acabe sin ningún drama. Allá por el año 2598, de mucho movimiento y mucho progreso, cuando Londres sea un lugar por el que sacar a pastar a las ovejas y en el que se lleve la leña en burro. Es decir, cuando el mundo se acabe, pero se acabe solo como entiende el mundo en las grandes ciudades.
Cuerda, Ortega, Farray
Dos contrastes en el humor de José Luis Cuerda que recuerdan a Ortega y Gasset y a Ignatius Farray, gran lector del anterior: la comedia es la distancia entre lo sublime y lo ridículo. El pueblo es la herramienta en que se dan a conocer las dos, pues qué mayor violencia que la que se ofrece contra el espíritu. Porque en el pueblo todo es muy importante pero nada lo es. Si nos invaden los de al lado, votamos que se vayan. Y si pierde la Guardia Civil y gana la secreta seguimos igual, porque son los mismos.
El otro es el de reírse de lo que más te duele. Porque es imposible escribir Amanece que no es poco si no se tiene la capacidad de rodar la última secuencia de La lengua de las mariposas. Porque en Todo es silencio la pelea entre los mozos es para que la muchacha sea comunal, pero ahí no tiene tanta gracia. Porque hasta el cura de Los girasoles ciegos se daba muy buena mano para dar misa.
El maestro con su coro de niños a los que saluda con epítetos homéricos y el de Fernán Gómez que rechaza los regalos del cacique son el mismo y acaban de la misma manera, solo que uno está contando para que al menos no duela tanto. La tragicomedia, que tan pocos reconocimientos en vida comporta pero que te transporta al culto y al cariño de la posteridad, es cuando, cuanto más duele, más te ríes. Que tenemos 40 años ya y podrían dejar de asustarse por ver a un negro.
Pero no les quiero tocar las pelotas. Que como hagamos flashback muy fuerte algunos se tendrán que marchar porque aún no habían nacido, y no es plan. En el espacio sagrado, físico, psicológico, alquímico y metafórico del pueblo de José Luis Cuerda probablemente está bastando una sola generación criada en libertad para que esta no pueda retroceder.
Total, todo esto es una excusa para volver a ver Amanece que no es poco.
Jose A Cano (@caniferus)
